eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

lunes, 24 de junio de 2013

Diario de una perra en Argentina (3ª semana)

Día 15


(Javi huele a nostalgia)



Hoy me he despertado intranquila. Una especie de silencio se ha instalado en la casa y de pronto he visto que Javi se encontraba en la cocina derramando lágrimas. Tecleaba sombrío y escuchaba la música que más le gusta. Fumaba con ansia, como cuando está preocupado por algo; pero era ésta una preocupación desconocida, que se escurría por su piel hasta copar las baldosas del suelo. Noa gemía en el patio interior en tanto todos sus pretendientes seguían parados en la puerta de casa. Afuera hacía frío, el viento soplaba y se metía por las rendijas de las ventanas. Enseguida me he arrimado a él para lamer su pena y he tocado su mano con mi hocico. Un olor extraño le acechaba y le tenía cogido el corazón. Me he puesto a mover el rabo, tratando de animarle, pero aunque me ha sonreído su mente estaba en otro lado, y he caído entonces en que lo que le sucedía era algo parecido a cuando no podía hablar con su familia, aunque ahora lo hiciera casi todos los días. Tal vez porque a veces no es suficiente con hablar.

Más tarde se ha ido a él sólo y me ha dejado en el patio de fuera. Se ha llevado la mochila y ha regresado al rato con el mismo ánimo. El mismo olor le envolvía y nublaba el brillo de sus ojos. Creo que por eso no he tenido ganas de escaparme y me quedé esperándole tumbada. Ya en casa nos ha puesto de comer a Noa y a mí y él se ha hecho una enorme tortilla de patatas. Me he dado cuenta que anda al acecho de las mismas cosas que allí tenía, las pocas cosas que le quedan, y que su sentimiento se dirige hacia aquellas que le faltan.

El día ha pasado rápido y por la noche ha conseguido hablar de nuevo con los suyos. He notado cómo disimulaba su tristeza y cómo les sonreía para no preocuparlos. El humano que vive con nosotros también ha debido percibir algo, porque cuando ha llegado se ha puesto a charlar con él y le daba palmadas en la espalda para confortarle. No obstante, nada hemos podido hacer hoy por él, y ahora que le observo tumbado en la cama, leyendo entre el humo y la luz de la luna, huelo su profunda nostalgia, nostalgia que a ninguno de los dos nos deja dormir.







Día 16

(El día más extraño )



Aunque me he pasado medio día en el patio interior con Noa, no ha estado mal. Javi se ha levantado con otro humor y se ha puesto a jugar con nosotras y a acariciarnos la cabeza. Yo creo que anoche soñó con cosas bonitas y su mirada se ha enjuagado en ellas. Se ha ido muy temprano y no sé por qué pero en ésta sabía que iba a tardar. El humano que vive a nuestro lado ha estado toda la mañana con nosotras y nos ha dado pasta para comer; y aunque prefiero la carne, también me ha gustado mucho. Noa en cambio apenas ha comido. Lleva varios días sin salir de casa aunque hoy ya no tiene el olor del celo. Con todo, los perros continúan ahí sin moverse; quizá por amistad, tal vez por entender que se encuentra cautiva sin motivo. Las dos lo sabemos, pero creo que los humanos no distinguen estas cosas.

Si los perros pudiéramos hablar todo sería más fácil, aunque ya no seríamos perros. Y aunque ladramos, casi nunca nos entienden y encima nos regañan. Noa se porta muy bien y nadie se lo premia. Yo en cambio he vuelto a escaparme. Pienso que Javi ya se lo imaginaba. Cuando ha llegado por la tarde le estaba esperando en la puerta de casa con los perros de nuestra calle. Me ha acariciado apenas un momento y después ha entrado y se ha puesto a teclear y a hablar con el móvil. Estaba como distraído y no me ha hecho el menor caso. Ha venido con olor a ciudad, a gasolina, a jardín, a asfalto y comida rápida, a edificio de acero y cristal, a alcantarilla y papel mojado, a sudor ajeno y perfume de rosas, a sol enrarecido y acera desgastada, a animal furioso y prisas nerviosas, a humo de coche y portal.

No lo entiendo. A veces nos portamos mal y no nos castigan, y otras sí. Otras veces nos portamos bien y no nos premian, y otras sí. Es un completo lío. Los humanos deberían ponerse de acuerdo a la hora de enseñarnos a vivir a su lado. Su trato parece condicionado a su estado de ánimo que además fluctúa caprichosamente. De haberlo sabido me hubiera quedado por ahí, olisqueando y gozando de mi libertad. Aún recuerdo cuando Javi me dejaba encerrada y se iba. Ahora en cambio ya no se preocupa. Al menos eso me parece. Todo el día ha sido muy extraño. Y lo último que me faltaba, es que en este instante estamos dando un largo paseo, no sé a dónde ni por qué, y ya se hizo de noche, y hace mucho frío para caminar, y además no se ven ni humanos ni perros por la calle; sólo algún gato gordo con su abrigo insomne de terciopelo.







Día 17

(La muerte de un amigo)



Noa y yo nos dimos cuenta por la mañana. De pronto los perros de nuestra calle se habían marchado de la puerta. Únicamente se quedó Romeo, con su cara de devoto loco, esperando cualquier movimiento que delatara su amor al otro lado. El humano que vive con nosotros hoy no ha ido a trabajar. Se ha quedado durmiendo hasta tarde, lo mismo que Javi, pues anoche estuvieron bebiendo mucho y se han acostado hace poco.

La mañana estaba hermosa. Había salido el sol y el viento se encontraba en calma. Los pájaros verdes han aparecido pronto y los veíamos coger gusanos y corretear por el patio de fuera detrás de las ventanas. La calle se ha llenado de gente y de colores. Sin embargo una sombra enturbiaba el ambiente. Sólo Noa y yo podíamos percibirla. Romeo no, o tal vez sí, pero él la obviaba ciego de esperanza.

Como Javi y el humano que vive con nosotros seguían sin despertarse he probado a abrir la puerta. Suelen cerrar por la noche con llave, pero de todos modos probé. La puerta se abrió sin problemas y Noa y yo nos vimos de repente fuera, ella inmensamente feliz, pues llevaba muchos días sin salir, yo con sentimientos encontrados, porque sé que a Javi no le gusta nada que yo vaya abriendo las puertas como un ser humano. Con todo, nos dejamos llevar por la situación y poco después saltamos la valla de la calle, sin pensar. Algo nos atraía, aparte de la sensación de libertad, y olisqueando nos fuimos los tres a buscarlo.

Seguimos un rastro nítido que comenzaba en la plaza del pueblo. Muchos perros lo iban trazando con su orín, pero no tenían los mismos matices territoriales, eran aromáticamente más dulces, con toques de desconsuelo. Otros perros también lo seguían, y nos juntamos varios compañeros hasta que de repente observamos, al final de una calle, una multitud de perros que hacían un círculo enorme, rodeando a su jefe, al que había debido atropellar un coche y agonizaba con los huesos rotos, escupiendo sangre por su boca.

Alrededor se encontraban todos los perros de Maschwitz, presentándole sus respetos y acompañándole en su último lance. Ninguno gruñía ni se peleaba. Tímidos gemidos se escuchaban pero eran inmediatamente acallados con mordidas tan potentes como silenciosas. El jefe de los perros callejeros estaba apagándose y con todo todavía resultaba imponente. Él nos hizo un gesto y Noa y yo nos acercamos a despedirnos. Colocamos nuestro hocico con el suyo y él nos lo lamió. Me puse muy triste porque aunque lo conocía hacía poco los dos nos habíamos caído muy bien y ya habíamos pasado muy buenos ratos juntos. Cuando nos separamos de su lado nos dimos cuenta que acababa de morir. Sus ojos dejaron de brillar y se quedó muy quieto, como ensimismado. Fue entonces que todos los perros presentes, incluido nosotras, comenzamos a aullar. Nunca había asistido a tan emotiva despedida y me sorprendió. Aullamos tan alto que muchos humanos vinieron para separarnos y de hacernos callar; sin embargo no les fue posible. Era la despedida del jefe y estábamos dispuestos a morder a quien nos lo impidiera.

Así estuvimos durante horas. Perdimos la noción del tiempo y el día se nos fue. Por la tarde, ya en la anochecida, unos humanos que traían palos, consiguieron llevarse el cuerpo muerto del jefe. Lo metieron en un camión blanco y casi escaparon al momento, pues muchos compañeros trataron de morderles. Los aullidos continuaron después, pero comenzamos a dispersarnos, y fuimos tomando las calles del pueblo, ante el estupor de los humanos que no se imaginaban ni podían saber qué nos ocurría.

Cuando regresamos a casa nos esperaba un castigo. Dejamos la puerta abierta y encima no hemos aparecido en todo el día. Javi me ha mirado con disgusto y yo le miraba haciéndole entender. Por un instante creo que algo ha visto en nuestros ojos. Nos ha encerrado en el patio, pero después nos ha traído algo de comer.

Noa y yo no hemos probado bocado. Nuestra ley nos prohíbe comer el día que muere un amigo. Y ahora aullamos a la luna, como todos los perros del pueblo, para honrar el recuerdo del jefe de los perros callejeros de Maschitz mientras nuestros amos, nos dan gritos de desconcierto y sueño, sin saber que con nuestros ladridos alejamos a la muerte de sus calles y casas, que hoy ha rondado muy cerca suyo y que siempre quiere más.







Día 18

(Maschwitz está de fiesta )



La vida sigue y no hay más; hay que amar y comer. Esta es la filosofía de los perros. Esta mañana ha sido Javi quien me ha animado y me ha lamido las lágrimas. Ha ido a comprar unos gránulos de pienso y Noa y yo hemos comido con hambre. Luego hemos ido a dar un paseo y a disfrutar del sol. Desde ayer hace menos frío y es un gusto caminar. Saludamos a todos los amigos que encontramos. Nos olisqueamos y lameteamos, pero siempre hay alguno que gruñe y pretende dominarnos. No soporto estos momentos aunque cada vez lo llevo mejor. Antes metía el rabo entre las piernas y me sometía, ahora saco los dientes y me defiendo. Eso sí, a veces me asusto y se me queda el cuerpo flojo, como cuando tengo que pasar por encima de una zanja tapada. Javi siempre me deja hacer. Sonríe para trasmitirme paz, y si ve que me demasiado bloqueada echa a correr dando palmadas para que le persiga y despierte de mi propio miedo.

Al volver a casa escuchamos sonido de tambores y nos acercamos a la plaza; una multitud de humanos deambulaban alrededor de mí y había decenas de carpas en las que preparaban comida de muchas clases. El olor era increíble. Noa y yo no sabíamos hacia dónde dirigir la nariz. Algunos humanos nos daban bocados de carne, o arroz con salsa, también huesos de vaca. Otros en cambio nos tiraban patadas o nos espantaban. Aun así, el sitio merecía la pena.

Al poco rato estábamos más que saciadas, y mientras Javi se ha dedicado a hablar y beber con varios humanos en una de las carpas, Noa y yo nos hemos tumbamos al sol y nos quedamos dormidas, no sé por cuánto tiempo. Luego un par de silbidos de Javi nos hicieron reaccionar y juntos marchamos para casa.

Esta noche ha tocado otra vez asado, e increíblemente no me apetecían ni las sobras. Encima después de cenar, Javi, el humano que vive con nosotros, y otro humano, se marcharon y nos han dejado aquí, otra vez solas. El caso es que no estoy nerviosa. La luna ilumina intensamente el patio y puedo ver cómo trepan por las paredes esas extrañas lagartijas que huelen a sal. Quizá es la primera vez en mucho tiempo que estoy tranquila estando sola, es decir, sin Javi. Hay algo en mi corazón que me dice que ha a volver. En este lugar él y yo estamos solos, los dos somos nuestra familia, y estoy segura y confiada de que nunca va a abandonarme, que todo esto supone para ambos un aprendizaje extraordinario.







Día 19

(Quilombo en el rabo)



Ayer ya me picaba el rabo, pero quién me iba a decir a mí que me liaría por rascarme una herida semejantte lío. Javi se ha asustado mucho, y encima tenía resaca y ojeras y carraspeaba la garganta al hablarme. Como nos hemos levantado tarde el hospital de perros estaba cerrado y no hemos ido hasta por la tarde. El humano que vive con nosotros parecía enfadado por algo y Javi ha decidido que la mejor opción era dormir otro rato. Yo, con los picores no podía dormirme, y con los ruidos de rascarme tampoco dejé que Javi lo hiciera. Las horas se marcharon lentas pero seguras, y podía oler la preocupación de Javi cuando venía a comprobar el estado de la herida o se enfadaba al escuchar que ya me estaba rascando de nuevo.

En el hospital de perros me han hecho mucho daño. Me han cortado los pelos alrededor de la herida y me han puesto un par de inyecciones. Luego Javi, ya en casa me ha limpiado la herida con un líquido que escocía horrores, y algo más aliviada he podido por fin dormirme. No sé cuánto me durará esto y si seguirá creciendo. Tengo la sensación de que se me va a caer el rabo, que me desintegro poco a poco. Y me da por temblar y sólo me consuela colocarme a los pies de Javi, que desde que hemos ido al hospital de perros parece más tranquilo y seguro y me acaricia sonriendo, transfiriéndome energía positiva.

Aunque hoy el pueblo continuaba de fiesta, y las calles se encontraban llenas de humanos e igualmente de perros, ya no hemos salido y nos hemos quedado juntos en casa. Javi nos ha preparado a Noa y a mí un arroz con verdura para cenar. Después ha vuelto a limpiarme la herida y ha estado todo el tiempo vigilándome y regañándome cada vez que trataba de rascarla o lamerla. Creo que lo hace por mi bien. Y ahora ni siquiera me permite dormir en mi colchón. Me ha llamado para que me suba a su cama y su brazo afectuoso rodea mi cuerpo exasperado de amor y picor.







Día 20

(Volviendo a la anormalidad)



Todo vuelve a la normalidad. Mi rabo mejora, por lo menos ya no me pica tanto. Javi se ha pasado la mañana sin parar de teclear. Ya es una costumbre, aunque hoy estaba verdaderamente concentrado, y cuando ha concluido parecía muy contento y nos hemos ido a dar un paseo. Se han venido Noa y Romeo y hemos salido del pueblo. De pronto ya no había casas y los árboles eran cada vez más grandes. Los tonos de verde se reproducían sin tregua. Había un río, o un afluente, porque luego había otro mas grande, y al final se veía un último río que simulaba un mar. Javi caminaba muy rápido y luego se detenía a cada instante. Noa se fue con Romeo y me creo que esta vez a cogerse. Llegamos a un lugar selvático dónde los bichos chirrian, los pájaros susurran, y los humanos pescan y fuman. He visto cocodrilos y monos y jaguares, rodeados de plantas aromáticas que masticaban carne. He olido el placer y y me he convertido en loba, y sorteando el miedo y la soledad he saltado un abismo enorme. Javi llevaba los brazos tatuados y tenía el rostro curtido…

Todo esto he soñado. Mi rabo sigue hecho trizas. Javi me lo cura y me duele. El día ha sido un incordio. Prefiero no contar. Quiero dormirme otra vez. No tengo hambre. Darme mimos o dejarme aquí hecha una rosca.







Día 21

(El dilema de Javi)



Menos mal que esto baja. Qué bien sabe el arroz, qué fresca está agua, qué gusto pasear, aun con el rabo torcido por la costra, casi como un intermitente, derecha o izquierda, dependiendo del cruce y extraviada la fluidez del movimiento, con Javi, mientras caminábamos hacia el supermercado a comprar varios bifets con papas, e iluminar los minutos con la nueva expectativa.

He estado toda la mañana sola. Atada en la patio exterio de la casa a un árbol con una cadena. Noa estaba en el patio interior. Escuchábamos nuestros respectivos ladridos. Poco a poco me he ido calmando, y he aprendido a ladrar como todos los perros de nuestra calle, a los niños escandalosos, a los cotillas y a las motos.

Javi ha llegado y me he puesto muy contenta. No estaba nerviosa pero he movido tanto el rabo de felicidad que me ha agrietado la piel y ahora se me engancha de dolor al moverlo.

Hemos regresado a casa y Javi se ha puesto teclear. Noa y yo jugamos en el patio con el sol del atardecer. Los pájaros verdes han regresado. Las lagartijas de sal son las que no se las ve. El resto del día ha sido tranquilo. Javi ha hablado con su hermano y sus sobrinos, con una amiga tumbado en la cama y también ha hecho una tortilla para el humano que vive con nosotros. Después de cenar ha seguido tecleando y yo me he dormido sobre las baldosas de la cocina. Ahora, huelo como Javi duerme y huelo incluso lo que sueña; huelo el pueblo, huelo la verdad y la mentira en sus calles, el dilema de Javi, su corazón bombeando sangre a su cerebro; huelo sus ganas, su ilusió; huelo el camino que se tuerce y se endereza; huelo a indigenas y muchedumbres, a desiertos de hielo, a montañas sagradas, a costas grises y cielos amarillos; huelo también a todos los que nos quieren; huelo a nuestros santos: huelo a caballos, a mastín, a perros… a libertad… Nos huelo a los dos…

Y voy lentamente a nuestra habitación. El viejo colchón me espera.

lunes, 17 de junio de 2013

Diario de una perra en Argentina (2ª semana)



Día 8

(Sale el sol)


Esta mañana hubo niebla densa, de las que trae el río y las bajas temperaturas. Cuando abrí los ojos me goteaba la nariz y el aire olía a humedad de tuberías, a pájaros migratorios y ensueños. Tenía el pelo encrespado, como cuando Javi me baña, y algo exótico flotaba en el ambiente, algo que evitaba mi nariz.

Javi se levantó temprano a teclear. Luego marchamos a las tiendas y las calles acumulaban formas distorsionadas cuyos colores permanecían apagados. Los perros de nuestra calle no nos habían seguido como todos los días. Se quedaron en la puerta de casa acurrucados unos contra otros. Esta vez regresamos enseguida, entre la neblina, como dos siluetas difuminadas sobre un fondo de claridad. El humano que vive a nuestro lado llamó a la puerta y Javi le acompañó a su casa. Poco después salieron juntos al patio interior y empezaron a agrupar herramientas de trabajo. Durante horas estuvieron golpeando una pared amarilla, haciendo una línea con un cortafrío y un martillo, turnándose para descansar. Noa y yo les observamos todo el tiempo, a ratos adormiladas, a ratos jugando a mordernos, hasta que la niebla se alzó y el cielo se llenó de sol.

Entonces todo cambió de olor. La humedad se trasformó en un aroma penetrante de plantas y flores, y también de carne chamuscada. De la calle llegaban sonidos de niños riendo y de bicicletas tintineando a su paso. Javi y el otro humano sudaban trabajando sin tregua, con unas gafas enormes que les daban aspecto de insecto. Javi, cuando descansaba tocaba un tambor negro que parecía entumecido. El otro sacaba botellas de agua fresca y ponía música en un aparato. Noa y yo atendíamos a sus movimientos tumbadas sobre las baldosas del patio. El sol nos dominaba a todos y apretaba con fuerza.

De pronto, antes de que Noa o yo reaccionáramos, irrumpió por la puerta el humano que vive con nosotros. Dijo algo que volvió loco de alegría a Javi. Se abrazó a él y continuó alegre golpeando con el martillo. Cuando terminaron, una larga culebra serpenteaba por la pared, mostrando sus tripas y sus colmillos. Javi se aseó y se metió en la casa. Yo me quedé con Noa en el patio persiguiendo unas lagartijas que desconocía y que me atraen porque huelen a sal.

Fue en un instante que escuché un silbido de llamada de Javi, un silbido concreto que reafirmaba su felicidad. Me aguardaba en el salón, con su pequeña pantalla tecleadora. En ella vi y oí a su familia. Lo más extraño es que no distinguía su olor, pero allí estaban, eran ellos. Sus voces sonaban lejanas y sus caras sonrientes me decían los mismos mimos. Desde que vivimos aquí nunca he visto a Javi tan contento. Sus ojos brillaban con fuerza y trasmitían luz.

Hoy el sol apareció entre la fría niebla justo en el momento preciso. Tal vez por eso esta noche puedo oler todo lo que Javi sueña; y lo mejor es que yo estoy con él en sus sueños.







Día 9

(Antología de un perro callejero)

 
Javi se ha despertado de muy buen humor. Me ha preparado arroz con zanahorias y me ha llevado a pasear a un parque enorme colmado de eucaliptos. Ya en casa ha seguido haciendo culebras y serpientes con el cortafríos y el martillo mientras Noa y yo jugábamos o dormitábamos sobre las baldosas. Unos pájaros verdes con el pico muy largo cantaban entre las ramas de los árboles próximos y el sol continuaba como ayer empujando el día.

No sé si el aburrimiento o la confianza me hizo seguir a Noa cuando levantó una oreja y se fue corriendo a la parte delantera de la casa. Un perro que no conocía gruñía detrás de la reja. Tenía heridas en las orejas y en el cuello y un rostro curtido por mil y una batallas. Noa, sin pensárselo dos veces saltó la reja, y yo tampoco me lo pensé. En un momento deambulábamos los tres por las calles del pueblo, olisqueando rastros, degustando sobras suculentas a las puertas de los supermercados, juntándonos con otros perros. Nuestro nuevo compañero parecía el jefe del lugar porque todos le mostraban respeto; tal vez es que le temían. Yo he decido caerle simpática porque me ha cedido un pedazo de carne que ha hallado entre la basura y además me ha llevado a su refugio, un túnel que pasa por debajo de las vías del ferrocarril. Debe entender que vengo de otra tierra y por eso ha querido ser amable. Me gusta porque está sucio y no tiene ningún tipo obligaciones con los humanos. Me ha recordado el tiempo en que yo tuve que sobrevivir en la calle. Pero no todos los recuerdos son lindos ¿no?

Sus heridas me decían que no siempre las cosas son fáciles. Y entonces me acordé de Javi. Seguro que me estaría buscando; y me regañaría. Cargada de temores busqué a Noa en las inmediaciones y ladré. Noa apareció entre unos matorrales y juntas regresamos a casa. Sentía el miedo de haber hecho mal y asimismo la libertad de haber roto con las reglas.

Cuando llegamos, volvimos a saltar las rejas e increíblemente no nos estaban buscando. Javi seguía trabajando con el otro humano en el patio. Los pájaros verdes se habían marchado y el sol iba detrás.

Ahora que ya estoy tumbada en el viejo colchón y con el estómago lleno, pienso en el rostro poderoso del perro callejero y en el brillo apagado de sus ojos. Tengo suerte de contar con Javi. No deseo la libertad si no es para compartirla. Ojala Javi pueda encontrar la suya, y que como hoy a mí le llegue.



Día 10

(Me castigan)

Ayer no me pillaron cuando me escapé con Noa y nuestro nuevo amigo perruno. Pero hoy no me he librado. De nuevo he seguido a Noa aunque esta vez Javi se dio cuenta y he escuchado sus silbidos al poco rato mientras olisqueaba por la calle. Es por eso que me he pasado el día encerrada en el patio interior viendo cómo Javi y el otro humano trabajaban sin descanso. Únicamente cuando ha llegado el atardecer hemos salido a dar un paseo. Mañana si Noa intenta convencerme no sé qué voy a hacer. Tengo dudas.





Día 11

(Viajamos a Escobar y a Tigre)


No me esperaba vivir un día tan intenso. Por la mañana nos montamos en el coche del humano que vive a nuestro lado y hemos ido a un sitio al que llaman Escobar. Es más grande que nuestro pueblo y no se ven perros por las calles. Hemos parado en el centro para dar una vuelta y después en un sitio de las afueras que olía a caballos y humanos especiales. Javi ha estado un buen rato hablando con un humano que sonreía todo el tiempo y que le estuvo enseñando el sitio. Ha sido un poco aburrido, pero más tarde tendría mi recompensa. Hemos continuado por una carretera que cada vez tenía más baches. Árboles enormes han ido sustituyendo a las casas. Un olor intenso a naturaleza virgen ganaba mi nariz y hasta me han dejado sacar la cabeza por la ventanilla para sentir la velocidad. De pronto comenzó a oler también a río y luego a mar, todo entremezclado; y a muchas otras cosas que no había olido nunca. Fue entonces que llegamos a un sitio increíble. Todo era de un color verde intenso. No puedo decir si era un río o océano porque el agua no era dulce ni salada. Y me bañé. Había miles de pájaros y otros animales que ignoro que son y que rehuían de mí cuando me acercaba. Se veían barcas cruzar de una orilla a la otra y algunos humanos haciendo fotografías. También se distinguían algunas islas rodeadas de palmeras y cocoteros. Javi y el humano que vive a nuestro lado se hicieron un pitillo y se sentaron al sol. Yo me perdí en un bosque espeso en el que los sonidos provenían de cualquier dirección. No sabía a cual atender. Casi se embotaron mis sentidos y temerosa de extraviarme entre tanta maravilla busqué a Javi. Estuvimos un par de horas por allí y luego volvimos a casa.

Aún no entiendo por qué Noa no se vino con nosotros. Seguro que le hubiera gustado. Al llegar de casa no estaba. Se había escapado de nuevo. Yo estaba cansada de tanta novedad y enseguida me he quedado dormida. En sueños me veía otra vez allí, correteando feliz entre los bichos y las flores, incansable.

Ahora, mientras Javi cena con los dos humanos con los que vivimos, acabo de oler y escuchar decirles que este lugar mágico en el que hoy hemos estado se llama Tigre.







Día 12

(Javi me quita el collar)



Qué sorpresa más grata me llevé hoy. Todo el día bien, menos un par de horas que Javi me ha dejado en el patio interior de casa en tanto él se a ido a no sé dónde. El caso es que cuando regresó yo me había vuelto a escapar con Noa, pero al encontrarnos, en vez de regañarme y castigarme, me ha quitado el collar, me ha mirado fijamente a los ojos, diciéndome que a partir de ahora ya no podía velar siempre por mi estado, que juntos debíamos superar nuestros respectivos miedos y me ha dejado en la calle con mis amigos.

He de reconocer que al principio no sabía cómo tomarme la nueva situación, y casi al mismo tiempo he regresado con él a casa. Mi mente no entendía nada, y en mi confusión, sentía miedo a que me abandonara.

Ahora, más tranquila, pienso que sencillamente pretende que sea un perro más del pueblo, para que me respeten como a cualquiera de mis compañeros y de igual modo me traten. El caso es que hoy no me he vuelto a escapar; tal vez porque ahora puedo irme cuando quiera. He de ser responsable, y demostrar a Javi que puede confiar en mí. Aunque mañana…







Día 13

(Las cachorras humanas)

Hoy la casa se ha llenado de gente humana. Estaba Javi, el humano que vive con nosotros, el que vive al lado, dos humanas que no conocía y dos cachorras humanas que han aparecido como un torbellino colosal.

Desde temprano se notaba que algo iba a ocurrir. Han hecho fuego y ascuas, y después han asado carne rica; aunque como siempre Noa y yo hemos tenido que conformarnos con las sobras. Nunca he entendido por qué esto tiene que ser así. Pero bueno, es la historia de los perros y los humanos; pura desigualdad.

Los dos humanos que viven con nosotros estaban nerviosos. Sus caras reflejaban alegría y una ambigüedad emocional que sólo he podido comprender al oler a las cachorras. Y es que éstas eran suyas y por lo que se ve llevaban además un tiempo sin estar con ellas. Debe ser que los humanos también separan a los cachorros de los padres, al menos algunos.

Así, el día lo hemos pasado en casa. Después de comer Javi me ha sacado a dar un paseo y poco más. Por la tarde hemos estado jugando todos en el patio de delante al cogido y nos hemos reído mucho. Noa y yo perseguíamos a las cachorras y Javi hacía fotos todo el tiempo. Cuando han tenido que irse me ha dado mucha pena, aunque aún más a los humanos. Sus ojos se han humedecido y Noa y yo nos hemos acercado a ellos a lamer sus lágrimas.

Por eso esta noche me he venido a dormir a la puerta de la habitación del humano que vive con nosotros. Javi me ha visto y no me ha dicho nada. Creo que intuye por qué lo he hecho. Y es que es muy duro, yo lo sé, que te separen de tus cachorros.





Día 14

(Noa está en celo)

Hay por lo menos veinte perros en la puerta de casa. Y no se van. Han estado media noche aullando y peleándose unos con otros. Los vecinos les tiran piedras pero les da lo mismo. El olor es tan fuerte que dobla el aire y lo desdibuja. Noa está en celo y el humano que vive con nosotros y Javi no pueden controlarlos.

Los perros tratan de colarse por todos los sitios. Han escarbado por debajo de la puerta. Algunos se cuelan entre los barrotes de la reja. Sus gemidos asustan a los cachorros humanos y exasperan los nervios de todos. El humano que vive con nosotros ha encerrado a Noa en el cuarto de la lavadora y no la deja salir. Noa está triste; sin embargo si saliera, creo que se la comerían.

A mí en cambio no me han encerrado. Esta tarde cuando Javi ha salido y me ha dejado en el patio, he decidido escaparme. He estado durante horas rulando yo sola por ahí. Como los perros no quieren nada de mí, he podido dedicarme a olisquear y a buscar entre la basura. Con todo, cuando he vuelto a casa Javi parecía sombrío. Creo que aún le asusta que me vaya a la calle. Tal vez han sido demasiadas horas fuera. No obstante él se fue primero y yo no le echado en cara que se vaya, aunque antes sí que lo hacía. A lo mejor tengo que ser más comprensiva; y como ya dije el otro día, también más responsable. Al fin y al cabo esto es nuevo para los dos y tenemos que cuidarnos el uno al otro.

Fuera de estas incidencias, nada importante ha sucedido hoy. Javi ha estado tecleando hasta tarde y ahora fuma un cigarro tras otro viendo la tele. El humano que vive con nosotros aún no ha regresado a casa desde el mediodía. El que vive al lado tampoco. Noa continúa encerrada en el cuarto de la lavadora, triste, y afuera, como guardianes incansables de la multiplicación, tumbados o alerta, gimiendo o gruñendo, todos ellos husmeando la dulzura, de tantos tamaños y colores como estrellas hay en el cielo, aguardan todos los perros de Maschwitz a tener su oportunidad.

martes, 11 de junio de 2013

DIARIO DE UNA PERRA EN ARGENTINA


Día 1


(Lo inconcebible fue volar)



Ya me daba el olor de que algo se avecinaba inexplicablemente. Ahora entiendo los excesivos mimos, las chuletas del sábado y el domingo, la celebración humana y mis primos cánidos, las lindísimas fotos (como ya he escuchado que se dice por aquí) que todos me prodigaban, aún sabiendo que a mí no me gustan las fotos; aunque sí las chuletas, claro. El caso es que mi nariz no me engañaba, y así cada uno de los gestos que sin querer me anunciaban los acontecimientos que confundían y mezclaban su alegría, tristeza, miedo e ilusión. La voz afectiva que surgía de sus bocas espontáneas, los gestos insólitos de cariño, las lágrimas que me sorprendían y que yo lamía siempre con sed, eran como un súbito anuncio que yo no entendía pero sí.

De este modo, esta mañana me han paseado antes de lo habitual. El padre de Javi, que suele ser quien últimamente me saca al campo, iba todo el tiempo diciéndome que me cuidara y cuidara a Javi, que iba a echarme de menos, y me pasaba todo el rato la mano por la cabeza y me rascaba la barbilla como me gusta. Después nos hemos ido todos juntos a un lugar desconocido que enseguida me asustó. El viaje ha sido silencioso. Javi, que conducía el coche, miraba continuamente por el espejo retrovisor y me he fijado que se llevaba los ojos humedecidos. Si me asusté fue porque enseguida me metieron en el trasportín. Se conoce que era uno de esos sitios donde los perros no pueden interaccionar con los humanos y nos prohíben olfatear libremente; ni siquiera atados con correa. En un principio no me preocupé, y como Javi estaba ahí conmigo, me relajé bastante y no le di más importancia. Sin embargo al de pronto vino alguien y se me llevaron. Todos se despidieron de mí y me puse a temblar de miedo. Javi había echado un spray en el interior que me sujetó un poco los nervios pero que resultaba insuficiente. Vi cómo Javi y su familia se alejaban en la dirección contraria y entonces también se separaron. Abrazaron y besaron a Javi y luego pasó una barrera hasta desaparecer de mi vista. No podía ser. El humano que me conducía a algún lugar me subió a un vehículo en el que me esperaban varios compañeros perros en sus respectivos trasportines. Fuimos en él hasta unas cintas en las que nos examinaron de arriba abajo. Después una especie de pájaro de hierro que gruñía rabioso nos aguardaba. Y nos devoró. Dentro de él, nos colocaron juntos en una habitación fría y amarraron los trasportines con cuerdas. Ahí comencé a ladrar. Javi no aparecía por ninguna parte y aquello me inquietó mucho. ¿Dónde me llevaban?... ¿Por qué me habían dejado sola?.. La sensación de abandono me dominaba por completo y era la peor de las desconfianzas. Dieciséis horas pasé en aquel infierno, del cual sentí el movimiento y la aceleración. Hubo instantes en los que mi instinto me decía que estaba volando, pero no era posible. A veces creía oler a Javi cerca de mí, aunque no confiaba que fuera real dado mi estado. Aullamos los perros en las tripas del pájaro sin ser escuchados por nadie. Cuando se por fin se posó, nos sacaron muy pronto de allí, nos situaron en sendas cintas y de repente olí a Javi que me esperaba al otro lado de la cortina. Ladré fuerte para que me oyera y él silbó. Cuando contemplé su cara me puse todo contenta y Javi comenzó a llorar. Otro humano le ayudó a bajarme y después de atravesar varias cintas más y de colocarme en un carrito con otros bultos.

Inmediatamente de salvar aún varias puertas correderas de cristal salimos a la calle. La noche olía a queroseno y palmera, a humo de tabaco y distancia, a luna cambiada, a estrellas diferentes, a sueño concentrado, a mil y un olores desconocidos. Javi se hizo uno de sus pitillos y todo se calmó. Un par de horas más tarde, me pidió que me metiera de nuevo en el trasportín. Yo lo miré con odio y desesperación, pero su cara revelaba que era algo imprescindible, inevitable, sencillo de creer. Cansada me introduje de nuevo allí, y ahora, en el interior del moderno edificio me duermo pensando que Javi no puede ser capad de abandonarme de nuevo después de todo lo que hemos vivido juntos durante este intenso y extraño día.







Dia 2

(Ingeniero Maswitz: el sitio de los perros)



Al final no estuvo tan mal lo del trasportín; casi resultó preferible. Pues dentro, si Javi se encuentra cerca, a la distancia justa de mi nariz, me gusta. Poco después, cuando todavía estaba oscuro, me montaron en un coche ignoto y fuimos a parar a un lugar incomprensible, un lugar que se me todavía hoy se me escapa, un lugar en el que viven los humanos, aunque sus calles se encuentran pobladas por una multitud de perros callejeros. Después de tantas aventuras recientes, esto me hizo sentir como en casa. Javi me soltó la correa y dejó que me alejara con ellos, que los olisqueara, que aprendiera su arte. Como había bastante tráfico, a pesar de que la mayoría de las calles eran de arena, sin asfaltar, habíamos de tener mucho cuidado. Pero lo más sorprendente era que los coches respetaban nuestro paso; les parecía natural frenar cuando cruzábamos por delante.

Al mediodía, después de muchas idas y venidas, llegamos a una bonita casa donde nos ha recibido una perra que se llama Noa y un humano cargado de acento meloso que trasmitía paz. Luego comparecería otro humano, de carácter nervioso, con gestos bruscos pero amables, que nos ofreció algo de comer, y después otros cuantos que nos sonreían y me acariciaban solícitos. Mi cama fue desde el inicio un colchón viejo que se hallaba en la misma habitación de Javi; tal vez por eso nada más entrar me subí en él. El ambiente olía a juerga y desafío, a especia y a polvo, y sobre todo a hospitalidad.

Ahora pienso que los perros aquí te olfatean el alma, aunque sólo les importe el corazón del presente; quizá porque su supervivencia comienza con el sol y termina irremediablemente bajo la luz de las estrellas o la creciente oscuridad cerrada. No son territoriales, ni demasiado agresivos, y tampoco necesitan jugar porque se olvidaron de ello. Creo que en su resignación se encuentra la clave para su conquista cotidiana. Pero dicha creencia me hace sospechar.

Como Javi estaba muy cansado de cargar todo el día con el trasportín y las mochilas de un lado a otro, nos dormimos enseguida. Sin embargo las horas se reinventaron, renacieron, y aún tuvimos tiempo de compartir perros y humanos una buena milanesa de ternera con papas. Los humanos se reunen y se convidan, sí. Pero este pequeño pueblo que huele parrillas, palmeras, yeguas, polvora y dudas, será ya siempre para mí el sitio de los perros.







Día 3

(Los hermanos Quevedo y otros humanos)


Hoy he tenido tiempo de explorar la casa en la que vivimos. Está muy desordenada, más de lo que la madre de Javi soportaría, pero los dos nos hallamos muy a gusto. Mi compañera Noa es amable y no recela de mí en ningún momento. Cada vez que salimos por la puerta, nos aguarda Romeo y su banda, que son los perros callejeros de nuestra calle. La casa, como digo, es baja, de una sola altura, con un jardín en la parte delantera y un patio interior. El primero huele a hierba y otoño quebrado, el segundo a carne asada y macetas renacidas. Hay un salón unido a la cocina y tres habitaciones. El baño tiene las baldosas levantadas, aunque es bastante fácil beber del retrete.

Por la mañana hemos ido a dar un paseo por el pueblo. No es muy grande, y casi todas las calles se hallan circundadas por árboles enormes que nunca antes había percibido y sobre los que resulta muy satisfactorio orinar. Javi ha estado haciendo fotos con su cámara y yo como siempre he evitado aparecer en ellas. Más tarde, tuve que esperarle afuera de varias tiendas, y atada, pues creo que a Javi aún le da miedo dejarme suelta con tantos coches circulando. De regreso a casa, nos aguardaba el humano que nos recibió ayer; el que tiene la voz suave. En verdad éste vive en la casa de al lado, pero siento que es pariente del otro humano que nos acogió a nosotros, pues el olor de su sangre es similar; estoy convencida de que son hermanos. Varias horas después ha llegado el otro en una motocicleta ruidosa que ha hecho ladrar a todos los perros de la calle. Es muy simpático y me ha puesto de beber un cubo de agua fresca. Ambos han empezado a discutir de manera airada, pero luego se han abrazado y han hecho las paces. Yo me he enfadado con los dos, porque poco después han secuestrado a Javi durante unas cuantas horas y nos han dejado a Noa y a mí solas en el patio interior de la casa. Sin embargo, cuando volvieron nos trajeron un pedazo de carne con verduras, y seguidamente Javi me ha sacado a la calle para que me calmara y hiciera mis necesidades.

Voy haciéndome al pueblo, a pesar de que aquí las cosas son muy diferentes. Los rasgos de los humanos cambian y en su voz hay una cadencia engañosa. Aparentemente son cordiales, pero a veces ocultan sentimientos violentos que chisporrotean en sus miradas como ascuas.

Sólo cuando cayó el sol retornamos al hogar. Por la noche las calles se vacían y los gatos sustituyen a los perros. Únicamente alguno permanece al acecho. Después de cenar comenzaron a llegar humanos que cantaban y se reían a carcajadas. En este instante, medio dormida, los escucho hablar y brindar sonoramente los vasos. Llevan horas y horas sin detener la celebración. Hace un momento me he asomado para ver a Javi. Me ha llamado y me ha acariciado la cabeza. Está bien; y yo lo mismo. Sus ojos me han dicho que no me preocupe por nada, que puedo descansar tranquila. Y yo, obediente, me he tumbado sobre el colchón para esperarle.





Día 4

(Comienzo de la rutina)


Por fin he sentido la rutina. Temprano a caminar y a esperar a las puertas de las tiendas, aunque hoy sin atar. Javi tecleando frente a una pantalla de comunicaciones a través de un cristal sucio; supermercados atestados, parques verdes henchidos de perros y niños que me siguen; calles de tierra y cientos de rastros en cada esquina. Coches que surgen de pronto; gritos de hastio; algarabía desordenada de vida humana que se va haciendo de a poco, al principio leve, después tan torrencial como imparable.

Javi parece cansado desde anoche. No ha dormido prácticamente nada pero se ha puesto en marcha enseguida. A mitad del día hemos ido a un lugar donde olía a caballo y a cerdo. Allí ha hablado con un humano de tez oscura que mostraba unos dientes muy blancos y que se movía verdaderamente despacio.

Ya en casa he jugado con Noa antes de comer, mientras Javi seguía tecleando y tecleando sin tregua. Uno de los hermanos, el de la voz calmada, nos ha conducido por la tarde hasta un parque maravilloso que se extendía por la orilla de un río. El sol caía entre las hojas de los árboles, y aunque se distinguía el frío aproximándose desde el sur, el ambiente era del todo primaveral. Debemos estar cerca de una gran ciudad porque me llega el olor de la contaminación a la nariz. Pero este lugar sin embargo es un paraíso que sobrevive con una fuerza excepcional.

Con todo, el día se ha marchado sin demora. Javi se ha reunido de nuevo con un grupo de humanos en casa. Han visto un rato la tele y ahora beben a grandes tragos. Con un papel duro se acercan un polvo blanco a la nariz y aspiran fuerte. Creo que celebran nuestra llegada porque Javi se explica y centraliza la atención de todos. La música suena y Javi canta una canción que le escuchado cantar muchas otras veces. Conforma el ritmo con los nudillos sobre la mesa. Los otros aplauden y a su vez cantan canciones. A mí me aguarda el colchón, pero como los siento ciertamente perdidos y alegres, voy a esperar a ver si por azar me les cae algún bocado clandestino o una caricia adjunta por el suelo.



Día 5

(El cansancio y la parrillada)


Había que descansar. Este ha sido sin duda el motor del día. Lo mejor fue la visita a la carnicería, donde me obsequiaron con un hueso que me tocó defender ya en la calle y con los dientes de todos los perros oportunistas del pueblo. Javi y el humano que vive con nosotros se han pasado la tarde viendo películas y fumando especias, con los ojos enrojecidos y el cuerpo en posición horizontal. No obstante por la noche han remontado su cansancio y confabularon juntos lo que sigue. El humano encendió la barbacoa del patio. Una torre de ladrillos por donde las chispas y el humo escapaban libres hacia el cielo. Javi preparó por su parte una tortilla de patatas y un par de ensaladas de tomate y cebolla. El carbón se consumía dejando ascuas redondas sobre las que fueron a colocar una parrilla con enormes trozos de carne. Este olor lo impregnaba todo: la luna, el silencio, los árboles, y hasta el viento que se llevaba amargamente dicho olor. Noa y yo permanecimos sentadas y a la espera mientras duró la magia de la carne. Sin embargo apenas nos procuraron algunas sobras. Era comida de humanos para atraer el corazón de un millar de perros. Tal vez por ello en nuestra calle no han dejado de aullar en toda la noche, como si supieran que a su lado discurrió un sueño que jamás podrá estar al alcance de sus fauces heroicas.





Día 6

(Todo el día sola)


No me apetece hablar. Javi me ha dejado sola todo el día en casa, y aunque por la noche me ha sacado a dar un buen paseo y me ha acariciado cariñoso, no me apetece recordar. Ha sido insufrible. Noa escuchaba mis ladridos desesperados con asombro, y me ha dicho varias veces que no merece la pena sufrir tanto. Javi huele a ciudad, a campo de hierba rodeado de cemento, a pólvora de bengalas, a hamburguesa y a silbidos. No sé qué cosa habrá hecho, pero hoy se ha dormido en un minuto. Su boca expira alcohol y su alma se dibuja borrosa sobre el techo lleno de grietas y humedades.



Día 7

(La desesperación de Javi)

Me he despertado intranquila esta mañana. Todos estos días, desde que estamos aquí, no he reparado en los cambios acaecidos a nuestro alrededor. ¿Dónde se encuentran todos aquellos humanos que junto a Javi me cuidaban y protegían de cualquier peligro? He recordado su olor y sus gestos de cariño y los he echado extraordinariamente de menos. ¿Dónde está aquel otro pueblo en las montañas, rodeado de árboles y estepas?, ¿y dónde aquellas casas y lugares que componían mi retórica de la realidad? ¿Dónde se han quedado aquellas caras queridas que me alimentaban y me acariciaban en todo momento, que me sacaban a pasear, que compartían conmigo un sillón o un pedazo de pan y me rascaban la tripa calmándome si tenía miedo? Dicen que los perros no tienen memoria, pero es una mentira. Aunque en este pueblo los perros únicamente piensen en sobrevivir, yo recuerdo todo esto perfectamente. Los perros de aquí no pueden recordar el pasado. Pero si ellos fueran a vivir a donde yo viví sí que lo harían, como a mí me está ocurriendo ahora.

Así comencé el día, entre recuerdos y vacíos. Y rápidamente me dio por pensar si Javi estaría también añorando todas estas cosas. Deseé equivocarme, pero no fue posible este error, y lentamente he ido descubriendo señales que mi olfato infalible no ha parado de asumir.

Aparentemente Javi está contento, aunque ciertos gestos le delatan. Cuando sale de las tiendas donde teclea incansable, cuando mira y remira su teléfono después de sacarlo del bolsillo, cuando suspira. A veces permanece un rato mirando a ningún lugar y sus ojos se vuelven hacia dentro. Yo lo sé. En esos instantes recuerda. Y se humedece su mirada hasta convertirse en una especie de niebla densa que no admite la luz.

No siempre le ocurre, pero intentaré estar más atenta a estos signos. Como cuando hoy ha pasado a una de esas tiendas a las que acude todos los días y después de un rato ha salido con la cara desencajada. He olido su desesperación y entiendo que la causa de la misma es que no pudo comunicarse con su familia. Luego me ha llevado a pasear pero se hallaba completamente ausente, hasta el extremo de no hacer ninguna cuenta de mí. La única manera que he urdido para sacarle de dichos sentimientos turbios ha sido utilizar mi comportamiento disruptivo. De ese modo he empezado a comerme todo lo que me encontraba por el camino, y a alejarme cada vez más de él. Javi, a pesar de su estado, ha ido reaccionando bien para orientar mis comportamientos . Aunque cuando lo hacía volvía a caer en una pesadumbre visible. En una de esas un coche casi me atropella y solamente esto ha logrado sacarle de su desconsuelo. Ha estallado en lágrimas, me ha agarrado con la correa y me ha reprendido dúramente.

Más tarde, ha debido caer en mi estrategia, la cual no desconoce del todo, y se ha sentado a mi lado para abrazarme. Hemos permanecido así unos minutos, y después hemos regresado a casa.

Ahora entiendo lo duro que ha debido ser para Javi alejarse de su familia. Por ello esta noche, mientras duerme, he querido sustituir el viejo colchón que normalmente me acoge para poder calentar así sus pies y sus sueños y acercarlos a la terrible distancia que han de recorrer.