eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

miércoles, 6 de marzo de 2019

LA CONCIENCIA DE LOS ÁRBOLES


I

            En una península imaginaria, un sabio loco descubrió que los árboles también podían tener conciencia si desde pequeños nos aleccionamos en la disciplina de la bondad.
            Sucedió un día, en su jardín, cuando se disponía a talar un viejo olivo que había plantado el padre de su padre de su padre... y con el que creció desde niño. Muchos años habían compartido los dos; y muchas experiencias: escaladas, conversaciones, lecturas, sombras, abrazos, podas y otros mimos. El Sabio Loco aún no había llegado a comprender lo que más tarde sería para él una revelación insólita.
            Antes de ejecutar su idea, se quedó un instante contemplando al Viejo Olivo; en la mano el hacha. En un momento recordó aquellas cosas descritas que fueron parte importante de su vida; recuerdos de infancia que le acercaban a una desusada sensación de libertad y conocimiento, que yacían en la base de sus emociones y ánimos. Y fue entonces que el árbol le dijo:
            -¿Acaso estamos en guerra?... ¿Desde cuándo, hermano, me consideras tu enemigo... si yo nada te hice?-
            El Sabio Loco miraba atentamente al olivo y seguía escuchando sin oír pero entendiendo aquella voz arraigada a algo.
            -Yo, que no ocupo más que unos palmos de tierra, tengo que morir para que tú vivas más cómodamente. ¿Cuántos de nosotros tendremos que asumir esta mentira para que ustedes sean felices?...-
            De pronto, el suelo empezó a temblar; y sin misterio alguno... el Viejo Olivo desenterró lentamente sus raíces, se agitó en el aire para desperezarse de la quietud y la rigidez, y se fue caminando por la entrada principal, muy discreto, ante el asombro indescriptible del Sabio Loco, que fue poco después tras él sin saber lo que decirle.

II

            El Sabio Loco, después de asistir al despertar de la movilidad del Viejo Olivo, se sentía muy triste... Aparte de que caviló que esta actividad antes imposible podría ser el mayor descubrimiento científico y social de los últimos tiempos. Un árbol que camina y que es capaz de comunicarse. Si alguien llegaba a contemplar esta quimera sin duda trataría de sintetizarla como propia, y analizarían y estudiarían y diseccionarían al olivo persiguiendo las causas y orígenes de su comportamiento extraño.
            Así pues, el Sabio Loco, que ya se arrepentía y sufría por haber decidido talar a su amigo, que tenía el corazón lleno de dudas y de afectos, hizo un cálculo de su error y aprendió súbitamente de las conclusiones: no entender exactamente la razón de sus actos: porque sí, por espacio, por indiferencia, por hastío... ¡Qué absurda es siempre la verdad!... Y qué sencilla sin embargo. Por ello salió en su busca y se sorprendió mucho al ver que el olivo era a cada segundo más ágil y más honesto. Tuvo que correr tras él por toda la calle. Sus raíces sinuosas le llevaban con rapidez por el asfalto como si estas fueran un ovillo retorcido de serpientes de madera. Cuando casi lo había alcanzado, le gritó:
-Escucha, por favor, escucha...-
            El Viejo Olivo entonces se detuvo, se volvió hacia el Sabio Loco y, sin proferir una sola palabra, se puso otra vez en marcha. Nadie podría creer que aquello que brotaba en medio de su tronco eran lágrimas; pero a pesar de todo lo eran. Lágrimas confusas.
Al advertir este rastro de desencanto firme, el Sabio Loco se acercó aún más, agarró suavemente una de sus ramas y, algo más tranquilo, le dijo al árbol:
-Por favor, perdóname. No llores. No es la primera vez que te veo llorar. Soy un necio. Lo había olvidado. Lo siento.-
El árbol, ante estas palabras útiles, cesó su huída y permaneció en pie, escuchando las primeras hipótesis del Sabio Loco que, con los ojos desnudos, vencidos y contentos por haber logrado su atención, se encontraba frente a él, jadeando y reteniendo el compás de su sangre, revolucionado por los acontecimientos recientes y la espiral misteriosa que comenzaba a fraguarse en sus recuerdos y que acudía llamando a las puertas externas de su mente.
-Regresa conmigo a casa.- Le aconsejó. -Nadie puede descubrirte. ¿Lo comprendes?... Tengo que contarte algo, algo muy importante...-
El Viejo Olivo, enfrentado a sus impulsos de amargura y a la contradictoria realidad que se abría ante él, decidió seguir con todo el consejo del Sabio Loco, y así, juntos, retornaron al jardín de su casa.
Eran dos siluetas de una misma figura nacida de la sensatez.   

III

            Algo más calmado, el Viejo Olivo se dejó trasegar hacia las explicaciones. En la mirada del Sabio Loco se extendía un área de remordimientos sin tregua que apuntaban al ayer. El jardín, un pequeño rectángulo de hierba horadado en su eje por la intervención y actividad del olivo, brillaba bajo el sometimiento de los colores. Varias macetas se distribuían azarosamente por los rincones, con plantas remotas, con nombres de mujer y de esperanza, y un muro de ladrillo encofrado que lo recortaba de un resto de superficies lindantes tan lejanas como la altura de las distintas disociaciones de la propiedad.
            -Perdón, perdón...- Afirmó el Sabio Loco en un arranque de coraje. -No puedo justificarme pero perdón.-
            El Viejo Olivo, aguantando este atisbo de excusa natural, consintió que se desahogara sin interrumpirle, aunque sin postergar la imagen no tan distante del filo del hacha en su mano.
            -No puedo justificarme pero perdón. Lo que te tengo que decir pasó hace muchos años, muchos. No sé si te acuerdas. Yo era un canijo que acababa de empezar la escuela. Fue esa noche en que una tormenta se asomó desde el extremo sur de las montañas y avanzó lentamente hacia la ciudad. La vi y tuve miedo. Se escondía detrás de las piedras de los riscos y supe que venía con malas intenciones. Desde la ventana de mi cuarto la vigilé durante horas. Se deslizó por una ladera hasta tocar los primeros cerros. Después cruzó la llanura y levantando polvo y vapor se situó encima del barrio y de la casa. Nada parecía suceder. A mí me temblaban las piernas y los brazos, pero la curiosidad era más grande. Allí estabas tú, en mitad del jardín. Te iluminaba la bombilla del patio y el viento zarandeaba tus ramas. Era como si bailaras al son de las nubes, hechizado como yo por la majestuosidad y la inmensidad de su espacio.
De pronto se partió el aire y la culebra de luz se enroscó en tu tronco y lo hizo arder hasta quebrarlo. Sí, ¡te cayó un rayo!... Luego el trueno contiguo borró todo rastro de realidad y la penumbra se fue restaurando para ocultar lo sucedido.
            Yo, bajé corriendo por las escaleras y, al traspasar la puerta del jardín, ya te estaba echando un cubo de agua el abuelo. Tiraba maldiciones al cielo porque la tormenta se alejaba sin haber arrojado ni una sola gota de lluvia, sonriendo con malicia, perdiendo fuerza.
            El abuelo te abrazó. El rayo te había herido de muerte. No sé precisarte porqué; pero te oí llorar. Al principio lo confundí con mi propio llanto. Si embargo acabé por distinguirlo. El mío decía se va a morir... Y el tuyo me estoy muriendo...
            Le pregunté a mi padre qué iba a suceder contigo, y me respondió que no me preocupara, que el abuelo y él harían todo lo posible. Te vendaron el tronco con unas amarras de goma y te rociaron agua con una manguera. Cuando mi madre me arrastró de nuevo a la cama, removían la tierra con sus manos y esparcían simientes optimistas alrededor tuyo. Tú seguías llorando. La herida debía ser muy profunda. Ya cerca del amanecer el abuelo y mi padre marcharon a dormir. Mi madre me dejó pensando que había caído en el sueño, pero simplemente fingía. Estuve escuchando tus lamentos toda la noche, con los ojos cerrados. En silencio volví a bajar las escaleras y salí al jardín para consolarte. Aún olía tu cuerpo a quemado. Había cientos de astillas por el suelo. Me acerqué a ti y con los dedos curiosos palpé tu cicatriz reciente. Sé que no tiene demasiado sentido, aunque sí... Pero recuerdo perfectamente que te dije: No te mueras, por favor... No quiero que te mueras. En ese preciso momento me hablaste, me hablaste a mí. Tu voz sonó dentro de mi cabeza; se ajustó a la frecuencia de mi fantasía o mi intuición; y susurraba: Súbete a mis ramas. Ven conmigo. Tengo miedo de quedarme solo.
Y yo subí, cómo no... Con ayuda de un triciclo y gracias a que tus ramas me sujetaron por los pies. Allí me encontró bien entrada la mañana el abuelo mientras desayunaba pan mojado en leche. Desplegó sus brazos, me alcanzó y me acompañó a la cama. Me aseguró que sobrevivirías con un poco de suerte pero que debías descansar. Le hice caso, y me dormí estimando que los árboles podían hablar.
            Nunca hasta el día de hoy había vuelto a escuchar tu voz. Alguna vez después creí escucharla; pero no como aquella noche, no como hoy. Lo había olvidado todo; a pesar de los años compartidos. Lo había olvidado... Me olvidé de que nos hicimos amigos. Me olvidé de que te quería. Olvidé que tenías, como yo, una conciencia de las cosas; casi de que existes. Olvidé que eres mi hermano. Y por ello te pido perdón.-
            El Viejo Olivo, con la luz entre las hojas dibujando burbujas verdes como insomnios de flores o minúsculas primaveras, entornó sus ramas rodeando al Sabio Loco. En el aire platicaron antiguas ciencias cercanas a la magia. Allí había un baile de astros y de siglos, de energía inconsumible hacia un futuro mejor. Lo abrazó y, sin permitir forjar silencios ni responsabilidades, le dijo con sinceridad:
            -Las mayores grandezas de un corazón bueno son admitir un error imperdonable y querer positivamente lo perdido. Tus palabras son humildes, sentimientos de un niño... Te perdono. Claro que sí.-
            En mitad del abrazo se acentuó la coalición de la sangre y las savias. Insurrectas preguntas surgieron; metamorfosis de ideales hubo. Mutación simbiótica de sentimientos y perspectivas. El árbol separó al Sabio Loco de sí para mirarlo fijamente a la cara; y sonrieron. Fue así como hicieron las paces, mientras las hormigas y demás insectos diminutos empezaban a renovar y ampliar sus mapas de fronteras dada la nueva situación del territorio del jardín y los cambios existenciales acaecidos en su seno.

IV

            Después de todo y del tiempo, el Viejo Olivo halló una fórmula para bien existir y para conceder un sentido inédito a dicha existencia. En los noticiarios anunciaban en indulgentes y falsificadas imágenes, injusticias que padecían los suyos. Desde la puerta del jardín asistía al espectáculo del televisor atónito por tanto desastre natural y tanta indiferencia. La península imaginaria se desvanecía en el frío de este espectáculo humano. Aquí y allá proliferaban incendios intencionados que arrasaban miles de hectáreas de monte, complejos urbanísticos que mordían la naturaleza como un monstruo de progreso, incoherencias que restaban árbol tras árbol, copa tras copa, de la suma del paisaje a un olvido prescindible de espacios abiertos y negocios con lucro ansioso.
            -Ahora que por un azar o qué sé yo he logrado ser consciente de lo que soy- Le decía a veces al Sabio Loco. -y de lo que pasa, no puedo echar raíces en mi propia historia. Debo ayudar a despertar a los míos.-  
            -Tiene que haber una razón para todo esto. Lo que nos ha ocurrido es impensable. No te aflijas. Pronto sabremos hacia donde ir- Respondía el sabio.
            -Hacia las catástrofes- Agregaba entonces el árbol.
            -No seas insensato...- Le pacificaba el Sabio Loco- Antes debemos ir a ver a La Gitana.-
            ¿Quién sería aquella gitana?... Se preguntaba el Viejo Olivo. En varias ocasiones la había mencionado su amigo con un gesto incongruente en la cara; una mueca incierta que no dejaba pasar lucidez ni suposición. Sin duda se debían conocer; y por ello se delataba dolor o vergüenza. En verdad pinceladas imaginativas que no conducían a nada. Sin embargo era la única sensación de camino que experimentaba el árbol, su primera sensación de camino; y esta sensación le gustaba.
            En aquellos días se fueron averiguando y deshojando el uno al otro. El olivo conservaba un apego legítimo hacia la tierra del jardín. A veces permitía que sus raíces se introdujeran de nuevo en sus entrañas... mientras el Sabio Loco le contaba ciertas anécdotas sobre su vida. Por las tardes solía apoyarse en su tronco en tanto el Viejo Olivo estiraba sus brazos hacia el sol. También le leía cuentos y columnas de periódicos. Juntos contemplaban el atardecer y se reían de las formas de las nubes.
Luego, en las noches, tras asegurar el perímetro de riesgo, salían a pasear por un campo cercano. Bajo las estrellas y el manto confuso de oscuridad iban como dos sombras desiguales. El Viejo Olivo se balanceaba y avanzaba alegre por el camino. Rozaba con sus ramas a sus hermanos mayores y menores. Estos parecían contestar en su inconsciencia con caricias reflejas que él agradecía a cada paso. El Sabio Loco presenciaba lleno de fascinación estos procesos. Había mucha humanidad perdida en el comportamiento de aquel árbol.
            Caminaban así durante horas, sin rumbo fijo, persiguiendo a la luna o a los murciélagos ciegos que se arremolinaban alrededor del Viejo Olivo algo exaltados al descubrir en sus radares que aquello que se movía era ciertamente un árbol.
            Una de esas noches, precisamente en esa en la que casi se olvidaron de regresar a casa, el Sabio Loco abrió la puerta a una posibilidad que llamaba con nudillos nerviosos.
            -Mañana, en cuanto se ponga el sol, marcharemos a la chabola de La Gitana. Se encuentra a unos kilómetros de aquí. Deberemos darnos prisa para volver antes de que amanezca. No sería bueno que nadie nos descubriera.-
            El Viejo Olivo no desaprovechó la oportunidad.
            -Es evidente que te resistes a hablarme de ella por algo.- Dijo con sumo cuidado.
            -¿Qué?- Contestó el Sabio Loco.
            Como pillado en un renuncio sutil, admitió con la mirada el juego involuntario, e inmediatamente sintió un orgullo impropio, al detalle, antes de visionar el cariño. Un cariño que gobernaba desde la ausencia el imperio de su identidad.
            -Tienes razón.- Convino. -Cuando hablo de ella tejo misterios en vez de realidades. La conozco hace mucho tiempo. No sé qué decirte. Una vez estuve enamorado de ella; pero ese amor me trajo una gran desgracia. Nada de culpa tuvo. Aunque lo que ocurrió...-
            El olivo percibió que era instante de otorgar un descanso a lo pasado. Allí arriba, en el cielo nocturno lucía Casiopea, la W  inclinada. Abajo el presente...
            -No te preocupes.- Le dijo al Sabio Loco. -No es desconfianza. Algo dentro de mí me dice que es el acceso correcto, el itinerario a seguir. ¿Pero querrá ayudarnos?-
El Sabio Loco aguardó sólo un momento para responder.
            -No tengo dudas- Dijo. -La conozco.-
            Pronto el amanecer se les vino encima. El olivo no volvió a sacar el tema, pero el Sabio Loco daba la impresión de hallarse en un mundo de recuerdos enmarañados, cargados de luz y tinieblas. Encerraba un dolor no superado; una pelota de ideas y emociones que rodaba sin control por su memoria.
            Llegaron poco después de que clareara, exhaustos, como dos niños que acaban de obrar un plan para hacer picias. Se durmieron hasta que el día se convirtió en tarde, el Sabio Loco a los pies del Viejo Olivo, y éste, recostado contra la pared externa del salón, con la mitad de sus raíces descansando bajo tierra; el primero todavía nervioso; el segundo tan tranquilo.


 V

         Por ahí, más o menos a la altura de un desaliento, entre camuflajes estruendosos como son una autopista sin terminar y un campo de tiro, se encontraba la chabola de La Gitana. Emergía entre calamidades que pretendían ser artefactos. Estaba hecha de óxidos y placas de metal, de maderas y plásticos indefinibles; de todo y de nada. Una chimenea chica esbozaba en el aire un delgado hilo de humo, y de puerta ejercía un somier reforzado con varias tablas. A pesar de estas coordenadas de pobreza, una ventana echaba luz a la senda oscura. Esa ventana soñaba con ser ella misma en otro universo distinto, y el sueño era aquella maceta verde con sus dos claveles pálidos.
Las sombras mellaban la utilidad de los objetos, su significado aparente. No había luna por allí. El Viejo Olivo se fijó que un trazo negro cubría aquel entorno justo por donde debía prolongarse la carretera. Aun así no dejó de percibir la energía ingente que manaba del fondo de aquellas miserias. Ya más cerca, cuando pudo ver con claridad que el tejado era un nido de uralitas y gorriones dormidos, y también aquella campana de bronce, desmesurada, soportada por unos alambres finísimos, se volvió hacia el Sabio Loco, entendió que él ya conocía aquel cuadro del presente porque su cara así se lo transmitía, y fue entonces que se abrió la puerta y se asomó una silueta descalza.
-Ya decía yo que era mu raro haber diquelao  un búho antes del anochecer- Dijo de repente. -Anda, pasar... ¡Bienvenidos a mi casa!-
Se hallaba allí, plantada como una incógnita, vieja y a la vez joven, con los brazos en jarra y unos ojos más vivos que otra cosa, color oliva, el cabello recogido en una larga coleta a la espalda, ni seria ni alegre, invitándoles a entrar, meneando sus ropas sucias y unos pendientes de oro que perfilaban círculos intermitentes en sus orejas, La Gitana, arremangada y fresca en el quicio de su reino de fatigas... sujetando elegante su contorno con alfileres de plata.
El Sabio Loco niveló su porte con su malestar y expresó un formulario tópico y convencional. Estrictamente dijo:
-Hemos venido a pedirte ayuda.-
La Gitana ni siquiera le miró a la cara. Manifestó su simpatía primero al Viejo Olivo, que estaba algo azorado por el carácter de aquella mujer desamparada que parecía estar esperándolos de alguna forma. Y le aconsejó:
-Agáchate o te devorarás las ramas.-
Luego, dirigiéndose al Sabio Loco, prosiguió -Y tú, chalao, si traes a mi hogar tus temores, por lo menos najera tu estampa... Y sé un tío. Ya sé que habéis venido a pedirme ayuda. Soy adivina... Busnó.-
Y a la sazón les echó encima palabras extrañas mientras movía los brazos y los dedos, palabras que hilvanaban ángulos en la noche y estallaban en suspiros y cadencias, palabras en caló, el añejo dialecto de los viajes y los éxodos perpetuos, de los jaleos existenciales, de los sueños sencillos...
 

VI

            La estancia, una envoltura pobre y opaca, sometida a un encanto sutil por la mano misteriosa de la noche, se transformaba inmediatamente en una acogedora morada henchida de riquezas y colores. En esa marabunta indecible y brillante, convivían piedras preciosas y baratijas, volúmenes de viejos libros y revistas de actualidad, cojines de exuberantes telas teñidas y ladrillos en torre. Una nimia mesa colocada delante de un fregadero improvisado, varias sillas de mimbre y un baúl mohoso sobre el que descansaba una lámpara de cristal con forma de estrella... Estos eran los únicos muebles. Las paredes estaban forradas de todo tipo de papeles: titulares de periódico, fotografías de toreros y artistas, recortes de anuncios, postales de países exóticos, un mapamundi entre ofertas de hipermercado. Por todas partes asomaban plumas de pájaros y amuletos. Un par de barajas del tarot yacían revueltas sobre el colchón desnudo. Y al fondo, escondida en un cubículo semejante a una olla, la candela. La luz se resumía en el halo proyectado por decenas de velas distribuidas por rincones y recovecos, y el foco de ese candelabro colgado del techo y que declinaba justo en el cuadrado de la ventana, delante de las cortinas nebulosas.
            La Gitana recogió varios tarros del suelo, por respeto a la visita, aunque evitando ordenar de ningún modo aquel caos. Luego compuso las barajas y ofreció al Viejo Olivo la extensión de su lecho para que se echase sobre él, ya que éste permanecía parado en la entrada. El Sabio Loco ya se había deslizado al interior con decisión. Se sentó en una de las sillas de mimbre y esperó a que la teatralización de las buenas costumbres tocara a su fin. En el fondo le encantaban esas interacciones respetuosas en la gente, pero se encontraba inquieto y esquivo. Aquel rencuentro le hacía revivir un dolor semienterrado, despertaba archivos chungos en su cerebro. Un vaivén de esperanzas rotas... El acceso a la soledad... Y la muerte... A continuación, la muerte.   
            El Viejo Olivo se tumbó, fascinado y mudo sin contrariar el fluir de los acontecimientos. Por no contar con palabras desplegó el sentido del tacto y se ocupó con ramas, hojas y raíces de percibir aquel universo increíble en el que se hallaba. La Gitana era toda amabilidades. Deambuló contenta por la exigua habitación. Preparó té, igualmente unos cubos de agua para que el árbol apaciguara su sed. Después se colocó con las piernas cruzadas encima de unos cojines. Pero enseguida surgió otro trazo en su rostro; y en ese presente adecuado La Gitana cedió al filo de su curiosidad con un pespunte de sus agüeros.
            - Bien Bien... Algo buscan estos dos caminantes extraños- Dijo. -¿Buscáis respuestas verdad?...-
            -Cavilé que tú podrías ayudarnos a saber lo que ha ocurrido- Dijo para aliviarse el Sabio Loco.
            El Viejo Olivo reflexionó. En verdad aquella gitana le provocaba una dulce contracción en el ánimo. La veía y la escuchaba e intuía su poder; un poder diferente al que ahora se dignifica en el mundo, un poder humilde, sencillo, desclasificado en la carrera de la historia, perseguido por otros poderes hasta casi extinguirlo. El poder de tener la mente abierta, de contar las cosas claras, de asumir el óbice del tiempo, de empezar por lo más trascendente y seguir... Y la tentación constante de cerrar las posturas y no... Y entonces dijo:
            -Yo quisiera hacerte una pregunta, si no te importa...-
            La Gitana le contempló sin sorprenderse. Aquel árbol estaba incómodo, arrugado en una mínima pieza, tan fuera de su anterior existencia y por un palmo tan adentro de la reciente.
            -Naide ná- Aseguró La Gitana. -Pregunta lo que desees.-
            El Viejo Olivo no dudó ni un instante lo que iba a exponer.
            -¿No te turba que un árbol aparezca en tu casa y que te hable como una persona?-
            -Quizá eres tú el que está aturdido- Respondió La Gitana. -Debes entender que pertenezco a una raza remota de hombres y mujeres que vagaron desde las regiones mágicas del oriente persiguiendo la travesía del sol. Mi familia ha conservado las vetustas historias que invocaban un orden distinto en la realidad del mundo, cuando la ley de la naturaleza sugería un apacible concilio entre sus seres vegetales y animales. Recuerdo que los más viejos narraban que en lo antiguo, antes de que nuestra especie se asentara en aldeas y ciudades, árboles y seres humanos compartían las rutas. He oído muchas leyendas sobre árboles que caminan y se expresan. Y no es la primera vez que converso con uno de vosotros. Existe otro árbol en esta península con capacidad para hablar, aunque él no ha despertado como tú ante el sufrimiento propio y ajeno y se mantiene inmóvil. Todo tiene su sentido. Una vez hubo árboles que caminaban y que se durmieron por los ardides de los seres humanos y sus circunstancias. Contigo, al parecer, ha comenzado un proceso de involución. Es evidente que si estás aquí es porque tienes conciencia. Por ello tendréis que marchar hasta los dominios del Gran Roble. Solamente él puede indicaros la razón de vuestro vínculo y de la jugada que juntos iniciasteis.
            - Si es verdad que existe ese Gran Roble, indícanos dónde encontrarle.- Señaló convencido el Sabio Loco.
            -Mucho dolor hay en tus avisos- Apuntó La Gitana. -Y lo entiendo. Ya te expliqué una vez que los presagios no son certezas y que el destino es un cauce prefijado del que cualquiera puede evadirse. Yo no quise hacerte daño; pero cuando se elige pisar el aire de lo impalpable nadie puede imaginar la profundidad del abismo. Tú y yo hemos de resolver nuestros asuntos porque lo desees o no habré de acompañaros en vuestro viaje. Así me lo dice el viento que hasta aquí os ha traído.  
El Viejo Olivo, descifrando que la conversación se dirigía hacia aquel suceso perfilado alguna vez por el Sabio Loco, decidió intervenir como mediador. Por ello, estirando varias ramas dentro del escaso espacio allegó los cuerpos del Sabio Loco y La Gitana, empujándolos por la espalda hasta que quedaron frente a frente.
-Si continuáis echando esclarecimientos sobre lo que pasó entre vosotros,- Les dijo a ambos -que ignoro y no puedo ni imaginar, nunca conseguiréis tirar de verdad hacia delante y seguir con vuestras ubicuidades. Este tipo de mentiras las asimilé tras observar atentamente las nubes del cielo. Las relaciones son complejas ¿no?... Pero tanta complejidad resulta simple.-
A La Gitana se le abrieron mucho los ojos y se echó a reír. El Sabio Loco al principio se enojó, pero después cayó en un pequeño detalle de la afirmación del Viejo Olivo: su ignorancia ante lo ocurrido. Por eso le miró y agarró con ímpetu afectuoso una de sus raíces para que éste sintiera en su contacto el sufrimiento que guardaba en su interior.
-Debes saber,- Le dijo al árbol. -que nos conocimos hace muchos años, La Gitana y yo, en el barrio del Alamín. Ella era una niña todavía, y yo apenas había abandonado la infancia. Nos cruzamos la primera vez a la salida de mi escuela; creo que acababa de empezar el curso. De repente se vino hacia mí y me preguntó que si podía comprarle una flor de su cesto. Vendía claveles a dos duros, unos claveles rojos que destacaban sobre el gris de la calle y los edificios. Le objeté que no tenía dinero, que me pillaba sin nada; y era mentira. Entonces me miró con enojo y me dijo que llevaba quinientas pesetas en el bolsillo izquierdo de mi pantalón. Yo debí ponerme rojo de vergüenza, por la sorpresa de su presentimiento y por sentirme cogido. Ella se rió de mí todo lo que quiso. Su cara transmitía una satisfacción inconstante que nunca he logrado desentrañar. Quizá por ello, por no parecer imbécil, intenté arreglar mi falsedad y le comenté nervioso que le compraba uno. Tenía la piel más morena que ahora, y era tan flaca como una lagartija o un junco. Me dio un clavel con la mayor sonrisa que yo había contemplado hasta entonces; pero me anunció muy seria que ese me le regalaba... Que otro día, que cualquier otro día le comprara otro... Y se marchó corriendo volviendo su cara de cuando en cuando para atrás, para entregarme su mirada mientras el aire movía sus cabellos y se la llevaba lejos de mí y de mi estupor.-
El Sabio Loco parecía invadido por ese acto de liberación que consiste en contar lo desterrado. Su introspección platicaba por sí misma. Él solamente dejaba que sus labios enlazasen las reminiscencias que se empujaban unas a otras para surgir y ser libres, en tanto La Gitana atendía en silencio porque acertaba que así debía de hacerse; sin suscitar ni herir su respeto.
-A las pocas semanas ya nos habíamos hecho amigos- Continuó. -Era una muchacha muy simpática y muy lista. Siempre tenía algo que decir sobre cualquier cosa. Solíamos ir juntos los fines de semana al campo. Y algunas noches nos escapábamos para ver las estrellas en el parque de La Concordia. Por entonces ya nos habíamos besado; así es. Y no creas que nuestra relación fue efímera. Pasaron casi diez años antes de que las circunstancias se aliaran con nuestras mentes para iniciar este dolor que me lastra las ilusiones. Era mi más grande aliada en esta vida, pero hubo de llegar el momento en que los acontecimientos nos separaron y nos enfrentaron. Una tarde... Terminaba el verano de  1976... nos topamos en la Plaza Lacruz. La Gitana venía seria. Yo lo noté porque ella invariablemente se reía al divisarme. Me refirió que la noche anterior había tenido uno de esos sueños premonitorios que ella asumía y que no sabía si mencionármelo. Cogió mi mano izquierda y leyó mis líneas buscando una señal que lo confirmara. Por supuesto yo le pregunté el contenido del sueño, aunque ella se negó, alegando que una arcaica ley gitana le impedía revelar los infortunios a nadie, a no ser que esa misma persona corriera peligro. Y qué se podía hacer. Yo ya estaba acostumbrado a presenciar los tinos de La Gitana en relación con el futuro y los presentes. Su abuela le había transmitido el arte de la adivinación y de las certezas. Por ello comprendí que el asunto era grave; y quizá también por ello la gitana le fue quitando importancia al mismo. Así me cambió de tema y fue tranquilizando mis inquietudes. Ayudó igualmente mi escepticismo oriundo y el hecho de que aflorara de nuevo la sonrisa en su rostro. A la mañana siguiente mis padres y mi abuelo murieron en un accidente de coche. Chocaron contra un camión que volcó invadiendo su carril. Me gusta pensar que no se enteraron de nada y que siguen eternamente en aquella carretera, regresando a casa. Aquel día perdí a todos mis seres más cercanos, a mi familia y a mi compañera, porque no quiso advertirme de ese fatal accidente que quizá se podría haber evitado. Abandonó a los míos a su suerte. Y me abandonó a mí también...-                      
            El Sabio Loco se llevó las manos al rostro y comenzó a llorar. En el ambiente se había instalado su consternación, muchos años confinada, sin la extravagancia de compartirla, en la profundidad de sí mismo. Luego contaría que meses después La Gitana trató de hacerle recapacitar, que le buscó en su casa y le suplicó perdón... que nunca debía haberle mencionado aquel sueño... que era un sueño ambiguo y se hubiera desquiciado protegiendo a los suyos de un desastre borroso e impredecible. No era un accidente lo que ella vio, era un entierro; y detrás su porvenir de pena y desidia, hasta la terrible imagen de descubrirle con un hacha en la mano sacrificando por despiste la vida de un amigo. Todo sucedió como anunció su sueño, menos la última imagen.     
            -Yo no te abandoné- Dijo de pronto la gitana. -Sigues sin darte cuenta. Te abandonaste tú. Sin embargo sabes que aquel sueño no se realizó de principio a fin. No talaste al árbol. Y esta es la única realidad: por eso estamos los tres aquí sentados.-
            Después de que se destapara esta madeja de nudos, el Viejo Olivo sacó sus conclusiones. El Sabio Loco seguía enamorado de ella. Su despertar, aquella pregunta complicada que hasta ese preciso momento no contenía dilucidación, iniciaba conquistas en el espacio y el tiempo.
            -Sucede que los árboles no se conforman con su destino.- Continuó La Gitana para definir sus argumentos. -Es algo que late en sus entrañas. Ellos, los más pacientes y pasivos de los seres, no aceptan su destrucción inútil porque en su inconsciente navegan las semillas de una revolución alegre. Tú te conformaste con tu destino; pero el Viejo Olivo no. Se arebeló. Quizá ahora comprenderás mejor que el destino es un invento de los hombres, una argucia más de la testosterona y la cultura que la envuelve; y por esto es por lo que en verdad existe. Es muy fácil adivinar su sinrazón, adivinar el desenlace si nada cambia. Sin embargo vosotros dos habéis logrado trocar lo ineludible. Por algo se empieza ¿no?...
         Lo que les sobrevino a tus padres y tu abuelo no tiene que ver con el destino que enunciaba. Estas son cosas de la vida, cariño, cosas terribles que pasan y que duelen y siempre están. El más íntimo dolor no se puede dirigir ni pronosticar. Hay señales que lo anuncian y que nos protegen de sufrirlo en soledad.-
            Los ojos de La Gitana se llenaron de lágrimas. Trató de coger una mano al Sabio Loco, el cual la miraba con un zigzag de emociones enganchadas en la estela del instinto; pero se zafó acobardado y agachó la cabeza renegando. Las velas temblaban de luz en los intervalos de silencio y perspectiva.    
          -Son cosas de la vida, sí...- Siguió diciendo ella. -Cosas que hay que llevar dentro, como el amor, y la confianza, como los recuerdos lindos, como todo lo demás.-
Todo quedó para otro momento. El Viejo Olivo sintió aquella vicisitud emocional como un buen presagio. En la chabola de La Gitana centellaban los objetos y también las sombras, porque la candela se había avivado por el alivio de los cuerpos al ceñirse al aire y por todas las nuevas esperanzas que de allí emergieron.

 

VII

            Después de aclarar los sentidos ocultos del ayer, que no las dudas expresas, la Gitana, el Viejo Olivo y el Sabio Loco iniciaron el viaje hacia el norte de la península imaginaria. Abandonaron la chabola al día siguiente, con la marcha tranquila del sol, y fueron evitando los caminos amplios y las poblaciones ingentes que aparecían detrás de sus pasos. Tardaron en alcanzar el bosque del Gran Roble cuatro noches; noches de conversación íntima e ilusiones crecientes, al compás de la luna y de constelaciones ignoradas, efímeras. 
            Cuando llegaron, aquel bosque inmenso, asediado por el humo de la industria y la soledad, por urbanizaciones y almacenes que corrían por sus costados erosionando y desdibujando las fronteras válidas, del campo al asfalto, de los edificios y avenidas a los ecosistemas, se abría entre dos montañas gemelas y se extendía en el regazo de una cordillera diminuta que iba a caer detrás del horizonte como un arcoiris de roca y trazos verdes.
            El Viejo Olivo sintió al fin que tenía una mirada nueva, una mirada para el prójimo. Vio los enormes sauces que cubrían la vereda que atravesaba el río, a las encinas convivir en la espesura de un manto de jaras y estepas con alcornoques y eucaliptos; vio cómo distintas especies de pino cubrían en círculos cerrados las parcelas del primer y el último monte, y cómo en esa mitad, bajo las cornisas de granito, se enmarañaban abedules, olmos, castaños, hayas y robles, tantos, que semejaban un océano de árboles, un mar de individuos, una extensión de relaciones con una complejidad y bondad indefinibles. Con esta nueva mirada comprendió cual había sido el inicio de todo, el instante cuya raíz señalaba hacia lo posterior: la sensación de injusticia y el afecto contiguo. El dolor y la rebeldía. La misma sensación de injusticia siempre. Las savias sometidas por las máquinas y las sierras. Todo aquel artificio para el espanto.
            -¿Por qué no se despiertan los demás?- Murmuró el viejo olivo.
Los tres guardaron silencio. Amanecía y el sol coloreaba el paisaje. Un rumor apático venía desde la distancia, desde la profundidad de aquel pulmón desguarnecido.      

VIII

            Adentro, en lo más dentro del bosque, como si todos aquellos árboles hubiesen abrazado una actitud de perímetro alrededor de él, se alzaba con majestuosidad el Gran Roble, el árbol más antiguo de la península imaginaria. Su tronco, un anchísimo cilindro cuya base se retorcía en la encía del terreno, se dividía en cinco brazos que a su vez se dividían en otros cien, dando paso al reino de las ramas y de los nidos, de las hojas y de los pájaros, a la eternidad de los frutos, esa especie de altruismo social que llevan consigo todos los ecosistemas. Era enorme, y por no parecer exhausto había seguido creciendo hacia arriba a la vez que hacia el lado izquierdo. La luz quería penetrarle, pero él la iba repartiendo con tranquilidad mecido por la brisa y por sus propias intuiciones. La Gitana fue la primera en reconocerle. El Viejo Olivo revolvió sus ojos y se quedó pasmado al contemplar un hermano tan grande. El Sabio Loco sonrió ante la desmesura y la belleza. Imaginó que allí vivían mil doscientas familias de jilgueros asilvestrados; y casi se equivocaba. 
            -¡Oohhah!- Bostezó el gran árbol, levantando una elipsis en el aire. -¿Quién se acerca?- Dijo. -Si no me engañan mis ancianas sensaciones.- Y se estiró un poco, agrietando su corteza, como intentando respirar mejor.
            -Somos gente amiga.- Alegó la Gitana. -No sé si recuerdas. Mi abuela me trajo aquí una vez, hace ya muchísimos años.-
            -Lo recuerdo, sí... Tu abuela fue una mujer sensata y lúcida.- Admitió el Gran Roble. -¿Pero qué te envía a mí, descendiente de los pueblos errantes?-
            -Vengo acompañada por dos viajeros inverosímiles. Necesitan de tu conocimiento.-
El Viejo Olivo no pudo esperar más. Las ansias de manifestar sus ideales y de hallar los ademanes adecuados irrumpieron en escena para encauzar el hilo de su incertidumbre.
            -Señor.- Afirmó. -Son tantas las preguntas que me gustaría hacerle... Si me lo permite.-
            -Un momento, un momento.- Apuntó el Gran Roble, algo confuso. -No vayamos tan aprisa. Si no me fallan las cuentas veníais tres personas. ¿Dónde está la tercera?...-
            -Se equivoca.- Dijo entonces el Sabio Loco. -Somos dos personas las que venimos. Quien acaba de hablarle a usted es mi compañero el Viejo Olivo, un hermano suyo, un igual; no sólo con capacidad para razonar y hablar, sino también para caminar por el mundo. Un día traté de talarle... y él, inexplicablemente, tuvo que despertar.-
            El Viejo Olivo se aproximó más y acarició con una de sus ramas el tronco del Gran Roble.
            -Pero eres... ¿Eres un olivo en verdad?-
            -Así es.- Contestó risueño. -Tengo cerca de trescientos años.-
            El Gran Roble lo arrimó aún más hacia sí, declinando su copa al suelo. La tierra se conmovió como cogida por una mano trascendente. La Gitana agarró por la cintura al Sabio Loco y lo condujo por donde quiso, tras helechos acogedores, a recuperar remotas costumbres de besos y confidencias.
            -Si eres un árbol y caminas, debe de haber despertado tu conciencia. -Dijo el Gran Roble.-
         -Creo que sí.- Declaró el Viejo Olivo con una aquiescencia que despejaba el paso a las inquietudes adyacentes. -Pero este asunto tiene que ir más allá. Todo esto ha debido ocurrir por algo. ¿Por qué no despiertan nuestros hermanos? ¿Es que van a permitir que se les destruya?...-
            -Los árboles juramos dormir y echar raíces.- Manifestó con gran misterio el Gran Roble. -Es muy simple.-
            -¿Y a quién se lo juramos?- Preguntó enseguida el Viejo Olivo.
            -A los antiguos hechiceros, a los Druidas.-
            -Entonces nos engañaron.-
           -No, no nos engañaron. -Confesó el Gran Roble.- Los Druidas se extinguieron, y con su merma comenzó la edad del olvido. Ellos juraron protegernos, aunque no se acordaron de protegerse a sí mismos. Ahora nos arrasan, sí. La humanidad nos arrasa. Es nuestro destino.-
            -Pero queda romper el juramento.- Dijo el Viejo Olivo con desgarro. -¿No lo hice yo sin saber para conservar mi vida?... Los juramentos son entelequias convertidas en falacias por el mañana.-
            En ese instante volvieron a asomar, ruborizados y concretos, el Sabio Loco y la Gitana. Iban de la mano... echando chispas de ternura y conciliaciones.
        -El Viejo Olivo lleva razón.- Afirmó el Sabio Loco que comparecía polarizando su conversación. -El hombre os destruirá y se destruirá. Debéis despertar vuestra conciencia. La nuestra es un fraude; una estafa... porque la utilizamos sin derivación ni bondad. Los seres humanos estamos vendidos a la prosperidad y al progreso. Si conoce algún modo para que los árboles dejen de estar dormidos, díganoslo, por favor.-
            -Lo conozco. -Dijo el Gran Roble, zarandeando su cuerpo con suspiros de madera. -Pero haría falta el conjuro de un Druida.-
            -¿Y no te valdrían las palabras de un Poeta?- Soltó la Gitana, y le guiñó un ojo al Sabio Loco, al cual se le nubló la cara de sensaciones ambiguas.
            -No sé si funcionará. Mi voz está muy débil.- Respondió el árbol. -Aquello que se diga en nuestro nombre- Dijo dirigiéndose al Sabio Loco.- ha de contribuir a la creación de un grito, que yo daré, si me convence el mensaje y me lleva a su consecución. Tómate el tiempo que necesites. Si ya lograste con tus actos inhumanos despertar a un árbol, qué no podrías hacer si rehumanizas tu conciencia para avivar aquellas que se hallan postergadas.-
             El bosque se agarraba a la luz de la tarde. Declinaba ya en el horizonte opuesto, adormecida por el avance de las sombras y las intersecciones del reloj. Los colores más vivos acababan aislados en los accesos y las superficies. Se proclamaba el crepúsculo iniciándose desde el suelo a las copas. El Gran Roble concentraba buena parte de esa luz esperando que el Sabio Loco ideara los versos subversivos.
Éste fue a pasear al traspiés de la noche, acompañado por el Viejo Olivo y La Gitana. Así lo dispusieron los enigmas y las circunstancias. Un hombre, una mujer y un árbol. Deambularon por aquel territorio de diversidad y respeto, cobijo de especies y de ideas universales; donde residen las alianzas fijas. El musgo coronando las piedras. La aptitud del agua sembrando el eterno ciclo. La mirada de las flores, que fabrica el ansia de los insectos.
            Ni sus sensaciones ni sus entendimientos dieron forma a la magia; fue cosa del afecto y del aire, de sus recuerdos y sus optimismos. Vinieron bien las risas y las lágrimas, y el aprendizaje turbio de lo que existe más allá de la propia piel o la propia corteza.
-La Tierra de uno es bonita, pero no tiene nada que ver con la libertad de quien la camina y conoce.- Dijo el Viejo Olivo, invitándoles a sentarse entre sus raíces.  
            -Ahora ya nada podrá separarnos. -Susurró para sí la Gitana. -Te quiero y sé que me quieres. Tus fatigas son mis fatigas.-
            -¡Gracias por a los dos por acudir en mi auxilio!- Exclamó el Sabio Loco. -Cuánto me hacía falta despertar. Pero... ¿Acaso los árboles no son solidarios?...-
          En su mente encajaron las piezas infinitas del entorno. Las emociones subieron desde su corazón a su mirada. Resplandecían en sus ojos los sueños, las angustias, y el limbo de sus alegrías y sus ideas.
Cuando se presentó delante del Gran Roble, éste advirtió que tenía las manos abiertas, sencillas. El Sabio Loco elevó sin más las palabras:
           “¿Acaso los árboles no son solidarios?... ¿Digamos el Castaño de los Campos Elíseos con el Quebracho de Entre Ríos o los Olivos de Jaén con los Sauces de Tacuarembó?... ¿Le avisará la Encina de Westfalia al flaco Alerce del Tirol que administre mejor su trementina?... Y el Caucho de Pará o el Baobab en las márgenes del Cuanza ¿provocarán al fin la verde angustia de aquel Ciprés de la Missión Dolores que cabeceaba en Frisco California?... ¿Se sentirá el Ombú en su pampa de rocío casi un hermano de la Ceiba antillana?... Los de este parque o aquella floresta ¿se dirán copa a copa que el Muérdago otrora tan sagrado entre los galos ahora es apenas un parásito con chupadores corticales?... ¿Sabrán los Cedros del Líbano y los Caobos de Corinto que sus voraces enemigos no son la Palma de Camagüey ni el Eucalipto de Tasmania sino el hacha tenaz del leñador la sierra de las grandes madereras el rayo como látigo en la noche?...
            El Gran Roble había escuchado con atención. Ni una sola fibra de su cuerpo quedó libre de la vibración del aire. Al terminar, el Viejo Olivo se acercó al Sabio Loco y le rodeó con sus ramas. La Gitana sonreía juntando las palmas de sus manos sobre su boca y asentía su contorno. En todo el bosque no se mantenía nada más que el eco de aquellas preguntas. La noche había caído sobre la península imaginaria. Cerraba su vestido alrededor del tiempo, despejada, sembrada de estrellas.
            Se oyó primero un rumor, muy leve, que después creció desde las raíces del Gran Roble hasta emerger por sus hojas. Su voz fluyó y se hizo grito inconmensurable. Fueron varios minutos. Salió afuera, en tanto temblaba la tierra. La península imaginaria se había estremecido y ahora descansaba, aturdida por lo extraño. La Gitana, el Sabio Loco y el Viejo Olivo pudieron observar cómo miles de pájaros echaban a volar de las ramas del Gran Roble, y decididamente alegres trazaban figuras elípticas que acariciaban a los árboles, brillando, reflectando los acontecimientos recientes... que se disipaban en el viento hasta morir en la profundidad del grito, al compás de la brisa que lo llevaba hacia lo lejano.

IX

            En toda la península imaginaria se dejó sentir aquel grito clandestino. La cubrió como una nube que amenazaba metamorfosis. El primer suceso que saltó a los medios de comunicación, fue la detención de tres individuos que tras intentar provocar un incendio en un espacio protegido, fueron atacados, según su testimonio, por un grupo de árboles exaltados. El siguiente ocurrió en una de las incontables urbanizaciones que se encuentran cerca del mar. Los vecinos manifestaron a través de un portavoz con cara de asombro y caos, que cientos de árboles llegaron caminando con la madrugada, y que dijeron que no iban a moverse de allí,  y que no hay quien lo entienda, etc. Biólogos y científicos de todo el mundo se reunieron para tratar de hallar una explicación coherente; pero los habitantes de la península imaginaria expusieron la suya propia, con manifestaciones de apoyo a los árboles, y congresos sobre la nueva situación social, acercamientos para planificar su integración sin distorsiones, en cada barrio y en cada ecosistema, en las distintas zonas geográficas, reconociendo la situación existente, la realidad recién engendrada.
            Fue la misma gente la que exigió un referéndum al gobierno y a las instancias de poder. Acudieron a votar en masa, entusiasmados, mientras los árboles, curiosos, marchaban a las ciudades o se arremolinaban en concilio en ciertos lugares de la costa para contemplar por vez primera el océano. Se cambió la constitución. Se logró que protegiera y velara por los derechos y los intereses de las personas y de los árboles por igual.
            Desde entonces, en la península imaginaria, un árbol y una persona son la misma sustancia. 



           








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