eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

martes, 11 de junio de 2013

DIARIO DE UNA PERRA EN ARGENTINA


Día 1


(Lo inconcebible fue volar)



Ya me daba el olor de que algo se avecinaba inexplicablemente. Ahora entiendo los excesivos mimos, las chuletas del sábado y el domingo, la celebración humana y mis primos cánidos, las lindísimas fotos (como ya he escuchado que se dice por aquí) que todos me prodigaban, aún sabiendo que a mí no me gustan las fotos; aunque sí las chuletas, claro. El caso es que mi nariz no me engañaba, y así cada uno de los gestos que sin querer me anunciaban los acontecimientos que confundían y mezclaban su alegría, tristeza, miedo e ilusión. La voz afectiva que surgía de sus bocas espontáneas, los gestos insólitos de cariño, las lágrimas que me sorprendían y que yo lamía siempre con sed, eran como un súbito anuncio que yo no entendía pero sí.

De este modo, esta mañana me han paseado antes de lo habitual. El padre de Javi, que suele ser quien últimamente me saca al campo, iba todo el tiempo diciéndome que me cuidara y cuidara a Javi, que iba a echarme de menos, y me pasaba todo el rato la mano por la cabeza y me rascaba la barbilla como me gusta. Después nos hemos ido todos juntos a un lugar desconocido que enseguida me asustó. El viaje ha sido silencioso. Javi, que conducía el coche, miraba continuamente por el espejo retrovisor y me he fijado que se llevaba los ojos humedecidos. Si me asusté fue porque enseguida me metieron en el trasportín. Se conoce que era uno de esos sitios donde los perros no pueden interaccionar con los humanos y nos prohíben olfatear libremente; ni siquiera atados con correa. En un principio no me preocupé, y como Javi estaba ahí conmigo, me relajé bastante y no le di más importancia. Sin embargo al de pronto vino alguien y se me llevaron. Todos se despidieron de mí y me puse a temblar de miedo. Javi había echado un spray en el interior que me sujetó un poco los nervios pero que resultaba insuficiente. Vi cómo Javi y su familia se alejaban en la dirección contraria y entonces también se separaron. Abrazaron y besaron a Javi y luego pasó una barrera hasta desaparecer de mi vista. No podía ser. El humano que me conducía a algún lugar me subió a un vehículo en el que me esperaban varios compañeros perros en sus respectivos trasportines. Fuimos en él hasta unas cintas en las que nos examinaron de arriba abajo. Después una especie de pájaro de hierro que gruñía rabioso nos aguardaba. Y nos devoró. Dentro de él, nos colocaron juntos en una habitación fría y amarraron los trasportines con cuerdas. Ahí comencé a ladrar. Javi no aparecía por ninguna parte y aquello me inquietó mucho. ¿Dónde me llevaban?... ¿Por qué me habían dejado sola?.. La sensación de abandono me dominaba por completo y era la peor de las desconfianzas. Dieciséis horas pasé en aquel infierno, del cual sentí el movimiento y la aceleración. Hubo instantes en los que mi instinto me decía que estaba volando, pero no era posible. A veces creía oler a Javi cerca de mí, aunque no confiaba que fuera real dado mi estado. Aullamos los perros en las tripas del pájaro sin ser escuchados por nadie. Cuando se por fin se posó, nos sacaron muy pronto de allí, nos situaron en sendas cintas y de repente olí a Javi que me esperaba al otro lado de la cortina. Ladré fuerte para que me oyera y él silbó. Cuando contemplé su cara me puse todo contenta y Javi comenzó a llorar. Otro humano le ayudó a bajarme y después de atravesar varias cintas más y de colocarme en un carrito con otros bultos.

Inmediatamente de salvar aún varias puertas correderas de cristal salimos a la calle. La noche olía a queroseno y palmera, a humo de tabaco y distancia, a luna cambiada, a estrellas diferentes, a sueño concentrado, a mil y un olores desconocidos. Javi se hizo uno de sus pitillos y todo se calmó. Un par de horas más tarde, me pidió que me metiera de nuevo en el trasportín. Yo lo miré con odio y desesperación, pero su cara revelaba que era algo imprescindible, inevitable, sencillo de creer. Cansada me introduje de nuevo allí, y ahora, en el interior del moderno edificio me duermo pensando que Javi no puede ser capad de abandonarme de nuevo después de todo lo que hemos vivido juntos durante este intenso y extraño día.







Dia 2

(Ingeniero Maswitz: el sitio de los perros)



Al final no estuvo tan mal lo del trasportín; casi resultó preferible. Pues dentro, si Javi se encuentra cerca, a la distancia justa de mi nariz, me gusta. Poco después, cuando todavía estaba oscuro, me montaron en un coche ignoto y fuimos a parar a un lugar incomprensible, un lugar que se me todavía hoy se me escapa, un lugar en el que viven los humanos, aunque sus calles se encuentran pobladas por una multitud de perros callejeros. Después de tantas aventuras recientes, esto me hizo sentir como en casa. Javi me soltó la correa y dejó que me alejara con ellos, que los olisqueara, que aprendiera su arte. Como había bastante tráfico, a pesar de que la mayoría de las calles eran de arena, sin asfaltar, habíamos de tener mucho cuidado. Pero lo más sorprendente era que los coches respetaban nuestro paso; les parecía natural frenar cuando cruzábamos por delante.

Al mediodía, después de muchas idas y venidas, llegamos a una bonita casa donde nos ha recibido una perra que se llama Noa y un humano cargado de acento meloso que trasmitía paz. Luego comparecería otro humano, de carácter nervioso, con gestos bruscos pero amables, que nos ofreció algo de comer, y después otros cuantos que nos sonreían y me acariciaban solícitos. Mi cama fue desde el inicio un colchón viejo que se hallaba en la misma habitación de Javi; tal vez por eso nada más entrar me subí en él. El ambiente olía a juerga y desafío, a especia y a polvo, y sobre todo a hospitalidad.

Ahora pienso que los perros aquí te olfatean el alma, aunque sólo les importe el corazón del presente; quizá porque su supervivencia comienza con el sol y termina irremediablemente bajo la luz de las estrellas o la creciente oscuridad cerrada. No son territoriales, ni demasiado agresivos, y tampoco necesitan jugar porque se olvidaron de ello. Creo que en su resignación se encuentra la clave para su conquista cotidiana. Pero dicha creencia me hace sospechar.

Como Javi estaba muy cansado de cargar todo el día con el trasportín y las mochilas de un lado a otro, nos dormimos enseguida. Sin embargo las horas se reinventaron, renacieron, y aún tuvimos tiempo de compartir perros y humanos una buena milanesa de ternera con papas. Los humanos se reunen y se convidan, sí. Pero este pequeño pueblo que huele parrillas, palmeras, yeguas, polvora y dudas, será ya siempre para mí el sitio de los perros.







Día 3

(Los hermanos Quevedo y otros humanos)


Hoy he tenido tiempo de explorar la casa en la que vivimos. Está muy desordenada, más de lo que la madre de Javi soportaría, pero los dos nos hallamos muy a gusto. Mi compañera Noa es amable y no recela de mí en ningún momento. Cada vez que salimos por la puerta, nos aguarda Romeo y su banda, que son los perros callejeros de nuestra calle. La casa, como digo, es baja, de una sola altura, con un jardín en la parte delantera y un patio interior. El primero huele a hierba y otoño quebrado, el segundo a carne asada y macetas renacidas. Hay un salón unido a la cocina y tres habitaciones. El baño tiene las baldosas levantadas, aunque es bastante fácil beber del retrete.

Por la mañana hemos ido a dar un paseo por el pueblo. No es muy grande, y casi todas las calles se hallan circundadas por árboles enormes que nunca antes había percibido y sobre los que resulta muy satisfactorio orinar. Javi ha estado haciendo fotos con su cámara y yo como siempre he evitado aparecer en ellas. Más tarde, tuve que esperarle afuera de varias tiendas, y atada, pues creo que a Javi aún le da miedo dejarme suelta con tantos coches circulando. De regreso a casa, nos aguardaba el humano que nos recibió ayer; el que tiene la voz suave. En verdad éste vive en la casa de al lado, pero siento que es pariente del otro humano que nos acogió a nosotros, pues el olor de su sangre es similar; estoy convencida de que son hermanos. Varias horas después ha llegado el otro en una motocicleta ruidosa que ha hecho ladrar a todos los perros de la calle. Es muy simpático y me ha puesto de beber un cubo de agua fresca. Ambos han empezado a discutir de manera airada, pero luego se han abrazado y han hecho las paces. Yo me he enfadado con los dos, porque poco después han secuestrado a Javi durante unas cuantas horas y nos han dejado a Noa y a mí solas en el patio interior de la casa. Sin embargo, cuando volvieron nos trajeron un pedazo de carne con verduras, y seguidamente Javi me ha sacado a la calle para que me calmara y hiciera mis necesidades.

Voy haciéndome al pueblo, a pesar de que aquí las cosas son muy diferentes. Los rasgos de los humanos cambian y en su voz hay una cadencia engañosa. Aparentemente son cordiales, pero a veces ocultan sentimientos violentos que chisporrotean en sus miradas como ascuas.

Sólo cuando cayó el sol retornamos al hogar. Por la noche las calles se vacían y los gatos sustituyen a los perros. Únicamente alguno permanece al acecho. Después de cenar comenzaron a llegar humanos que cantaban y se reían a carcajadas. En este instante, medio dormida, los escucho hablar y brindar sonoramente los vasos. Llevan horas y horas sin detener la celebración. Hace un momento me he asomado para ver a Javi. Me ha llamado y me ha acariciado la cabeza. Está bien; y yo lo mismo. Sus ojos me han dicho que no me preocupe por nada, que puedo descansar tranquila. Y yo, obediente, me he tumbado sobre el colchón para esperarle.





Día 4

(Comienzo de la rutina)


Por fin he sentido la rutina. Temprano a caminar y a esperar a las puertas de las tiendas, aunque hoy sin atar. Javi tecleando frente a una pantalla de comunicaciones a través de un cristal sucio; supermercados atestados, parques verdes henchidos de perros y niños que me siguen; calles de tierra y cientos de rastros en cada esquina. Coches que surgen de pronto; gritos de hastio; algarabía desordenada de vida humana que se va haciendo de a poco, al principio leve, después tan torrencial como imparable.

Javi parece cansado desde anoche. No ha dormido prácticamente nada pero se ha puesto en marcha enseguida. A mitad del día hemos ido a un lugar donde olía a caballo y a cerdo. Allí ha hablado con un humano de tez oscura que mostraba unos dientes muy blancos y que se movía verdaderamente despacio.

Ya en casa he jugado con Noa antes de comer, mientras Javi seguía tecleando y tecleando sin tregua. Uno de los hermanos, el de la voz calmada, nos ha conducido por la tarde hasta un parque maravilloso que se extendía por la orilla de un río. El sol caía entre las hojas de los árboles, y aunque se distinguía el frío aproximándose desde el sur, el ambiente era del todo primaveral. Debemos estar cerca de una gran ciudad porque me llega el olor de la contaminación a la nariz. Pero este lugar sin embargo es un paraíso que sobrevive con una fuerza excepcional.

Con todo, el día se ha marchado sin demora. Javi se ha reunido de nuevo con un grupo de humanos en casa. Han visto un rato la tele y ahora beben a grandes tragos. Con un papel duro se acercan un polvo blanco a la nariz y aspiran fuerte. Creo que celebran nuestra llegada porque Javi se explica y centraliza la atención de todos. La música suena y Javi canta una canción que le escuchado cantar muchas otras veces. Conforma el ritmo con los nudillos sobre la mesa. Los otros aplauden y a su vez cantan canciones. A mí me aguarda el colchón, pero como los siento ciertamente perdidos y alegres, voy a esperar a ver si por azar me les cae algún bocado clandestino o una caricia adjunta por el suelo.



Día 5

(El cansancio y la parrillada)


Había que descansar. Este ha sido sin duda el motor del día. Lo mejor fue la visita a la carnicería, donde me obsequiaron con un hueso que me tocó defender ya en la calle y con los dientes de todos los perros oportunistas del pueblo. Javi y el humano que vive con nosotros se han pasado la tarde viendo películas y fumando especias, con los ojos enrojecidos y el cuerpo en posición horizontal. No obstante por la noche han remontado su cansancio y confabularon juntos lo que sigue. El humano encendió la barbacoa del patio. Una torre de ladrillos por donde las chispas y el humo escapaban libres hacia el cielo. Javi preparó por su parte una tortilla de patatas y un par de ensaladas de tomate y cebolla. El carbón se consumía dejando ascuas redondas sobre las que fueron a colocar una parrilla con enormes trozos de carne. Este olor lo impregnaba todo: la luna, el silencio, los árboles, y hasta el viento que se llevaba amargamente dicho olor. Noa y yo permanecimos sentadas y a la espera mientras duró la magia de la carne. Sin embargo apenas nos procuraron algunas sobras. Era comida de humanos para atraer el corazón de un millar de perros. Tal vez por ello en nuestra calle no han dejado de aullar en toda la noche, como si supieran que a su lado discurrió un sueño que jamás podrá estar al alcance de sus fauces heroicas.





Día 6

(Todo el día sola)


No me apetece hablar. Javi me ha dejado sola todo el día en casa, y aunque por la noche me ha sacado a dar un buen paseo y me ha acariciado cariñoso, no me apetece recordar. Ha sido insufrible. Noa escuchaba mis ladridos desesperados con asombro, y me ha dicho varias veces que no merece la pena sufrir tanto. Javi huele a ciudad, a campo de hierba rodeado de cemento, a pólvora de bengalas, a hamburguesa y a silbidos. No sé qué cosa habrá hecho, pero hoy se ha dormido en un minuto. Su boca expira alcohol y su alma se dibuja borrosa sobre el techo lleno de grietas y humedades.



Día 7

(La desesperación de Javi)

Me he despertado intranquila esta mañana. Todos estos días, desde que estamos aquí, no he reparado en los cambios acaecidos a nuestro alrededor. ¿Dónde se encuentran todos aquellos humanos que junto a Javi me cuidaban y protegían de cualquier peligro? He recordado su olor y sus gestos de cariño y los he echado extraordinariamente de menos. ¿Dónde está aquel otro pueblo en las montañas, rodeado de árboles y estepas?, ¿y dónde aquellas casas y lugares que componían mi retórica de la realidad? ¿Dónde se han quedado aquellas caras queridas que me alimentaban y me acariciaban en todo momento, que me sacaban a pasear, que compartían conmigo un sillón o un pedazo de pan y me rascaban la tripa calmándome si tenía miedo? Dicen que los perros no tienen memoria, pero es una mentira. Aunque en este pueblo los perros únicamente piensen en sobrevivir, yo recuerdo todo esto perfectamente. Los perros de aquí no pueden recordar el pasado. Pero si ellos fueran a vivir a donde yo viví sí que lo harían, como a mí me está ocurriendo ahora.

Así comencé el día, entre recuerdos y vacíos. Y rápidamente me dio por pensar si Javi estaría también añorando todas estas cosas. Deseé equivocarme, pero no fue posible este error, y lentamente he ido descubriendo señales que mi olfato infalible no ha parado de asumir.

Aparentemente Javi está contento, aunque ciertos gestos le delatan. Cuando sale de las tiendas donde teclea incansable, cuando mira y remira su teléfono después de sacarlo del bolsillo, cuando suspira. A veces permanece un rato mirando a ningún lugar y sus ojos se vuelven hacia dentro. Yo lo sé. En esos instantes recuerda. Y se humedece su mirada hasta convertirse en una especie de niebla densa que no admite la luz.

No siempre le ocurre, pero intentaré estar más atenta a estos signos. Como cuando hoy ha pasado a una de esas tiendas a las que acude todos los días y después de un rato ha salido con la cara desencajada. He olido su desesperación y entiendo que la causa de la misma es que no pudo comunicarse con su familia. Luego me ha llevado a pasear pero se hallaba completamente ausente, hasta el extremo de no hacer ninguna cuenta de mí. La única manera que he urdido para sacarle de dichos sentimientos turbios ha sido utilizar mi comportamiento disruptivo. De ese modo he empezado a comerme todo lo que me encontraba por el camino, y a alejarme cada vez más de él. Javi, a pesar de su estado, ha ido reaccionando bien para orientar mis comportamientos . Aunque cuando lo hacía volvía a caer en una pesadumbre visible. En una de esas un coche casi me atropella y solamente esto ha logrado sacarle de su desconsuelo. Ha estallado en lágrimas, me ha agarrado con la correa y me ha reprendido dúramente.

Más tarde, ha debido caer en mi estrategia, la cual no desconoce del todo, y se ha sentado a mi lado para abrazarme. Hemos permanecido así unos minutos, y después hemos regresado a casa.

Ahora entiendo lo duro que ha debido ser para Javi alejarse de su familia. Por ello esta noche, mientras duerme, he querido sustituir el viejo colchón que normalmente me acoge para poder calentar así sus pies y sus sueños y acercarlos a la terrible distancia que han de recorrer.


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