eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

lunes, 24 de junio de 2013

Diario de una perra en Argentina (3ª semana)

Día 15


(Javi huele a nostalgia)



Hoy me he despertado intranquila. Una especie de silencio se ha instalado en la casa y de pronto he visto que Javi se encontraba en la cocina derramando lágrimas. Tecleaba sombrío y escuchaba la música que más le gusta. Fumaba con ansia, como cuando está preocupado por algo; pero era ésta una preocupación desconocida, que se escurría por su piel hasta copar las baldosas del suelo. Noa gemía en el patio interior en tanto todos sus pretendientes seguían parados en la puerta de casa. Afuera hacía frío, el viento soplaba y se metía por las rendijas de las ventanas. Enseguida me he arrimado a él para lamer su pena y he tocado su mano con mi hocico. Un olor extraño le acechaba y le tenía cogido el corazón. Me he puesto a mover el rabo, tratando de animarle, pero aunque me ha sonreído su mente estaba en otro lado, y he caído entonces en que lo que le sucedía era algo parecido a cuando no podía hablar con su familia, aunque ahora lo hiciera casi todos los días. Tal vez porque a veces no es suficiente con hablar.

Más tarde se ha ido a él sólo y me ha dejado en el patio de fuera. Se ha llevado la mochila y ha regresado al rato con el mismo ánimo. El mismo olor le envolvía y nublaba el brillo de sus ojos. Creo que por eso no he tenido ganas de escaparme y me quedé esperándole tumbada. Ya en casa nos ha puesto de comer a Noa y a mí y él se ha hecho una enorme tortilla de patatas. Me he dado cuenta que anda al acecho de las mismas cosas que allí tenía, las pocas cosas que le quedan, y que su sentimiento se dirige hacia aquellas que le faltan.

El día ha pasado rápido y por la noche ha conseguido hablar de nuevo con los suyos. He notado cómo disimulaba su tristeza y cómo les sonreía para no preocuparlos. El humano que vive con nosotros también ha debido percibir algo, porque cuando ha llegado se ha puesto a charlar con él y le daba palmadas en la espalda para confortarle. No obstante, nada hemos podido hacer hoy por él, y ahora que le observo tumbado en la cama, leyendo entre el humo y la luz de la luna, huelo su profunda nostalgia, nostalgia que a ninguno de los dos nos deja dormir.







Día 16

(El día más extraño )



Aunque me he pasado medio día en el patio interior con Noa, no ha estado mal. Javi se ha levantado con otro humor y se ha puesto a jugar con nosotras y a acariciarnos la cabeza. Yo creo que anoche soñó con cosas bonitas y su mirada se ha enjuagado en ellas. Se ha ido muy temprano y no sé por qué pero en ésta sabía que iba a tardar. El humano que vive a nuestro lado ha estado toda la mañana con nosotras y nos ha dado pasta para comer; y aunque prefiero la carne, también me ha gustado mucho. Noa en cambio apenas ha comido. Lleva varios días sin salir de casa aunque hoy ya no tiene el olor del celo. Con todo, los perros continúan ahí sin moverse; quizá por amistad, tal vez por entender que se encuentra cautiva sin motivo. Las dos lo sabemos, pero creo que los humanos no distinguen estas cosas.

Si los perros pudiéramos hablar todo sería más fácil, aunque ya no seríamos perros. Y aunque ladramos, casi nunca nos entienden y encima nos regañan. Noa se porta muy bien y nadie se lo premia. Yo en cambio he vuelto a escaparme. Pienso que Javi ya se lo imaginaba. Cuando ha llegado por la tarde le estaba esperando en la puerta de casa con los perros de nuestra calle. Me ha acariciado apenas un momento y después ha entrado y se ha puesto a teclear y a hablar con el móvil. Estaba como distraído y no me ha hecho el menor caso. Ha venido con olor a ciudad, a gasolina, a jardín, a asfalto y comida rápida, a edificio de acero y cristal, a alcantarilla y papel mojado, a sudor ajeno y perfume de rosas, a sol enrarecido y acera desgastada, a animal furioso y prisas nerviosas, a humo de coche y portal.

No lo entiendo. A veces nos portamos mal y no nos castigan, y otras sí. Otras veces nos portamos bien y no nos premian, y otras sí. Es un completo lío. Los humanos deberían ponerse de acuerdo a la hora de enseñarnos a vivir a su lado. Su trato parece condicionado a su estado de ánimo que además fluctúa caprichosamente. De haberlo sabido me hubiera quedado por ahí, olisqueando y gozando de mi libertad. Aún recuerdo cuando Javi me dejaba encerrada y se iba. Ahora en cambio ya no se preocupa. Al menos eso me parece. Todo el día ha sido muy extraño. Y lo último que me faltaba, es que en este instante estamos dando un largo paseo, no sé a dónde ni por qué, y ya se hizo de noche, y hace mucho frío para caminar, y además no se ven ni humanos ni perros por la calle; sólo algún gato gordo con su abrigo insomne de terciopelo.







Día 17

(La muerte de un amigo)



Noa y yo nos dimos cuenta por la mañana. De pronto los perros de nuestra calle se habían marchado de la puerta. Únicamente se quedó Romeo, con su cara de devoto loco, esperando cualquier movimiento que delatara su amor al otro lado. El humano que vive con nosotros hoy no ha ido a trabajar. Se ha quedado durmiendo hasta tarde, lo mismo que Javi, pues anoche estuvieron bebiendo mucho y se han acostado hace poco.

La mañana estaba hermosa. Había salido el sol y el viento se encontraba en calma. Los pájaros verdes han aparecido pronto y los veíamos coger gusanos y corretear por el patio de fuera detrás de las ventanas. La calle se ha llenado de gente y de colores. Sin embargo una sombra enturbiaba el ambiente. Sólo Noa y yo podíamos percibirla. Romeo no, o tal vez sí, pero él la obviaba ciego de esperanza.

Como Javi y el humano que vive con nosotros seguían sin despertarse he probado a abrir la puerta. Suelen cerrar por la noche con llave, pero de todos modos probé. La puerta se abrió sin problemas y Noa y yo nos vimos de repente fuera, ella inmensamente feliz, pues llevaba muchos días sin salir, yo con sentimientos encontrados, porque sé que a Javi no le gusta nada que yo vaya abriendo las puertas como un ser humano. Con todo, nos dejamos llevar por la situación y poco después saltamos la valla de la calle, sin pensar. Algo nos atraía, aparte de la sensación de libertad, y olisqueando nos fuimos los tres a buscarlo.

Seguimos un rastro nítido que comenzaba en la plaza del pueblo. Muchos perros lo iban trazando con su orín, pero no tenían los mismos matices territoriales, eran aromáticamente más dulces, con toques de desconsuelo. Otros perros también lo seguían, y nos juntamos varios compañeros hasta que de repente observamos, al final de una calle, una multitud de perros que hacían un círculo enorme, rodeando a su jefe, al que había debido atropellar un coche y agonizaba con los huesos rotos, escupiendo sangre por su boca.

Alrededor se encontraban todos los perros de Maschwitz, presentándole sus respetos y acompañándole en su último lance. Ninguno gruñía ni se peleaba. Tímidos gemidos se escuchaban pero eran inmediatamente acallados con mordidas tan potentes como silenciosas. El jefe de los perros callejeros estaba apagándose y con todo todavía resultaba imponente. Él nos hizo un gesto y Noa y yo nos acercamos a despedirnos. Colocamos nuestro hocico con el suyo y él nos lo lamió. Me puse muy triste porque aunque lo conocía hacía poco los dos nos habíamos caído muy bien y ya habíamos pasado muy buenos ratos juntos. Cuando nos separamos de su lado nos dimos cuenta que acababa de morir. Sus ojos dejaron de brillar y se quedó muy quieto, como ensimismado. Fue entonces que todos los perros presentes, incluido nosotras, comenzamos a aullar. Nunca había asistido a tan emotiva despedida y me sorprendió. Aullamos tan alto que muchos humanos vinieron para separarnos y de hacernos callar; sin embargo no les fue posible. Era la despedida del jefe y estábamos dispuestos a morder a quien nos lo impidiera.

Así estuvimos durante horas. Perdimos la noción del tiempo y el día se nos fue. Por la tarde, ya en la anochecida, unos humanos que traían palos, consiguieron llevarse el cuerpo muerto del jefe. Lo metieron en un camión blanco y casi escaparon al momento, pues muchos compañeros trataron de morderles. Los aullidos continuaron después, pero comenzamos a dispersarnos, y fuimos tomando las calles del pueblo, ante el estupor de los humanos que no se imaginaban ni podían saber qué nos ocurría.

Cuando regresamos a casa nos esperaba un castigo. Dejamos la puerta abierta y encima no hemos aparecido en todo el día. Javi me ha mirado con disgusto y yo le miraba haciéndole entender. Por un instante creo que algo ha visto en nuestros ojos. Nos ha encerrado en el patio, pero después nos ha traído algo de comer.

Noa y yo no hemos probado bocado. Nuestra ley nos prohíbe comer el día que muere un amigo. Y ahora aullamos a la luna, como todos los perros del pueblo, para honrar el recuerdo del jefe de los perros callejeros de Maschitz mientras nuestros amos, nos dan gritos de desconcierto y sueño, sin saber que con nuestros ladridos alejamos a la muerte de sus calles y casas, que hoy ha rondado muy cerca suyo y que siempre quiere más.







Día 18

(Maschwitz está de fiesta )



La vida sigue y no hay más; hay que amar y comer. Esta es la filosofía de los perros. Esta mañana ha sido Javi quien me ha animado y me ha lamido las lágrimas. Ha ido a comprar unos gránulos de pienso y Noa y yo hemos comido con hambre. Luego hemos ido a dar un paseo y a disfrutar del sol. Desde ayer hace menos frío y es un gusto caminar. Saludamos a todos los amigos que encontramos. Nos olisqueamos y lameteamos, pero siempre hay alguno que gruñe y pretende dominarnos. No soporto estos momentos aunque cada vez lo llevo mejor. Antes metía el rabo entre las piernas y me sometía, ahora saco los dientes y me defiendo. Eso sí, a veces me asusto y se me queda el cuerpo flojo, como cuando tengo que pasar por encima de una zanja tapada. Javi siempre me deja hacer. Sonríe para trasmitirme paz, y si ve que me demasiado bloqueada echa a correr dando palmadas para que le persiga y despierte de mi propio miedo.

Al volver a casa escuchamos sonido de tambores y nos acercamos a la plaza; una multitud de humanos deambulaban alrededor de mí y había decenas de carpas en las que preparaban comida de muchas clases. El olor era increíble. Noa y yo no sabíamos hacia dónde dirigir la nariz. Algunos humanos nos daban bocados de carne, o arroz con salsa, también huesos de vaca. Otros en cambio nos tiraban patadas o nos espantaban. Aun así, el sitio merecía la pena.

Al poco rato estábamos más que saciadas, y mientras Javi se ha dedicado a hablar y beber con varios humanos en una de las carpas, Noa y yo nos hemos tumbamos al sol y nos quedamos dormidas, no sé por cuánto tiempo. Luego un par de silbidos de Javi nos hicieron reaccionar y juntos marchamos para casa.

Esta noche ha tocado otra vez asado, e increíblemente no me apetecían ni las sobras. Encima después de cenar, Javi, el humano que vive con nosotros, y otro humano, se marcharon y nos han dejado aquí, otra vez solas. El caso es que no estoy nerviosa. La luna ilumina intensamente el patio y puedo ver cómo trepan por las paredes esas extrañas lagartijas que huelen a sal. Quizá es la primera vez en mucho tiempo que estoy tranquila estando sola, es decir, sin Javi. Hay algo en mi corazón que me dice que ha a volver. En este lugar él y yo estamos solos, los dos somos nuestra familia, y estoy segura y confiada de que nunca va a abandonarme, que todo esto supone para ambos un aprendizaje extraordinario.







Día 19

(Quilombo en el rabo)



Ayer ya me picaba el rabo, pero quién me iba a decir a mí que me liaría por rascarme una herida semejantte lío. Javi se ha asustado mucho, y encima tenía resaca y ojeras y carraspeaba la garganta al hablarme. Como nos hemos levantado tarde el hospital de perros estaba cerrado y no hemos ido hasta por la tarde. El humano que vive con nosotros parecía enfadado por algo y Javi ha decidido que la mejor opción era dormir otro rato. Yo, con los picores no podía dormirme, y con los ruidos de rascarme tampoco dejé que Javi lo hiciera. Las horas se marcharon lentas pero seguras, y podía oler la preocupación de Javi cuando venía a comprobar el estado de la herida o se enfadaba al escuchar que ya me estaba rascando de nuevo.

En el hospital de perros me han hecho mucho daño. Me han cortado los pelos alrededor de la herida y me han puesto un par de inyecciones. Luego Javi, ya en casa me ha limpiado la herida con un líquido que escocía horrores, y algo más aliviada he podido por fin dormirme. No sé cuánto me durará esto y si seguirá creciendo. Tengo la sensación de que se me va a caer el rabo, que me desintegro poco a poco. Y me da por temblar y sólo me consuela colocarme a los pies de Javi, que desde que hemos ido al hospital de perros parece más tranquilo y seguro y me acaricia sonriendo, transfiriéndome energía positiva.

Aunque hoy el pueblo continuaba de fiesta, y las calles se encontraban llenas de humanos e igualmente de perros, ya no hemos salido y nos hemos quedado juntos en casa. Javi nos ha preparado a Noa y a mí un arroz con verdura para cenar. Después ha vuelto a limpiarme la herida y ha estado todo el tiempo vigilándome y regañándome cada vez que trataba de rascarla o lamerla. Creo que lo hace por mi bien. Y ahora ni siquiera me permite dormir en mi colchón. Me ha llamado para que me suba a su cama y su brazo afectuoso rodea mi cuerpo exasperado de amor y picor.







Día 20

(Volviendo a la anormalidad)



Todo vuelve a la normalidad. Mi rabo mejora, por lo menos ya no me pica tanto. Javi se ha pasado la mañana sin parar de teclear. Ya es una costumbre, aunque hoy estaba verdaderamente concentrado, y cuando ha concluido parecía muy contento y nos hemos ido a dar un paseo. Se han venido Noa y Romeo y hemos salido del pueblo. De pronto ya no había casas y los árboles eran cada vez más grandes. Los tonos de verde se reproducían sin tregua. Había un río, o un afluente, porque luego había otro mas grande, y al final se veía un último río que simulaba un mar. Javi caminaba muy rápido y luego se detenía a cada instante. Noa se fue con Romeo y me creo que esta vez a cogerse. Llegamos a un lugar selvático dónde los bichos chirrian, los pájaros susurran, y los humanos pescan y fuman. He visto cocodrilos y monos y jaguares, rodeados de plantas aromáticas que masticaban carne. He olido el placer y y me he convertido en loba, y sorteando el miedo y la soledad he saltado un abismo enorme. Javi llevaba los brazos tatuados y tenía el rostro curtido…

Todo esto he soñado. Mi rabo sigue hecho trizas. Javi me lo cura y me duele. El día ha sido un incordio. Prefiero no contar. Quiero dormirme otra vez. No tengo hambre. Darme mimos o dejarme aquí hecha una rosca.







Día 21

(El dilema de Javi)



Menos mal que esto baja. Qué bien sabe el arroz, qué fresca está agua, qué gusto pasear, aun con el rabo torcido por la costra, casi como un intermitente, derecha o izquierda, dependiendo del cruce y extraviada la fluidez del movimiento, con Javi, mientras caminábamos hacia el supermercado a comprar varios bifets con papas, e iluminar los minutos con la nueva expectativa.

He estado toda la mañana sola. Atada en la patio exterio de la casa a un árbol con una cadena. Noa estaba en el patio interior. Escuchábamos nuestros respectivos ladridos. Poco a poco me he ido calmando, y he aprendido a ladrar como todos los perros de nuestra calle, a los niños escandalosos, a los cotillas y a las motos.

Javi ha llegado y me he puesto muy contenta. No estaba nerviosa pero he movido tanto el rabo de felicidad que me ha agrietado la piel y ahora se me engancha de dolor al moverlo.

Hemos regresado a casa y Javi se ha puesto teclear. Noa y yo jugamos en el patio con el sol del atardecer. Los pájaros verdes han regresado. Las lagartijas de sal son las que no se las ve. El resto del día ha sido tranquilo. Javi ha hablado con su hermano y sus sobrinos, con una amiga tumbado en la cama y también ha hecho una tortilla para el humano que vive con nosotros. Después de cenar ha seguido tecleando y yo me he dormido sobre las baldosas de la cocina. Ahora, huelo como Javi duerme y huelo incluso lo que sueña; huelo el pueblo, huelo la verdad y la mentira en sus calles, el dilema de Javi, su corazón bombeando sangre a su cerebro; huelo sus ganas, su ilusió; huelo el camino que se tuerce y se endereza; huelo a indigenas y muchedumbres, a desiertos de hielo, a montañas sagradas, a costas grises y cielos amarillos; huelo también a todos los que nos quieren; huelo a nuestros santos: huelo a caballos, a mastín, a perros… a libertad… Nos huelo a los dos…

Y voy lentamente a nuestra habitación. El viejo colchón me espera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario