eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

martes, 2 de julio de 2013

Diario de una perra en Argentina (4ª semana)



Día 22

(La cachorra humana llora)



Hoy nos ha visitado de nuevo la cachorra del humano que vive con nosotros. Hace dos días también pasó por casa, pero apenas un momento para saludarnos. Es un bicho salvaje que acostumbra hacer todo lo que quiere. Cuando se ríe me da un poco de miedo, porque creo que me quiere chinchar, aunque ha habido un rato por la mañana que me ha estado peinando y eso sí me ha gustado; casi me quedo dormida. Después Javi, la cachorra y yo, hemos ido a dar un paseo por el parque. No paraba de correr y de curiosearlo todo. En el fondo es como un cachorro de perro; aunque le falta olisquear, morder y marcar con orín. En cambio lo agarra todo con las manos y a veces se queda quieta mirando algo. Una vez me he acercado para intentar enseñarla a oler, pero ella me ha tirado un palo a la cabeza.

El humano que vive con nosotros ha venido hasta el parque donde estábamos. Le ha traído a su cachorra una comida de colores y un libro de cuentos. Yo he estado jugando con una perrita pequeña que sólo tenía una oreja. Y he pensado al verla que si Javi no me hubiera llevado al hospital de perros y me hubiera curado el rabo probablemente se me habría caído.

Cuando por la tarde la cachorra humana se tenía que ir, se ha puesto a llorar y se ha abrazado a mí hasta hacerse una bolita redonda. No quería marcharse porque se lo ha pasado muy bien con nosotros y lloraba sin consuelo. Olía a jabón y a mocos y emanaba una energía perpetua. Yo le he lamido las lágrimas, pero su padre no se lo ha tomado bien y ha terminado echándome de casa.

Esta noche, aunque sé que está triste porque su cachorra se ha ido, no quiero dormir en su puerta. Las lágrimas de la cachorra sabían a azúcar y caramelos; sin embargo las suyas no pueden tener el mismo sabor, porque en su mirada se destila una amargura inconsolable.







Día 23

(Me escapo una vez más)



Javi me ha dejado temprano atada con una cadena a uno de los árboles del patio. Una niebla densa lo cubría todo y no se veía ni a dos metros. Por la calle caminaban personas que parecían fantasmas. Todo ha tenido un halo irreal hasta que la niebla se ha levantado y ha comenzado a lucir el sol. Noa está desde hace unos días muy tranquila. Desde por la mañana se pasa el día adormilada en la puerta del patio de afuera, mientras Romeo continúa impertérrito al otro lado. De cuando en cuando se levantan, se olisquean y mueven el rabo. Su cariño es fuerte y flexible, ha girado y girado desde lo platónico a lo carnal y ahora sus almas son una sola; no hay alejamiento ni muro ni límite que pueda separarles.

Desde el instante que Javi se ha ido no he hecho otra cosa que intentar escaparme. Encima unos niños humanos me han estado tirando terrones de barro y riéndose de mí. Si llego a estar suelta les hubiera mordido, pero la cadena de hierro me ha dejado poca posibilidad de respuesta. Creo que si tuviera el rabo bien, Javi no me habría dejado atada. Sin embargo mi competencia consistía en escaparme; y al cabo lo conseguí.

Cuando habían trascurrido varias horas me he dado cuenta de algo. Si tiraba de la cadena echándome para atrás y colocaba la cabeza en ángulo, la cadena resbalaba por mi cuello. Al final me echo daño, pero he conseguido zafarme. Luego me he puesto a correr por todo el patio, animando a jugar a Noa, que me miraba como si estuviera loca moviendo su rabo. He estado todo el día dando vueltas por ahí, comiendo todo lo que he querido, junto con los perros callejeros de nuestra calle. Hoy me he acordado del jefe y le he echado mucho de menos. Le hubiera encantado verme así de libre. En una esquina me he encontrado con dos de los niños que me tiraban los terrones de barro y les he enseñado los dientes. Uno se ha puesto a llorar y el otro ha salido corriendo. No les he hecho nada; nunca les mordería en verdad; pero creo que hoy han aprendido una lección importante.

Javi ha venido ya de noche, después del atardecer. Traía de nuevo olores de ciudad y cansancio. No parecía sorprendido de que yo estuviera esperando en la puerta de casa, junto con Romeo. Ha sonreído y me ha dejado pasar. Ahora duerme agotado y a mí se me caen los ojos mientras huelo las estrellas del cielo y todos los ecos de cariño y la incertidumbre que bullen en el interior de Javi.







Día 24

(Patio de colores)



Esta mañana ha brillado mucho el sol; casi parecía primavera. Había mosquitos, muchos pájaros verdes, incluso se ha dejado ver alguna lagartija de las que huelen a sal. En el ambiente flotaba una alegría olvidada y se escuchaba en la distancia sonidos animales desconocidos para mí. Javi se ha marchado otra vez temprano pero hoy ha regresado muy pronto. Esta vez se ha asegurado de que no pudiera escaparme apretando la cadena a mi cuello. Y he aceptado la derrota o la situación con deportividad y temblores.

A su vuelta los dos hemos comido arroz y después nos hemos ido a dar un paseo. Después de caminar por el parque de siempre, hemos parado en un sitio que no conocíamos. Era una gran casa vieja, en cuyas paredes había muchos dibujos: estrellas y nubes, rostros y árboles, palabras, arcoíris e incluso algún perro, con un patio de colores que olía a colectividad. Javi ha estado hablando con varios humanos que tenían muchos nudos en el pelo y un aspecto parecido a él. Había algunos haciendo malabares y otros tocaban unos tambores largos con cuerdas. Javi se ha acercado a los segundos y se ha unido a ellos en el ritmo. El lugar era muy bonito, pero uno de los humanos de pronto ha venido hasta a mí y me ha echado a la calle a patadas. Yo me he llevado un buen susto porque al principio parecía muy simpático y me ha acariciado la cabeza. Javi se ha puesto a darle gritos, ha dejado el tambor en el suelo y después ha salido detrás de mí con cara de enfado y resoplando. Una humana se ha venido con nosotros y ha estado hablando con Javi. Después hemos vuelto a casa. Javi parecía más calmado pero yo sé que no.

Ahora Javi me cura el rabo y me sonríe. Acaricia mi cabeza y me hace cosquillitas en la tripa. Hoy me ha defendido, yo lo sé. Me encantaría poder decirle gracias y por eso le miro fijamente a los ojos. Creo que me entiende como ningún otro humano; a veces creo que es igual que un perro. Hoy, en aquel patio de colores, los machos humanos han marcado su territorio y a Javi le cuesta aceptar ese gesto descolorido. Y rabia como rabiamos nosotros, olvidándo, cediendo.







Día 25

(De excursión en bici)



No me ha quedado otra hoy que correr y correr detrás de Javi y de otro humano que alguna vez había venido por casa, pues los dos iban en bici, y al ser todo llano, marchaban muy rápido, tanto, que me ha costado mucho seguirles. Iba casi desde el principio con la lengua fuera, arqueando todo lo posible mis patas y mi columna. Menos mal que Javi estaba al tanto de mí y se paraba a esperarme si se alejaban mucho. El otro no hacía más que meterle prisa. Es un humano muy nervioso que no para quieto y que huele a hiperactividad química y a pólvora de pistola.

Estoy tan cansada que no sé qué más contar. Lo cierto es que hemos estado en un lugar maravilloso, cerca de un río muy grande que huele a sedimentos y contaminación, a selva y a peces muertos. Los olores llegaban en racimos, pero casi no podía detenerme a descifrarlos. Había tantos pájaros que parecían hojas sobre las ramas de los árboles. He atrapado uno pero Javi me ha regañado. No lo entiendo, porque lo que más me gusta en el mundo es cazar.

Por la noche hemos ido a una casa muy bonita, de color azul, que se encuentra en las afueras del pueblo. Estaba construida con barro y planchas de metal, como todas las casas de allí. Estaba llena gente y en mitad del patio habían encendido una gran candela con una madera que despedía muchísimo calor. Javi y el resto de los humanos bebían en unos vasos muy grandes y hablaban unos con otros. En un momento se han puesto a tocar unos tambores de distintos tamaños y unas guitarras. Han montado mucho ruido y mucha fiesta; tanto que a mí me costaba dormirme. Javi se reía mucho, y hasta ha cantado y dado palmas. Le brillaban mucho los ojos, chisporroteaban como las ascuas bajo el fuego.

Ahora el sueño me está cogiendo por fin entre sus brazos. Y es que ya no doy más de mí; el día ha sido muy largo y estoy muy cansada. Hemos llegado a casa hace unos minutos, y Javi, insomne, no para de teclear, de recordar, de ligar todo lo vivido y por ello fuma cigarrillos inconcebibles que asientan el recuerdo sobre sus dedos.






Día 26

(Estoy perezosa)



Los humanos creen que los perros no tenemos agujetas aunque se equivocan. Después de un día agotador nos quedamos sin energía, y no la recuperamos ni comiendo ni bebiendo, sino descansando; es decir, perreando. No sé dónde se ha metido Javi toda la mañana, pero ha venido con la cara demacrada y oliendo a sueños de humano adolescente. Luego se ha pasado todo el día riéndose de mí, porque cuando me levantaba del suelo me temblaban las patas y al estirarme producía un chirrido agudo, como al abrir una puerta vieja, echando además un bostezo tras otro y también un millar de legañas.

El humano que vive con nosotros está como yo, rendido. Ha llegado de madrugada y ahora tiene el rostro encogido, o borroso. Javi nos ha dejado todo el día juntos y se ha marchado varias veces aunque siempre regresaba a los pocos minutos.

Nos ha hecho de comer, ha limpiado la casa, y nos ha cuidado todo lo que ha podido. Ya por la tarde, quería que nos diéramos una vuelta, pero la pereza me tenía enganchada al radiador y, calentita, miraba a Javi sin moverme.

Sólo ahora he querido al fin salir a orinar, y únicamente porque ya no me aguantaba más. Por mí hoy lo hubiera hecho en mitad del salón, y aunque sé que el humano que vive con nosotros nunca lo aceptaría, intuyo que el mismo también ha llegado a pensarlo. Cada vez que se levantaba del sillón igualmente chirriaba como una puerta vieja. Javi no ha parado de reírse de nosotros y de teclear; pero sé que algún día cambiarán las tornas y seré yo quien se ría de él.

Ahora va unos pasos por detrás de mí, bostezando risueño. Se abrocha el abrigo porque se ha levantado viento y hace frío. Si tuviera pelo como yo no le haría falta. No entiendo por qué no se lo deja largo. Me da en la nariz que también él anda cansado; no sé de dónde saca tanta energía. Le veo mirar la luna desconocida a la que ambos nos vamos acostumbrando. Enciende un cigarrillo y me llama. Me acerco moviendo el rabo mientras huelo el aire y sus sentimientos. Mi herida está prácticamente curada. Me ha salido una costra oscura que comienza a caerse. El aire huele a parrilla, pan tostado y a mar. Javi me acaricia la cabeza. Percibo en su interior el olor de los suyos y la misma nostalgia que otras veces, aunque con un toque de dulzura y tranquilidad. Sale entremezclada con el humo que exhala y sube al cielo para tocar la luna y las estrellas.







Día 27

(Domingo de sol)



Me he levantado como nueva. Tanto descanso me ha venido bien. Javi en cambio achaca todo lo acumulado. Se lo noto en la cara y en la actitud. Hoy es él quien no quiere moverse. Ha estado todo el día leyendo en el patio de afuera, disfrutando del sol. Ha habido un montón de pájaros verdes y de lagartijas de sal. Romeo sigue al otro lado de la puerta; Noa de éste. Tengo la impresión de que está embarazada porque se chupa con insistencia el chichi y destila todo el tiempo mimos y gruñidos cariñosos. El humano que vive con nosotros se ha pasado el día durmiendo. El que vive a nuestro lado tampoco ha aparecido por la casa. Únicamente ha venido una humana muy amable que me ha dado un pedazo de pan que olía a flores y que no dejaba de hablar.

Por la tarde Noa, Romeo, Javi y yo hemos salido a caminar. El sol calentaba mi nariz y he podido oler a muchos kilómetros a la redonda. Casi todos los olores me han resultado desconocidos. Había muchos humanos y muchos perros por las calles, y en el parque, los cachorros humanos corrían persiguiéndose unos a otros o jugaban a la pelota. Hasta que el sol no ha caído no nos hemos ido de allí. Javi se ha sentado en un banco mientras Noa, Romeo y yo nos revolcábamos por la hierba y buscábamos restos de comida. Un grupo de perros callejeros han acorralado a un gato en las ramas de un árbol y no permitían que se marchara. Ladraban sin poder alcanzarle y el gato se lamía las orejas y las patas hasta que se ha quedado dormido y los perros se han cansado de ladrar.

Ha sido un buen día. Hemos estado todos juntos hasta el atardecer. A veces pienso por qué no dejan que Romeo pase a la casa. Está claro que nunca va a irse de aquí. ¿Nosotros nos iremos algún día? Tengo la sensación de que a Javi le gustaría moverse a otro lugar. Se lo huelo en los ojos y en cómo a veces me miran. Aquí estamos bien; pero en este aprendizaje que nos aguarda, hemos de romper con todo y con todos; aunque da mucha pena, para agrandar nuestro corazón.







Día 28

(Bajo a la gran ciudad)



Al despertar me he sentido libre. Me he mirado las patas y un hormigueo las rescataba del sueño. Esta noche he soñado con caballos y gran valle con árboles inmensos y un río de aguas cristalinas y piedras de color azul. Javi corría desnudo por una ladera y llevaba en la boca la piel de un coyote. El humano que vive con nosotros le perseguía disparándole con una escopeta aunque Javi siempre se escapaba. Yo trataba de ayudarle pero no me podía mover. Estaba como petrificada, y aullaba con todas mis fuerzas. De repente Javi se ha subido a un caballo y al galope se ha alejado en la distancia hasta que le vi desaparecer. Sólo entonces he podido moverme, aunque fuera para caerme del colchón viejo.

Javi me miraba desde la cama como si los dos hubiéramos tenido el mismo sueño. Me sonreía y yo me he acercado moviendo el rabo y dándole lametazos. Sin saber, comprendía que hoy no era un día más. Se ha duchado y al poco tiempo el humano que vive al lado de nosotros ha venido a casa. Después Javi ha preparado su mochila y me ha llamado para que me subiera al coche. Hemos ido a la gran ciudad. Los mismos olores que otros días Javi traía pegados a la ropa y al alma llegaban hoy a mi nariz, y he comprendido muchas cosas que se me escapaban.

Nos hemos bajado del coche y el humano que vive al lado de nosotros se ha marchado. Javi y yo hemos ido a caminar y así hemos estado todo el día, caminando; Javi echando fotos con su cámara y yo fotografiándolo todo con mi nariz. La ciudad me gusta menos que nuestro pueblo. Aquí Javi me ha puesto la correa y sólo me la ha quitado en un parque enorme donde cientos de perros corrían y se peleaban. Había varios humanos increíbles que a un silbido lograban reunirlos en círculo a su alrededor. Luego, cuando todos los perros tenían puesta su correa, estos humanos los guiaban a todos a la vez por las calles, como si portaran un hatajo de globos que caminaran por el suelo.

Esta ciudad es extraña. Tiene muchos parques y lagos y las calles son enormes, al igual que los edificios, que parecen tocar el cielo. También hay puerto y mar, aunque es un mar sin olas y huele diferente. Hemos estado en un lugar donde las casas estaban pintadas de todos los colores y en varias plazas muy bonitas, donde la gente acarreaba pancartas con palabras rojas y pitaban y gritaban clamando por sus derechos y por pan. También hemos pasado por una avenida amplísima en cuyo centro había una torre muy alta de mármol blanco. A su alrededor había gente pobre que paraba a los coches pidiendo monedas y puestos de comida que olían a carne picante y a plantas aromáticas. Una multitud de seres humanos con el rostro moreno nos sonreían con unos dientes negros que masticaban hojas y suplicios.

Por la tarde hemos vuelto a encontrarnos con el humano que vive al lado de nosotros y hemos regresado en el coche a nuestro pueblo. Cuando hemos llegado a casa Noa y Romeo nos esperaban. El día ha sido largo y hemos caminado mucho. Ahora entiendo a dónde se marcha Javi algunos días cuando me deja atada con la cadena. Hoy también traigo yo ese olor a acero, asfalto y cristal, a contaminación y aglomeración humana. Pienso que Javi quería que conociera la ciudad, aunque sabe que la ciudad no es lo mío. Tampoco es lo suyo, también lo sé yo. Hemos vivido mucho tiempo en la tranquilidad y no estamos preparados para cambiarla por nada.

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