eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

martes, 3 de diciembre de 2013

Diario de una perra en Argentina (Semana 25 y 26)

Día 169


(Alternativas)

Probablemente no hay nada que hacer. A nosotras nos gustaría estar siempre sueltas pero hay peligros que se nos escapan. La pradera es un ecosistema relativamente tranquilo, pero más allá de sus límites la marabunta humana se come la geografía y se introduce en cada rincón, desmenuzándolo y transformándolo. Hay coches, vehículos colectivos, camiones, motocicletas, hay humanos desalmados que se nos llevarían como le pasó hace unos días a un perro blanco que vivía en los campos de flores; algunos nos envenenan, otros nos odian. Y los más, que nos aceptan, desconfían porque no nos conocen.

Cuando Javi nos ata debajo del camión y se marcha a trabajar con los humanos especiales no lo hace con el mismo rigor que antes, ya ha habido algún día que Che Lokita ha quedado desatada y al volver estaba conmigo, lo mismo, debajo del camión. Cuando coloca la cadena alrededor de nuestro cuello, duda y se va, en tanto sus ojos destellan humedecidos, confundidos, buscando hasta encontrar las razones de por qué lo hace. Sus sentimientos no están claros en esta cuestión y lo que ayer era claridad hoy se ha convertido en confusión.

Así, después de regresar del trabajo, de marcharse de nuevo sobre la bicicleta por la gran carretera hacia arriba, de volver a la pradera con los ojos brillantes por hablar con los suyos, nos suelta y todo encaja en sus deseos. Nos ve correr libres y parece muy feliz. Nos llama y nosotras acudimos moviendo el rabo. Paseamos también con Negro y la noche va trayendo a la pradera una paz incombustible. Las luciérnagas concurren al igual que las estrellas distantes y las ramas de los árboles inconmensurables son mecidas por la brisa que viene del sur.

La libertad rueda en la cabeza de Javi y él trata de atrapar todas sus formas. Sabe que lo más importante es quitarse el miedo; ver delante de los pies un abismo y saltar en él.



Día 170

(La muerte del ganso mayor)

Hoy ha sido un día tranquilo, caluroso, con viento, en el que apenas se ha sentido la ausencia de Javi y el polvo lo cubría todo. Ha dejado los burros, los caballos y el pony encerrados en las cuadras aunque los gansos los ha soltado.

Por la tarde ha regresado del trabajo y ha estado componiendo la casa-chabola. Después se ha puesto a teclear durante horas, hasta que la luz del atardecer caía sobre los árboles inconmensurables.

Entonces ha ocurrido algo, como si la muerte hubiera pasado su mano invisible sobre la pradera. Los gansos andaban comiendo moras alrededor de la tela colgada entre los árboles. Javi se fumaba un pitillo balanceándose en ella y pensando en distancias y antiguos amores. Negro dormitaba y Che y yo corríamos alegres, olisqueando rastros y sacando algún bocado de la nada. Se ha oído un aleteo muy fuerte que ha hecho que nuestras orejas se levanten, y ha crecido el silencio tras él. El ganso mayor, el líder del clan, el jefe poderoso y sabio, aparecía con las patas hacia arriba, doblando con fuerza sus alas, como si se las agarraran por detrás, y con el cuello inmóvil y los ojos fijos. Se había muerto. Javi se ha acercado hasta él y le ha tocado con un palo, ya que no estaba seguro de su expiración y este ganso podía dar un picotazo peligroso, dado su carácter agresivo y protector. Luego de comprobar lo evidente, Javi se ha quedado algo aturdido, como si esta muerte repentina ocultara algún significado desconocido. Todo el clan le ha rodeado y las hembras se han puesto a cantar una canción fúnebre. Los machos estiraban sus cuellos dando vueltas y las hembras lo hacían con sus patas, en el aire, como representando o imitando al difunto. Tal vez era su manera de despedirse. Javi les ha dejado un rato para que lo velaran y luego los ha encerrado en su corral. Pronto el clan habrá de elegir un nuevo jefe, pues el viejo, al que hoy le llegó su hora, ha quedado colocado junto a la valla, descansando sobre la maleza para que esta noche se lo coman las ratas, y quizá así evitar que maten algún otro pollito, siendo éste el último acto de protección del jefe con los suyos.



Día 171

(¿Dónde se va Javi?)

Algo se olía, pues casi nunca me pillan desprevenida en intuiciones. Los perros tenemos esta suerte que algunos contarían como desgracia. Podemos oler el futuro del mismo modo que fuera un jirón que trae el viento, y más que el nuestro, el de los humanos a quienes estamos unidos.

Javi se ha ido a trabajar como siempre y el día ha trascurrido con normalidad. Los caballos, los burros y el pony seguían encerrados como ayer y el clan de los gansos, tras la muerte de su líder, no parecían muy afectados, aunque tal vez hoy caminaban por la pradera divididos en pequeños grupos dispersos. Javi ha regresado y casi al momento se ha duchado, frenético. Nosotras hemos aprovechado para acercarnos a los prados contiguos, esos que tienen tantos huesos viejos de oveja desparramados.

Hemos vuelto al escuchar los silbidos de Javi y nos ha atado a la cadena de nuevo. Tenía puesta su mochila y parecía preparado para irse. Sin embargo manaba de él un olor diferente, una mezcla de nervios, ilusión e incertidumbre que llegaba a mi nariz nítidamente. Sus ojos brillaban humedecidos y se ha despedido besándonos y acariciándonos la cabeza y la nariz. Le hemos visto irse por el portón de la entrada y de cuando en cuando volvía su cabeza mientras esperaba el vehículo colectivo.

Sé que sucedía algo extraño, porque han transcurrido muchas horas, la noche avanza y no ha vuelto ni va a volver. Somos nosotras quienes tendremos que velar por el brillo de las estrellas distantes y por la seguridad de todos los seres de la pradera. Huelo y tanteo el aire intentando averiguar lo imposible. Todo está muy vacío sin él. Pero el caso es que desde que me besó la nariz al despedirse, de cuando en cuando, me vienen ráfagas de imágenes, como si pudiera ver a través de sus ojos.









Día 172

(Salida Montevideo)

Durante un instante pestañeo y ya no contemplo la pradera ni a Che ni a mí misma tumbada bajo el camión. La cadena alrededor de mi cuello cae en mi imaginación y el universo se trastoca; las almas se unen, velan unas de otras; se persiguen; son entonces una. Camino así por calles desconocidas en el amanecer primero, ni siquiera a medias de encender la luz del alba, entre edificios altos, respirando mugre. Veo a través de los ojos de Javi sin discontinuidad y, con una claridad que al principio me confunde, creo estar soñando yo. Estoy en las calles de la gran ciudad, enorme y solitaria. El paso apresurado, en la mano un cigarro y sintiendo el humo en mi garganta. Tengo sueño pero me apresuro y en la mente llevo nostalgias y preocupaciones. Me he dejado la puerta de casa-chabola abierta y las llaves puestas en el candado; ya he avisado a Omar, un compañero del trabajo, y tal vez todo se resuelva en unas horas, pero ahora me quema más llegar a tiempo para agarrar el barco. Me dirijo hacia Puerto Madero y comprendo por qué. De pronto puedo reflexionar como un humano, estoy en la cabeza de Javi y me doy a su capacidad y a sus sensaciones, percibiendo y analizando lo mismo que él.

En la plaza San Martín, pegada a la estación de Retiro, distingo a un grupo de chavales que despiertan mi desconfianza. No es el olor lo que me guía; cientos de conexiones neuronales procesan y comparan la realidad exterior con la información almacenada en mi memoria. Por ello los evito; la bordeo por el lado izquierdo, que da a la entrada de la estación, pero ya se está acercando un flaco con una gorra, borracho, los ojos enrojecidos, diciéndome que le de fuego y después plata. Yo calculo la situación, con rapidez. Dentro de la mochila llevo mi vida: la computadora, mi novela y todos mis escritos, la cámara de fotos, seiscientos pesos, las tarjetas, el DNI, el billete de embarque y el pasaporte. Le respondo que no tengo nada. Le ofrezco un cigarro y que se quede con el mechero. Entiendo que si cedo tratará de sacarme más porque las cosas son así en estos casos. Le explico y no debería que no tengo dinero ni para el colectivo, que por eso voy caminando e inmediatamente echo a andar. Él me sujeta fuerte del brazo y afirma con seriedad que va a pegarme un tiro. En ese instante un fuego trepa desde mi estómago y arde sobre mi pecho y mi frente; son nervios puros… o la muerte gritando mi nombre y la fecha. Entonces me vuelvo y le golpeo con el puño varias veces la cara, no con los nudillos, sino con la parte de debajo de la mano, torciéndola como un martillo, hasta sentarle en el suelo. Que nadie intente esclarecer o separar los pensamientos o las emociones que me guían ahora porque se han adherido; son una mezcla imperfecta de instinto y consciencia, con una complejidad arbitraria, casi atroz. Tal vez por ello no digo nada; y él tampoco. Camino de nuevo sin mirar atrás aunque unos veinte metros más adelante giro la cabeza para comprobar si el otro me sigue. El chaval continúa allí sentado, con cara de incredulidad y al menos, en apariencia, tranquilo. Con el corazón latiendo sin control, en arritmias, desacordes, y torbellinos recorro la avenida Antártida Argentina vigilando cada sombra, atento a los sonidos, a cada auto que pasa o humano que se cruza o animal o rama que se mueve. Voy como un bucle de energía descomunal que busca una salida para escapar y consumirse, al que le tiemblan las piernas y se le saltan las lágrimas, pero por suerte ya estoy entrando por la puerta de la terminal marítima y respiro el aire de la madrugada como aquella primera vez cuando nací de la cual de pronto me acuerdo con una claridad abrumadora. Vuelvo a salir para fumar, para calmarme y calibrar los augurios. Hablo conmigo mismo, me digo que elegimos nuestros propios presagios, que no me deje vencer por lo negativo, que el día acaba de comenzar y es probable que el optimismo ayude, que necesite de todo el brillo de mis ojos. Entonces voy al baño. Es tan curioso mear de pie, cagar sentada, lavarme las manos, tantear el rubor de las intimidades humanas y colocar en ellas un plastiquito con un poco de yerba clandestina. Luego probar el café mientras espero en una fila de personas, y después en otra. Al final de la segunda me registran, me toman las huellas y me permiten el paso a un espacio acristalado donde una multitud de cientos se sientan y aguardan, bostezando, charlando, riendo, comiendo, leyendo, escuchando música, en grupos, o parejas, o como yo individualmente, hasta que transcurrido un tiempo impreciso se forma de nuevo otra fila, esta vez para subir al barco, gigantesco, como un edificio que flotara, y después de colocarnos unas calzas de tela en los pies nos sentamos cada cual donde quiere o puede, yo en una ventana, y en pocos minutos aquello se pone en marcha, el puerto se aleja, los rascacielos se empequeñecen, la gran ciudad es sólo un punto, y el río se vuelve mar y el mar océano, comiéndose el horizonte para unir esos dos cielos que no pueden ni quieren. El de abajo está contaminado, marrón, pero al crecer la distancia se torna verde, luego azulado, jamás azul, y así se mantiene un rato. Un tipo de unos cincuenta años que se ha sentado a mi lado habla con su mujer, situada en el asiento de delante. Su acento me recuerda a Cadaqués y a Cap de Creus durante aquellos viajes locos que fueron el comienzo de mi apetencia por las escapadas antisociales. Intercambian unas palabras en catalán y resulta que son de Barcelona. Les ofrezco cambiarnos de sitio, para que puedan sentarse juntos, pero no acceden. El hombre y yo charlamos durante todo el viaje de las circunstancias de nuestro país y aunque discrepamos en ciertos detalles ambos concluimos que aquello es una mierda y que más valdría liarse a tiros. El agua vuelve a tornarse verde y luego marrón. Una ciudad progresa en el horizonte antes vacío y se va volviendo nítida definiendo su perfil de edificios, playas y cerros. Estamos llegando a Montevideo, la capital de Uruguay, y de repente me da por recordar poemas de Mario Benedeti, del tipo ¿acaso los árboles no son solidarios? digamos el castaño de los Campos Elíseos con quebracho de Entre Ríos o los olivos de Jaén con el sauce de Tacuarembó… El barco atraca en puerto y desciendo a este país ignoto que me abre sus puertas y la posibilidad de perpetuar mis sueños. Tengo apenas unas horas para volver a embarcar de regreso a Buenos Aires y he de darme prisa. Tomo así un autobús que recorre la ciudad y atravieso en él el barrio colonial, el centro histórico, las modernas avenidas, los hoteles monumentales, el estadio centenario, el palacio presidencial, el monumento al trabajo, los barrios populares y los exclusivos y toda la costaneda, es decir, unos diecisiete kilómetros de playas que dividen las barriadas hasta regresar a la franja portuaria. Después de este circuito superficial en el que tomo nota de curiosidades autóctonas, hago cientos de fotos y hallo rincones sobre los que alguna vez leí, transito con mi soledad y mi mochila hacia la playa del barrio de Carrasco, unos de los barrios más populares y también peligrosos, con una playa tan linda como pequeña, bordeando la costa hacia el norte. Cuando llego me descalzo, me tumbo sobre la arena fina y descanso mis fatigas, la tensión acumulada y por primera vez en todo el día me relajo, contemplando las olas y sus penachos de espuma romper contra la tierra en inquietud. Hace una temperatura espléndida, me quito la ropa y busco en uno de los lados un sitio para bañarme. Me meto desnudo en el agua, ignorando que aquí podrían detenerme por ello, y me dejo llevar por las corrientes. Nado contento y al salir me seco con el sol sobre una piedra. Luego me visto y vuelvo a tumbarme. Me armo un pitillo de yerba y fumo. Los minutos se estiran entre mis dedos. La playa se va llenando de gente. Como es viernes, llegan directamente desde de la escuela o el trabajo. En Uruguay hay muchos negros y mulatos y otorga matices en los rostros. Los colores están desgastados, son más auténticos e impuros. Así es como yo esperaba que debía ser Sudamérica. Se nota la pobreza y la humildad en cada gesto. No veo ni un coche de policía. Sin más motivo que descubrir a mis semejantes me pongo a hablar primero con dos chavales mestizos que me invitan a una cerveza y me preguntan que de dónde soy. Juego un rato con ellos al fútbol improvisando una portería sobre la arena. Luego me junto con una muchacha a la que descubro escribiendo versos en una libreta. Es muy bonita y me da un poco de vergüenza acercarme, pero en cuanto me decido y la saludo ella me sonríe y me propone que me siente a su lado. Lo hago y armo otro pitillo. Fumamos y hablamos durante un buen rato, casi hasta que me tengo que volver hacia el puerto. La regalo uno de mis cuentos y ella uno de sus poemas. Nos reímos y cuando pretendo irme me besa en los labios. Me dice que es para que tenga un buen recuerdo de Uruguay pero en verdad ambos intuimos que no es sólo por eso. Nos despedimos como dos amigos que se conocieran desde hace años; sonriendo sin más. De regreso me meto por el barrio colonial y cuento muchos locales comunistas y anarquistas. La política está en la calle y la juventud es su custodia, fabricando cultura radical. El héroe de la independencia se llamaba Artigas y liberó al pueblo a la vez que acabó con la esclavitud; hizo algo así como un dos por uno en los derechos humanos y la libertad. En un bar pintoresco, con decenas de mates diferentes colgados por las paredes y fotografías de Gardel, me como un sándwich de chivito que me recomendaron los chavales de la playa, y se me ocurre que a mi abuelo Víctor le gustaría. Ya tengo que ir de nuevo al puerto y me apuro para sacar otras cuantas fotos y anotar todas cuantas peculiaridades observo.

En la zona de embarque, después de registrar mi billete de vuelta, llega la hora de la verdad, el momento por el que he realizado este viaje no deseado, obligado, innecesario. La fila de migraciones gira sobre sí misma y avanza como una culebra de humanos indiferentes. Otra vez me asaltan los nervios, esperando que todo salga bien y no surjan problemas. Ya me toca; un tipo con gafas mira mi pasaporte y sella la salida. Ahora queda la entrada a Argentina. Le corresponde a una muchacha joven. Mira la fotografía y me mira a mí. Coloca el sello y me devuelve el documento. Lo guardo en un bolsillo y aliviado marcho a sentarme en un banco. El barco ya está atracado y pronto habremos de subir en él para regresar a Buenos Aires en apenas dos horas y media. El tiempo transcurre lento, estoy muy cansado pero la ansiedad del día me mantiene alerta. Se me pasa por la cabeza, sin saber la razón, como un relámpago de conciencia o premonición, echar un vistazo al pasaporte y vislumbro nuevamente el estrago. Todas las alarmas se activan a la vez. Aquella muchacha me ha puesto la misma fecha de salida que ya traía; es decir, para el uno de diciembre del 2013, con lo que en una semana me convertiría en un ilegal. En ese momento llaman por el altavoz para que la gente comience a subir al barco. Yo no sé qué hacer. He hecho este viaje precisamente para renovar el visado y he invertido mucho dinero en ello. Si me vuelvo sin la nueva visa en esta misma semana tendré que hacer de nuevo el viaje. No puedo irme por tanto. Si pierdo el barco tendré que ir a la embajada española y solicitar ayuda, permanecer quién sabe los días hasta resolver la complicación. Bajo corriendo a la zona de migraciones; le digo desesperado a la muchacha que creo que se ha equivocado. Ella mira el pasaporte, me mira a mí y me dice que no hay ningún error. Le explico que han sido sus compañeros de migraciones en Buenos Aires los que me aconsejaron salir a Uruguay para renovar la fecha de salida y pone cara de contrariedad. Ella me responde que no puede hacer lo que le pido. Me enfado, le levanto la voz y llama a dos policías que se sitúan a mi lado, muy serios. Me ruegan que espere allí y que no monte ningún escándalo. Por los altavoces dan la última llamada para embarcar. Qué debo hacer. En ese momento aparece un inspector de migraciones y me pregunta qué ocurre. Le expongo todo y revisa mi pasaporte. La sorpresa es que se acerca a la muchacha y le dice que me ha cagado, que tenía que haberme puesto un nuevo sello de entrada con los noventa días estipulados para estos casos. La muchacha me pide disculpas, sonriendo con cara de boba; tacha la visa antigua y sella la nueva. Salgo precipitadamente, tropezando en las escaleras, chocando con una puerta de cristal, con la adrenalina presionando mi nuca. Por suerte consigo alcanzar a tiempo el barco y en unos minutos, agotado, contento, cargado de angustia, rabia y optimismo, me siento en el primer lugar que veo libre. El sol cae sobre los cerros y los edificios dorando el agua sórdida del río de la plata; la jornada ha sido tan larga que no parece una sino tres. Casi antes de que abandonemos el puerto, ya me he dormido. No sueño; sólo descanso. Por ello durante el viaje de regreso no hablo con nadie, nada más me interesa ni me conmueve. Únicamente quiero volver a la pradera, reencontrarme con los animales, sentirme seguro y a salvo, tumbarme en la hamaca y observar las estrellas distantes.

Me despierta de nuevo el movimiento al arribar a Buenos Aires. Desobedeciendo las normas y al personal de la empresa desciendo cerca de la entrada de desembarque. Son las once de la noche y el último colectivo que sale hacia Escobar pasa por Congreso de Tucumán a las 12. Tengo una hora para atravesar unos siete kilómetros de la ciudad pateando y en metro. Si no lo logro tendré que buscar un lugar para pasar la noche, o al menos hasta la nueva madrugada. Nada más salir de la zona de aduanas echo a correr por la Avenida de Córdoba hacia arriba hasta 9 de Julio. Desde allí marcho hacia el conocido obelisco y agarro el metro de la línea verde. Son quince paradas. En el metro voy de pie y no me importan ni las miradas ni las opiniones. Me siento en el suelo hasta que queda un asiento vacío. Mis pintas deben de ser horribles. Sucio y tostado por el sol, con unas ojeras de cansancio inconmensurables, transpirado y los ojos rojos por la sal y la hierba. Noto la zozobra de la señora que va a mi lado pero sinceramente me la suda. Cerca de Congreso de Tucumán compruebo la hora; las doce y cinco. Cuando se abren las puertas del vagón de metro salgo disparado por las escaleras mecánicas y marcho calle arriba, esquivando cuerpos y corazones hasta la parada del colectivo. Compruebo que justo ahora está llegando y me coloco en la fila extenuado, tratando de recuperar el aliento. Poco después estoy de camino a casa sentado al lado de una muchacha preciosa que huele a perfume y que me observa de reojo. Al contrario de lo que pueda parecer empezamos a hablar. Es como si necesitara contarle a alguien todo lo que me ha pasado, expresar cada incidente ocurrido. Ella me mira con asombro y termino durmiéndome sobre su hombro, sin querer, sin saber muy bien que lo hago. Son sus manos quienes me despiertan ésta vez. En la estación de Escobar le doy las gracias por su amabilidad y nos despedimos. Siento que el hambre me aprieta, que tengo que recuperar fuerzas y me acerco a comprar algo a un kiosco. Poco después ya estoy dentro de un remix camino de la pradera por la colectora oeste devorando un bocata de choripán y una hamburguesa, divisando la carretera panamericana con su tráfico incesante en un ir y venir de humanos y de historias que se enredan como un laberinto indescifrable.

Entonces, en el portón delantero, pestañeo otra vez y descubro que Javi se acerca caminando hacia nosotras. Otra vez me encuentro debajo del camión, junto a Che, con la cadena alrededor de nuestro cuello. Nuestras almas han vuelto a separarse, al menos por ahora. Javi nos desata ahora, feliz, y nos acaricia sonriendo. Va a saludar a los caballos, abre la casa-chabola. Nosotras corremos a su alrededor moviendo el rabo y saltando sobre sus piernas. Enciende las luces, se prende un cigarro. No pone de comer. La pradera rejuvenece de oscuridad. Por fin ha vuelto. Todo ha terminado. Estamos todos juntos otra vez, amparados por los santos que nos protegen y por las utopías que anhelamos y luchamos. Javi se tumba sobre la tela que cuelga entre los árboles y el aire le mece, contemplando las estrellas distantes y la silueta de los árboles imponentes. Nuevamente soy una perra y me concibo como tal. El olor asalta mi cerebro como una marea retenida por un gran dique que gobierna la realidad. Y así huelo sus pensamientos y sentimientos como antes. Pero qué curioso ha sido ver con sus ojos y compartir con él este día trascendente en el que nuestro porvenir ha pendido de hilos flacos.



Día 173

(Barrio del Cazador)

Nunca se había levantado Javi tan tarde desde que estamos aquí, en la pradera. El mediodía rozaba mandando calor y las legañas poblaban nuestros ojos. Che y yo teníamos ansias por salir y nos hemos atropellado en la puerta de la casa-chabola para ir a orinar. Somnoliento, Javi ha hecho una colada de ropa sucia y la ha tendido al viento, después se ha ido sobre la bicicleta por la gran carretera hacia abajo y ha vuelto un par de horas más tarde oliendo a villa humilde, a humanos buenos, a puchero y gasolina. Sin embargo nada más regresar se ha marchado de nuevo, esta vez en una motocicleta. El humano que vivía con nosotros en el sitio de los perros le esperaba en el camino que bordea la pradera y Javi ya no ha vuelto a aparecer hasta la noche.

Como de la capacidad de ayer aún me quedaba algún rescoldo, he podido entrever a Noa, a la cachorra que paraba por casa, al humano que vivía al lado de nosotros, al humano del quiosco de enfrente y las calles del pueblo que nos acogió aquella época que parece tan lejana sin serlo. Luego he presenciado paisajes del Paraná, en un lugar llamado el barrio del cazador, árboles y plantas con flores increíbles, pájaros exóticos y una pequeña casa en mitad de aquella selva donde viven una madre humana y su cachorro. También he visto a Javi manejar un coche y a la cachorra humana comerse un helado de chocolate, y he olido el olor del bife de chorizo a la parrilla, a la yerbabuena y a la marihuana, y las mismas claves del engaño sobre la sonrisa a veces real y otras artificial de Javi, las ganas de volver con nosotras, el colectivo nocturno y el retorno extendido.

Nada más llegar se ha metido en la cama. Por un momento casi se pone a teclear, pero los ojos se le cerraban. En ese desequilibrio se ha dejado vencer y se ha tumbado sobre la cama para mirar el techo de chapa de la casa-chabola. Che y yo le miramos desde nuestro colchón de gomaespuma y suspiramos pensando en estos días locos y complejos que todos hemos vivido. El corazón de Javi rezuma fuerza y emociones, al igual que el nuestro. Se ha olvidado de echarse el spray anti-mosquitos y así le sobrevuelan al acecho para picarle los brazos y los sueños.



Día 174

(Calor de tormenta)

Javi se ha ido a trabajar con los humanos especiales y después de tantas emociones casi nos ha resultado extraño. Nos ha dejado sueltas en la pradera, sin cadena ni valla que nos sujete o nos separe. Hemos aprovechado así para merodear por los campos de flores y por caminos que los bordean, aunque el calor del mediodía nos ha hecho volver a la sombra agradable que nace debajo del camión. Allí nos ha encontrado Javi dormidas al regresar por la tarde, antes de subirse sobre la bicicleta y marcharse por la gran carretera hacia arriba. Como Che y yo le seguíamos inconscientes ha terminado, esta vez sí, por atarnos con la cadena, volviendo un rato después cargado de bolsas y con los ojos destellando brillos.

Luego ha estado montando a Pepe mientras la luz del sol declinaba y coloreaba las nubes. El calor del día las ha ido formando y parecían enormes barcos blancos surcando el cielo infinito. El aire venía cargado de humedad y mojaba levemente la hierba y la piel. Esta noche parece que va a haber un nuevo concilio y se decidirá en asamblea la tormenta.

Como Javi parecía cansado nos hemos metido pronto en la casa-chabola, hemos cenado, y nos hemos tumbado, Javi a teclear y a leer y nosotras a dormitar sobre el colchón de gomaespuma. Hay muchos mosquitos y Javi ha encendido una espiral de incienso que los atonta y los mata. Ahora acaba de prender el ventilador porque el sudor corre por su frente y va a sentarse en la puerta a fumarse un cigarro. Suena un trueno y un relámpago ilumina el cielo oscuro. La asamblea ya ha decidido; el concilio es unánime. Y ya manda una lluvia intensa.



Día 175

(Continuidad)

Afortunadamente todo ha salido bien. Las dificultades aflojan. Los puentes resisten y las fuentes del porvenir continúan manando sustancias y esperanzas. Contamos con el mejor cobijo: la pradera; y la mejor compañía: la naturaleza y un cordón de gente buena que empieza a distinguir con precisión nuestras intenciones y la luz que hemos traído para compartir.

Murió el ganso mayor y hoy Javi ha caído que falta uno de los patos. No debe preocuparse porque está criando como el resto en uno de los campos contiguos, en el de los huesos. Todos los animales se encuentran bien. Hay siete gansos que van para adultos, a los que empiezan a crecerles las alas, fuera ya del alcance de las ratas y sus ansias de carne. Pronto nacerán los patitos y las gallinas incubarán sus pollos; entonces una nueva batalla se dará. Los caballos están hermosos, al igual que los burros, porque no les falta ni pasto ni cuidados, y el pony, a régimen desde hace unas semanas, ha conseguido reducir su enorme panza y camina con orgullo su nueva condición. El pavo sigue a lo suyo y los animales extraños que viven bajo la montaña de pales han reaparecido por las tardes. Los pájaros de colores apenas pasan tiempo en la pradera, lo mismo que los que cazan. Por las noches se ven menos luciérnagas y por ello las estrellas distantes brillan más. Hay otros muchos seres que nos visitan. Javi anoche descubrió una gran araña a los pies de su cama. Tenía muchos pelos y unos ojos enormes. Al principio se asustó y tuvo miedo, pero poco después la subía sobre su mano para contemplarla, dejándola en los alrededores de la casa con suavidad. El tiempo da otra vuelta recolocando sus entretelas sobre todo aquello que nos rodea. Javi teclea más que nunca; Che y yo estamos felices; también Negro. La nostalgia a veces nos sorprende en un despiste o es el corazón el que fluye sentimientos imposibles

Javi también ha ido hoy a trabajar. No ha parado de llover ni un segundo en todo el día, hasta que la pradera se ha llenado de charcos y barro y un silencio borroso. Suena el teclear de Javi junto a las gotas y las ramas que rozan el techo de chapa de nuestra casa-chabola cuando alzo una oreja desde el colchón de gomaespuma. Tiene el rostro vivo, como tratara de crear con él un mundo nuevo.



Día 176

(Javi pierde las llaves)

Pocas veces sabemos cómo se nos viene la mala actitud. A veces somos nosotros quienes la generamos y otras nos la brindan en bandeja acontecimientos y seres. Un pequeño despiste puede alterar el universo entero. Che Lokita es una luna y yo soy otra girando alrededor de un planeta tan maravilloso como contaminado.

Javi se ha ido a trabajar con legañas en los ojos y un cansancio prematuro. No había nada para desayunar, el barro ha saltado por encima de la puerta y aun con las botas de agua le ha sido complicado salir. El día ha pasado rápido debajo del camión. La lluvia caía a intervalos y los gansos y los patos son los únicos que lo disfrutaban. Negro no se ha movido ni un momento del interior de su caseta, que compartía con las gallinas el gallo y hasta el pavo. Los caballos , los burros y el pony se han metido ellos solos a las cuadras buscando refugio y los pájaros de colores han regresado seguramente para cambiar de lugar sus nidos invisibles.

Al mediodía un humano joven ha saltado el portón de la entrada y se ha acercado a la casa chabola. Su aspecto parecía frágil y confuso y ha estado dando palmas para ver si había alguien para atenderle. Ha estado fisgoneando todo mientras Negro Che y yo ladrábamos con todas nuestras fuerzas llamando a Javi para que acudiera. Como no lo ha hecho y el humano continuaba allí nos hemos pasado ladrando varias horas.

Una humana que trabaja con Javi y que andaba por el camino que bordea la pradera le ha preguntado quién era y qué hacía allí. El humano por lo visto preguntaba por los animales y por quién los cuidaba. Javi ha regresado al rato, justo cuando comenzaba de nuevo a llover, y para darse cuenta que el humano había abierto el palé con el que Javi pasa por la valla al trabajo cada día y los caballos, los burros y el pony se han escapado y corrían por la hierba cerca del centro. Javi enfadado, ha increpado al humano, le ha preguntado qué hacía allí, por qué había entrado hasta la casa-chabola, y después se ha quedado para abrir la valla. El humano ha pestañeado como si no entendiera el por qué del enfado de Javi y se ha ofrecido para ayudarle a traer de nuevo a los animales. Han estado así corriendo detrás de los caballos y los burros hasta que han logrado que regresen a la pradera. Después han estado hablando un rato sentados en el banco de la puerta de la casa-chabola. Al final Javi y él han hecho muy buenas migas y se han dado los teléfonos. Hay una rama de humildad y bondad en ese humano extraño, como también de riesgo y mordedura.

Cuando ya se marchaba Javi se ha dado cuenta de que había perdido las llaves mientras corría por el pasto detrás de los caballos. Ha estado a punto de dar un grito y arrancarse los pelos. En vez de eso se ha reído. Si pudiera oler como nosotras sabría que este humano es lo que los perros llamamos un atractor extraño, es decir que atrae la mala suerte por su pesimismo. Con todo Javi se lo ha tomado bastante bien. Ha estado buscando las llaves durante horas pero con el pasto llegándole hasta la cintura ha sido imposible. Menos mal que tenía en la mochila una copia del candado de la casa-chabola y hemos podido entrar.

Habíamos perdido casi toda la tarde y empapado Javi nos ha soltado de la cadena, cuando la noche comenzaba a extenderse por el cielo y la lluvia arreciaba.

Ahora Che y yo tenemos un principio de afonía de tantos ladridos y Javi ha vuelto a resfriarse. No tenemos nada de comer y continúa lloviendo a mares. La casa-chabola se ha llenado de barro y los mosquitos ven como el mejor cobijo este techo de metal, superpoblándolo. Desde luego que no ha sido el mejor día, pero no echemos la culpa de todo a este humano que mi nariz me dice volveremos a ver. Javi ahora teclea con un vaso de whisky con coca-cola en la mano y nosotras dormitamos sobre el colchón de gomaespuma. Da una calada a un pucho. Brillan sus ojos; sonríe.



Día 177

(El buen humor)

Después de otra mañana de lluvia en la que el agua encharcada casi alcanza los bajos del camión, por fin el cielo ha comenzado a abrirse y ha salido tímidamente el sol. La temperatura ha comenzado a subir y han llegado a la pradera millones de insectos. Las hormigas creaban nuevas avenidas con paradas y gasolineras y los escarabajos hacían pelotas con las postas de excrementos recientes de los caballos. Una nueva colección de moras relucían en las ramas de los árboles y los árboles inconmensurables ofrecían decenas de huecos llenos de agua que servían como bebedero a los pájaros.

Javi ha regresado de muy buen humor del trabajo, acariciándonos las orejas y haciéndonos cosquillas, y se ha ido de inmediato sobre la bicicleta por la gran carretera hacia arriba. Al volver venía cargado con bolsas de comida y nos ha puesto de comer abundantemente. Luego ha estado montando a Pepe y haciendo pendientes de conchas y lapiceros como los que hacía allá en nuestra tierra. La luz del sol intensificaba el verde de la pradera y de las hojas lográndolas crecer por instantes. Con el atardecer se ha puesto a teclear mientras nosotras y Negro corríamos libres y jugábamos a perseguirnos y a morder palos. Luego nos hemos quedado los tres dormidos en la puerta de la casa chabola.

Cuando las estrellas distantes ha empezado a poblar el cielo nocturno Javi se ha echado sobre la tela colgada entre los árboles y ha estado fumándose un pitillo de yerba, sonriendo y riéndose de nosotras, que tratábamos de cazar varias ratas sin conseguirlo. Después ha seguido tecleando un rato y se ha preparado una rica cena con pasta rellena de queso y unos huevos encebollados. El estado de ánimo de Javi estaba cargado de energía y le brillaban mucho los ojos, eso nos hacía estar tranquilas y contentas y por eso le íbamos todo el tiempo a lamer sus manos. Antes de dormir ha salido afuera a fumarse un último cigarro y enviar con el pensamiento su optimismo a cada constelación de estrellas distantes que recordaba. Los mosquitos volaban por el techo de la casa-chabola.

Ahora que puedo oler sus sueños, entiendo que camina por las calles de la ciudad en la que creció, una ciudad pequeña pero henchida de ilusiones y expectativas. Yo voy a su lado y también Che. Llegamos a un parque donde solíamos ir a pasar el rato y a juntarnos con sus amigos humanos. Y allí nos esperan, sentados en círculo como si nunca nos hubiéramos marchado, y existiera un reverso de las circunstancias, una realidad paralela y vivida que nos llevara por otras sendas sinuosas.

Día 178

(Se viene el calor)

Anoche los mosquitos llamaban a la puerta de nuestra casa-chabola. El viento que normalmente sopla se detuvo y con la calma llegó una humedad pegajosa, que nos hacía sudar. Javi tuvo que encender el ventilador y nos mandó por encima el mismo spray que se echa él. La madrugada ha sido un alivio y la mañana un infierno. Javi hoy no se ha calentado la leche y nosotras nada más salir por la puerta nos hemos tumbado jadeando un una sombra.

Cuando Javi se ha ido a trabajar sorpresivamente no nos ha atado debajo del camión a ninguna de las dos. Es como si supiera que con este calor no íbamos a hacer demasiadas excursiones y escapadas. No se equivocaba.

A su regreso, por la tarde, ha llenado con la manguera el estanque de los gansos y Che y yo hemos corrido a meternos. Los charcos de estos últimos días de lluvia se han secado enseguida y el barro ha retrocedido como si hubiera perdido la guerra con el polvo. Se ha puesto a teclear sentado en el banco de la puerta y las gotas de sudor caían por su frente. No hemos parado de beber agua y aún así la sed apretaba nuestras gargantas. Nos ha salvado que en el atardecer ha comenzado de nuevo a correr una ligera brisa que ha ido aumentando y ha permanecido hasta la noche.

Ahora otra vez ha parado y la humedad ha vuelto a posarse sobre la pradera. Las estrellas distantes titilan en su propia luz y se descomponen en nuestra mirada. Javi cierra la cortina y echa el tranco de dentro. Enciende el ventilador y se desnuda, pero antes de acostarse se vuelve a mirar alerta. Miles de mosquitos llaman de nuevo a nuestra puerta. Entonces se echa spray sobre la piel y nos manda un poco a nosotras. Nos mira sonriendo. Che bosteza inconsciente, como si la cosa no fuera con ella. Tranquila, me dice con la mirada. Pronto nos acostumbraremos.



Día 179

(El pony se enferma)

Javi se ha levantado hoy más tarde de lo habitual. No ha ido a trabajar pero no ha descansado ni un minuto. Che y yo andábamos perezosas, aunque él rápido nos ha espabilado para sacudir y lavar las telas que cubren nuestro colchón de gomaespuma. Luego en tanto Che y yo nos situábamos debajo el camión aguardando la cadena, Javi ha limpiado y barrido a fondo la casa-chabola, incluso los alrededores y ha dado un repaso a las cuadras. También ha hecho dos coladas, con su ropa y con las sábanas de la cama, ha limpiado el polvo, ha fregado los cacharros sucios, la bicicleta y cuando ha terminado se ha fumado un pitillo balanceándose sobre la tela colgada entre los árboles. Después se ha duchado y se ha afeitado. Yo me he acercado sola hasta los campos de flores y un niño pequeñito me ha regalado un trozo de carne con el que he vuelto en la boca. Che se ha perdido el suyo por quedarse dormitando a la sombra.

Al volver he visto que Javi andaba mirando al pony pues llevaba todo el día pegado a la casa-chabola sin moverse de allí. Tiene una herido muy fea en los testículos, parece infectada y Javi se la ha estado curando y lavando con agua y jabón. Creo que ha llamado a los dueños para que se acerquen, porque un rato más tarde han venido en una camioneta, con dos sacos, uno de avena y otro de maíz. Antes, cuando estaban los cachorros de perro que corren como el viento, venían todas las semanas a traerlos comida, pero desde que se los llevaron apenas lo hacen, y sé que Javi se enfada porque siempre tiene que estar llamándolos y pidiéndoles las cosas que tienen en acuerdo. Igualmente es eso por lo que Negro muchas veces está triste, porque son sus dueños y no le dan bola. Con gestos de preocupación falsa han examinado al pony y han asegurado volver en un rato con antibiótico y un saco de comida para nosotras, pero no lo han hecho y el pobre pony sigue pegado a la casa-chabola, esperando que alguien le ayude.

La tarde se ha marchado y con lentitud ha llegado la noche. Javi ha estado tecleando unas horas mientras Che y yo probábamos nuestros respectivos colchones de gomaespuma con las telas limpias y suaves. Sus ojos brillaban con fuerza y al acabar ha salido a fumarse un cigarro y contemplar las estrellas distantes. Parecía contento después del esfuerzo, aunque a veces aquello que teclea se le queda adherido al corazón y le duele. Un rato más tarde se vestía y se ponía perfume. El humano que vivía con nosotros en el sitio de los perros ha llegado para buscarle y se han marchado en un coche dejándonos atadas bajo el camión con la cadena.

Ahora le veo llegar por el portón de la entrada y por su caminar sé que está borracho. Viene cantando y dando palmas tomado de amanecer y sol naciente. Nos desata, juega corriendo con nosotras, orina en medio de la pradera saludando a los árboles inconmensurables, va a comprobar cómo se encuentra el pony e inmediatamente se echa a la cama olvidándose de cerrar la puerta, de nosotras y de sí mismo, menos mal que los mosquitos a estas horas tienen su descanso, pues si no se lo comerían. Completamente vestido, respira como si tuviera prisa en dormir.

Día 180

(Subjetividad)

Huelo el rastro de una rata. Lo sigo y llego a su agujero. Una buena estrategia es esperar, pero sé que es difícil, pues más allá de la valla tienen otras salidas que intuyen sin vigilancia. Hace un rato han debido pasar por aquí varios perros. Hay tres orines diferentes y no son de los vecinos. Estos perros son peligrosos porque hacen manada y si entran en la pradera (Negro suele encargarse de asustarlos con su tamaño y sus ladridos) pueden atacar a los bichitos que habitan en ella y matar alguno. Che tiene menos olfato que yo o tal vez no lo ha instruido como debiera. Yo la enseño pero a veces es muy vaga y prefiere corretear y escarbar el suelo o morder palos y ramas. Un pájaro se posa ante mí a unos metros; se ha confiado. Yo hago disimuladamente que me estiro aunque en verdad me coloco en posición de alerta. Doblo mis patas traseras y levanto las orejas. Muy rápido salto hacia el pájaro y a punto estoy de atraparlo. Los pájaros aquí son más desconfiados que en mi tierra, tal vez porque hay más perros vagabundeando por las calles y con más hambre. Ahora me revuelco encima de un cadáver de quiz, me impregno de su olor para a ver si un poco más tarde me puedo acercar lo suficiente a sus guaridas y cazar uno. A ver si a Javi no le da por bañarme y me fastidia el plan. Me gusta restregarme asimismo sobre la mierda de los caballos y sobre la hierba, pero ya no suelo hacerlo porque eso Javi lo nota enseguida y atándome con la cadena, saca el jabón y enciende la manguera. Percibo otro rastro y esta vez es de iguana. Las iguanas son prácticamente invisibles y vienen hasta aquí por las noches para robar los huevos de los patos y las gallinas. El rastro se pierde por el canal que pasa por debajo de la gran carretera. Alguna vez tengo que ir por allí y pasar a ver lo que hay al otro lado. Desde hace alrededor de una semana tengo menos pulgas. El líquido que nos echa Javi es muy molesto y oloroso pero a los días comienza a hacer efecto y las pulgas y las garrapatas nos rehúyen como si de pronto nos tuvieran miedo. Voy a acercarme a chupar la mano de Javi. Cuelga de la tela colgada entre los árboles. Se ha pasado ahí tumbado casi todo el día. Se ha levantado casi al mediodía y se ha ido sobre la bicicleta por la gran carretera hacia arriba. Ha vuelto muy rápido y parecía mareado y colmado de sol. Hoy está apretando. Le chupo y se asusta, pero sonríe. Me encanta que me acaricie la cabeza y me diga cosas bonitas poniendo voces. A Che le da envidia y se acerca también. Yo ya no tengo envidia de Che porque soy muy buena hermana mayor. Con todo lo que nos pasa y a pesar de los problemas que vienen estoy muy feliz. Porque estoy con Javi y él se desvive por darme toda su atención y cariño.



Día 181

(Domingo Argentino)

Los domingos aquí está todo cerrado. Hoy he olido los pensamientos de Javi y he podido recoger la línea humana que los traza. Los domingos se descansa, aunque Javi los trabaja alternos. Casi ni hay vehículos colectivos, ni sitios donde comprar comida. Sólo los restaurantes humanos abren un rato al mediodía y hay sitios de encargo que te llevan lo que pidas a tu casa. Los humanos se reúnen en familia o alquilan un peli para tumbarse en un sillón. Se recuperan de la joda de la noche pasada o se acercan al parque para jugar con sus cachorros. Preparan un asado o unos raviolis y comen hasta reventar. Se preparan para una nueva semana de laburo y descansan esas últimas horas. Sólo los jóvenes pasean y lucen sus mejores trajes. Son metódicos y pragmáticos, con unas costumbres inflexibles que en pocas ocasiones rompen; tal vez para ir a la cancha a ver a su equipo o para meterse bajo las sábanas a coger.

Javi en cambio no sigue estas rutinas. Hoy no ha ido a trabajar pero no se ha dado descanso. Quizá el hecho de hacerlo todo el día de ayer ha contribuido. Se ha puesto a teclear desde muy temprano y al mediodía ha marchado a comprar algo de comer. Por la tarde ha estado fabricando pendientes y pulseras, sentado en un banco en mitad de la pradera, con sus herramientas, mientras Che y yo hacíamos una excursión a los campos contiguos o dormitábamos a la sombra. Ha hecho muy buena temperatura. El sol calentaba lo suyo pero soplaba la brisa fresca del sur limpiando el aire y mitigando el calor. Con el atardecer nos hemos metido en la casa-chabola y hemos cenado. Javi se ponía de nuevo a teclear y nosotras nos tumbábamos en el colchón, comenzando a la vez la batalla casi cotidiana contra los mosquitos.

Ahora Javi ha salido un momento fuera y Che y yo aprovechamos para estirar las piernas y orinar. Las estrellas distantes brillan con fuerza en el cielo y nuestros ojos también lo hacen. La pradera permanece tranquila y todos los animales descansas en sus distintos refugios y cuadras. La noche está hermosa. Javi desata a Negro y nos vamos a pasear.



Día 182

(La plata)

Por qué el mundo humano está tan ensuciado de dinero, por qué cada paso, acción o sueño suyo tiene que estar supeditado a este ente, al que en esta tierra denominan plata cuando es simple papel que el agua moja y emborrona. Los humanos se pasan la vida subyugados por ella y viven así para conseguirla. Con ella compran comida y comodidades en vez de fabricarla ellos mismos. Algunos incluso, y estos resulta lo más inconcebible, especulan con ella, la invierten, y a costa de la ruina o la pérdida de otros, se forran abriendo abismos inmensos entre los unos y los otros, algo que llaman desigualdad y nadie se atreve a resolver aunque sería relativamente sencillo si se decidieran a suprimir el dinero. Los perros, y en general los animales, serían desde una concepción humana, y en este sentido, seres libertarios. Alguna vez nos puedes ver intercambiar un hueso pero es muy difícil y lo que verdaderamente nos representa es que cada cual nos buscamos la vida como podemos, si estamos en un ambiente al menos de semi-libertad, pues los perros que simplemente esperan en sus casas y camastros a que su dueño les echen unos puñados de pienso o carne y a dar dos veces al día el paseo de rigor están vendidos, son una especie perrumanos, pero con la capacidad interna y fundamental de que si sus circunstancias fueran distintas y estuvieran en la calle sin duda se adaptarían.

Todo bicho viviente posee un instinto revolucionario en su interior y es el llamado instinto de supervivencia. Dentro, en lo emocional, todos somos libres. Es en nuestros actos donde nos ligamos a normas o costumbres. La plata para los humanos ha traspasado las culturas y ha recorrido el mundo entero. Ahora se ha convertido en un dios sin control que los desespera sin piedad. La gente muere de hambre por no tenerlo cuando a sus pies hay una tierra rica que podría alimentarles. Es ciertas cuestiones el mundo humano es absurdo.

Hoy Javi se ha levantado como cada día para trabajar con los humanos especiales para ganar un poco de plata. Con ella por la tarde se ha ido sobre la gran bicicleta por la gran carretera hacia arriba y ha regresado con los ojos brillantes y con una bolsa llena de comida. Pero al volver a la pradera ha estado reuniendo los huevos de las gallinas, ha alimentado con maíz a los gansos y a los patos, ha montado a Pepe y ha echado avena a los burros. Luego ha estado curando al pony con agua y jabón y más tarde se ha dado un paseo con nosotras y con Negro. Esta otra realidad que vive y que liga o ciñe al ritmo de la otra le permite romper parte de las cadenas. Huelo como experimenta esta rotura y y él también lo huele, pues su nariz se va adiestrando para ello. Sus miedos adquiridos han ido diluyéndose y por ello ahora es capaz de dejarnos desatadas y confiar abiertamente en nosotras. Y nosotras no somos perfectas, como tampoco lo es él, y a veces erramos. Pero dicen que errar es humano; y también fundamental para un perro.

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