eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

sábado, 17 de mayo de 2014

Diario de una perra en argentina (Semana 49)

SEMANA 49

Día 336

(La murga de la Chechela)

El día ha corrido hasta precipitarse sobre un muro que la tarde alzara para nosotros, atrapándonos felizmente hacia el fondo de la villa. Javi parecía aguardar algo, y muy pronto he entendido de qué se trataba. Primeramente ha sonado un tambor, y tras él cientos de ellos que le seguían en su retumbo. Me he asustado pensando al principio que estaban tirando petardos o cohetes, o quizá que el cielo tronaba una tormenta terrible y próxima. No obstante enseguida he notado la diferencia rítmica de los corazones humanos escuchándose y acompasando su verdad subjetiva.

Javi se ha acercado a una especie de almacén situado en un jardín de una pequeña finca saturada de hierros oxidados y ha empezado a hablar con algunos humanos que iban y venían. Poco después uno de ellos le invitaba a entrar. Yo me he quedado en la calle jugando con algunos compañeros callejeros, y olisqueando rastros diferentes. De pronto la murga, la banda, la agrupación ha salido afuera y todo el barrio ha zozobrado con el sonido loco de los tambores. Como mosquitos atraídos por la sangre, decenas de niños ha surgido de sus escondrijos, cuando algunas humanas comenzaban a bailar de una forma sensual la música. Los comerciantes asomaban la cabeza en las puertas de sus tiendas vacías y las cortinas se corrían en las ventanas de las casas. Los perros aullaban como cuando se escuchan las sirenas de los bomberos o de las fábricas. Nadie imagina que dichos aullidos suponen una conformidad instintiva, un acuerdo entre especies. Javi venía con ellos, tocando un timbal semejante al que tocaba algunas veces allá en nuestra tierra. Su cara me ha hecho recordar aquel primer día en que me llevó a un ensayo con aquel grupo de humanos indecibles y rebeldes que se autodenominaban Amansalva.

No nos conocíamos aún. Apenas hacía dos semanas que nos habíamos encontrado y no supo distinguir el miedo y la ansiedad que acumulaba. Le destrocé los cinturones de seguridad del coche en el rato que tuve que esperarle. Sin embargo cuando lo vio no se enfadó conmigo. Me miró fijamente a los ojos y la risa fue su respuesta, sintiéndose completamente responsable de lo sucedido. Nuestra relación empezaba a fraguarse así, con experiencias inverosímiles, y he de reconocer que no fue la última vez que mordí un cinturón, o el picaporte de una puerta o una correa, cualquier cosa que me atara, que me sujetara, que me alejara de él. Todo nos ha ido trayendo hasta aquí. Los años nos fueron acercando y crecimos juntos para superar nuestras respectivas heridas.

Ahora que le contemplo, tocando el timbal, abstraído en el ritmo, disfrutando del momento, espontáneamente libre y sincero, me alegro tanto por él que le dedico consciente mi más profundo aullido de amor y respeto.



Día 337

(Luna verde)

El cielo se ha llenado de luna. Puede que el cielo sea aun mayor, pero yo reniego de él, achicándolo con un guiño. Me interesa más esta luna, que mi mente pinta de verde, agrandada y eterna en su presagio y fragilidad. Quizá influya la frondosidad de los árboles sobres los que reposa, o que el otoño en esta tierra es tan verde como la primavera, pues no permite la muerte a las flores y prorroga misteriosamente el crecimiento de la hierba, los sueños, y el optimismo.

La luna trepa, y yo huelo su claridad, y esa fuerza impulsa las corrientes oceánicas así como la sangre en mis venas. La tierra la atrae y ella escapa. La gravedad no debe ser suficiente, y menos mal, porque un beso suyo podría terminar con la misma vida.

Sin embargo, sin luna, sin esta luna verde que ahora miro y que amo sin razón, el mundo sería un lugar más oscuro y más frío, tal vez se incrustaría en el vacío vertical y dejaría de girar como una peonza de piedra.

Javi me silba y mis orejas se alzan atentas. Corro lo más deprisa a su lado como si el viento del afecto me arrastrara. La luna continúa subiendo hacia arriba, sin pies y por una escalera de estrellas. Creo que Javi también la ve verde, pues su pensamiento así me lo indica. No es la esperanza quien la pinta de dicho color. Somos nosotros quienes lo hacemos, por verla tan pálida, tan sola y tan distante.



Día 338

(El barrio se amplía)

Hoy, al ir a pasear, me he dado cuenta que hay algunas casas nuevas en el fondo de la villa. Cuando nos mudamos acá no estaban, en cambio ahora representan los límites del barrio. Tal vez no me percaté antes porque, aunque son nuevas, parece que las hayan levantado hace ya muchos años. Maderas podridas y chapas oxidadas, y al igual que las viviendas vecinas hay una mezcla de mugre acumulada, de belleza inconsciente, de cachorros descalzos y perros atestados de pulgas. Los pensamientos de Javi me ponen sobre la pista. ¿Quién sabe por qué estos humanos se empeñan en vivir aquí, en este lugar? Pero es seguro que bien de tragedias y miserias mayores, de adversidades y desdichas sin nombre, tal vez engañados con la promesa de una vida mejor; trabajando como esclavos en las tierras pobres para juntar cuatro cosas, delincuentes forzados, humanos que vuelcan la comunidad que los rechaza para asaltar un terreno baldío, sin dueño o con él, para levantar un nuevo infortunio con el único deseo de prosperar un poco, de no pasar tanta hambre, de dar una oportunidad marchita a sus hijos.

Un cachorro sale ahora de entre los árboles sujetando un enorme colchón. Lo sigue una humana vieja cargada de bolsas. Un machete limpia el sitio y el fuego hará lo demás. En unos días habrá una nueva casa. El barrio se amplía, y con él su desgracia. Nuestra calle se va metiendo en la selva y llevará el título de cualquier un libertador olvidado del pueblo.



Día 339

(Incomunicados)

Javi se ha levantado temprano, y se ha marchado silencioso, tenaz y convencido, aunque mi nariz ya me advertía que hoy no iba precisamente a trabajar. El esfuerzo le conducía a otras costas de nuestra lucha, y por ello la aguja del rumbo señalaba en otra dirección. Los ecos de su aroma me llevaban con él hasta la gran ciudad y sus laberintos inmensos. Algunas imágenes tocaban mi cerebro mientras la cadena del patio me procuraba un anclaje a la realidad.

Le he visto así viajar en varios vehículos colectivos, por encima y por debajo de la tierra, sortear humanos sin número, aguardar largas colas, visitar edificios colosales, buscando un sello, una firma, el color, cualquier testimonio reglamentario que afianzara nuestra situación y la amplificara sin renuncias. Ha habido noticias buenas, malas y también regulares, aunque su gravedad o su crudeza se me escaparan. Posibilidades, muros, escaleras de subida, rampas deslizantes de bajada, estructuras firmes y frágiles que componen aquello que los humanos denominan burocracia o legalidad.

A su regreso traía la cara estragada, llena de contaminación y confusiones. Su primer impulso ha consistido en pasear pero como ha empezado a llover con fuerza no podíamos salir de casa. Algo le ocurría a su teléfono móvil, pues no leía la clave necesaria para poder comunicarse con los suyos. No obstante Javi se ha puesto a sonreír pensando en la suma de reveses. La pantalla tecleadora precisa de arreglos, ahora el móvil no funciona. Las ganas de hablar con alguien cercano, de contarle lo sucedido hoy, algún amigo, amiga, sus padres, su familia, han ido creciendo con las horas, pero todo ha resultado inútil. Los nervios se le estiraban, extinguiendo su sonrisa. No obstante, en mitad de la incomunicación, ha ido hasta su mochila y ha sacado de ella un libro que ha comenzado a leer con ansia.

Lleva horas haciéndolo, pasando una tras otra sus amarillentas páginas. Ahora me acerco yo a la mochila y percibo un olor luminoso que sale de su interior. Descubro no sólo que está llena de libros (Javi los ha comprado en la ciudad en una feria callejera), sino que todos ellos, de algún modo forman parte de Javi. Su mente es un reflejo de su fuerza. Y debe ser así, porque al tumbarme sobre la manta verde y mirar cómo devora callado sus secretos, siento cómo llegan dentro de mí sus enseñanzas, como si yo también pudiera leerlos y entenderlos.





Día 340

(Bife de amor)

La sartén hace bailar el aceite con las papas fritas, la batata, la cebolla, el pimiento verde. Javi saca de una bolsa la carne y la sazona mientras silba una canción alegre que reconozco y que nos hace recordar a ambos días maravillosos. La luz entra por la ventana de la cocina, al igual que los sonidos de la calle. Las radios prendidas, los niños jugando y los ladridos ocasionales de los compañeros callejeros. Ahora saca se la sartén el refrito y la limpia con un pedazo de papel. Echa un delgado chorrito de aceite y la mueve para extender su brillo. Me siento a su lado y permanezco atenta a cada minúsculo movimiento posible. El humo desvela su ubicuidad, y es cuando Javi coloca sobre la misma los cuatro bifes que inundan de amor y porvenir mi nariz entusiasta, pues distingue en los ojos de Javi, y su manera de sonreír, que dos de ellos serán sin duda para mí.

La mejor celebración es la que no tiene sentido, al menos racional. Por ello la saliva se vuelve un lago en mi boca.



Día 341

(Lenguaje común)

No dejan de sorprenderme las emociones humanas. Oscilan como una cuerda que sostiene su corazón sobre un abismo de individualidad e incoherencia o reflejar positivamente y con exactitud la realidad y sus circunstancias. Giro mi cabeza hacia Javi y comprendo la lucha mental que sostiene consigo mismo. Los días se han complejizado, se anulan, se agregan al futuro, ensombrecidos, iluminados al resistir. Yo tengo que adaptarme al compás humano que la sociedad le impone a Javi. Mi carácter tranquilo y flexible me lo permite y cuento con todo su cariño para lograrlo. Javi brega por sus sueños y se emancipa de su yo adquirido. No puedo entender cómo lo entiendo, pero es así. Las flaquezas le acechan, pero están tan lleno de convicciones que el ansia de alcanzar sus sueños no adormece sus optimismo. Se siente libre y minúsculo, valorando más que nada el proceso, la construcción, y tiene claro que soy tan compañera suya como lo sería si fuera humana. Hemos hecho del respeto y del afecto un lenguaje común con el que hablamos y discutimos sin palabras.

Basta con mirarnos para saber si estamos bien, mal, si tenemos hambre, sed, si nos sentimos solos o tristes, o si chisporrotea la felicidad incontenible. Estas últimas semanas están siendo transcendentes. Se avecinan nuevos cambios. Se cierran ciclos y otros inician la fase. ¿Qué nos aguarda mañana? Todo dependerá del contexto y de nosotros mismos, de nuestras querencias y necesidades. Si somos hoy más libres que ayer es por sentir que aquello que nos ata es porque lo elegimos, sea cadena o función. Vamos mordisqueando los hilos que se enredan y no nos confundimos en el inconformismo. Porque aprendiendo se vive mejor.

Javi abre la puerta del patio y le brillan mucho los ojos. Sé que hoy ha ganado una batalla en su trabajo y su cara irradia vida. Un humano especial que tenía miedo a acercarse a Pedro ha conseguido darle de comer y repetir su nombre. Son las pequeñas cosas las que se quedan con mayor fuerza en la memoria. Por ello lamo ahora sus manos cuando me saca del cuello la cadena.







Día 342

(Liberación)

Alzo mis orejas desde la manta. El pensamiento de Javi cifra. Lo primero es arreglar el móvil o comprar otro, después irá la pantalla tecleadora; la validación del título está a la vuelta de la esquina e igualmente el cambio de visa. La suerte es que todo esto sólo supone tiempo y plata. Lo más importante es que el sueño es sostenible. Javi tiene un trabajo que le gusta, que le motiva, ganas de aprender, de vivir y hallar vida, de desvanecer cualquier sentimiento sombrío y de bregar con responsabilidad las desigualdades.

Si yo soy un reflejo de su estado, he de decir que la cadena con la que cada día me deja atada en el patio no me importa. Ya no quiero perderme en malos presagios, ni gimo por el absurdo de corregir lo que no se podría. Espero feliz a que regrese, a que la puerta se abra y comience nuestro reencuentro cotidiano. El paseo, la libertad que compartimos cada tarde, visionando el barrio, la villa, la selva que oculta el río enorme, el sol declinando y mudando el color de las cosas. Las calles henchidas de humanos, de compañeros, todos arrastrando historias y luchas distintas.

De nuevo nos vamos liberando, como ya lo hiciéramos antes, de las premisas y de las concepciones que tratan de imponernos desde fuera. El mundo gira y nosotros giramos en él. Qué bien le está viniendo a Javi releer aquellos libros que en su día forjaron su carácter, su mirada y su destino. Y a mí entender a través de él sus enseñanzas. Ahora enciende un cigarro y escribe en su libreta. Yo juego sobre la hierba con mi compañero cojo. Los cachorros humanos chillan y persiguen una pelota saltando sobre los charcos. La luz del sol concilia el viento y la tierra. Las horas respiran con ilusión y nos besan las pestañas. Como no deseamos que la realidad nos resulte de pronto ajena, la concebimos sin tregua; y de ella nos inundamos.

jueves, 8 de mayo de 2014

Diario de una perra en Argentina (semanas 47 y 48)

SEMANA 47


Día 323

(Martes de lucha)

Suena el despertador y arriba. Yo me quedo dormitando y mientras Javi prepara la bicicleta yo voy a orinar y a estirar las piernas por nuestra calle. Poco después me llama con un silbido. Yo voy corriendo porque sé lo que viene ahora; el cuenco de comida. Mientras devoro el pienso mezclado con arroz él me ata con la cadena y se asegura de que tengo agua en el balde. Cierra la puerta y escucho cómo echa la llave. La puerta de casa se cierra poco después. Entonces huelo el aire. Javi se va a trabajar.

En el patio casi siempre es lo mismo. Los patos buscan de comer, las gallinas hacen lo mismo, seguidas ambas especies por su prole prolífica. A veces me pregunto sobre esta continua e incipiente multiplicación y al compararla con la circunstancial de la pradera, deduzco una diferencia importante: las ratas de allí. De cuando en cuando la humana con gafas o el cachorro grande se llevan algún pollito, creo que el segundo para obsequiar a algún humano amigo y la primera para preparar pócimas y hechizos. De su casa entran y salen algunos hombres, siempre por la mañana. Es una humana de hábitos estrictos y huele a humildad callada. Gos aparece al poco tiempo meando en la esquina con el callejón, y Oso le sigue para olerme con timidez. Siguen sin hacerse a mí y yo a ellos tampoco. El patio es su dominio y yo no tengo ganas de absurdas disputas, pues lo mío es la calle y la manta. Las horas se suceden y a veces ladro para escuchar mi propia voz. Me pongo de pies sobre la pared y calculo la distancia con la puerta. Ejerzo un trabajo mental sobre el muro y sobre el cierre y entonces me imagino a misma saltando como un insecto por encima y cortando de un bocado la cadena. Hay una salamandra que sale al mediodía de su escondite y trepa hasta la ventana para llenarse de luz. Siento cómo mi pelo crece. Los pájaros bailan entre las ramas, y rezó para que alguno baile cerca de mí y se acueste despacito en mi boca. Cuando el sol toca el extremo del tejado sé que Javi viene de regreso. Tanteo el aire y puedo descifrar si toma el rumbo cotidiano o si desvía para hacer cualquier cosa, como comprar o ver a alguien. Si ocurre lo primero empiezo a gemir nerviosa y me preparo, si el desvío se vuelve evidente suspiro y me acurruco en la caseta que Javi construyó con tres tablas de cariño y la lana del viejo colchón donde Che y yo le aguardábamos juntas.

Hoy por suerte no se desvía. Ha tomado el mismo camino que nos trajo desde la pradera hasta aquí, cruzando por aquella pasarela sobre la gran carretera y atravesando la villa donde viven Omar y Clarita. Percibo cómo dobla por el empedrado de cemento y marcha por la calle que le trae a nuestro barrio. So olor se vuelve nítido. Pedalea con fuerza adelantando algunos coches parados. Se cuela así entre un camión y el autobús. Frena porque una moto se le viene encima y saluda a una vieja humana que vive a unas casas de nosotros.

La emoción se apodera ahora de mí. Si estuviera suelta y el mundo fuera una consecución de mi lucha, saldría a la puerta para recibirle. En cambio me siento sobre mis patas y alzo mis orejas para escuchar el maravilloso sonido de la llave.



Día 324

(Miércoles de silencio)

Algo le ocurre a Javi. Toda la casa se ha llenado de un olor extraño, como si algo se pudriera en su interior. Se ha levantado y se ha ido sin decirme nada. Tenía ganas de aullar por él pero no me salían los aullidos. A su regreso hemos paseado como siempre, pero le notaba distraído, ausente. Frente a su pantalla no ha podido teclear porque la sombra de la inexpresividad sujetaba su mente y sus dedos. Se ha tumbado así en la cama y ha empezado a ver una peli. Enseguida ha cerrado los ojos. Hoy no ha habido caricias ni mimos. El silencio es un decorado y hasta sus sueños parecen estar mudos.



Día 325

(El sendero oculto de la villa)

A un par de cuadras de la plaza de la villa, por el extremo en el que acaban los campos de potreros donde los cachorros humanos juegan y sueñan fortunas etéreas, hay un sendero que conduce al gran río. Allí se encuentran las casas más humildes, apenas unas chapas de metal y madera para dar cobijo a tantas familias y a sus miserias.

En dicho sendero siempre hay barro y bolsas de basura, pero lo custodian decenas de árboles inmensos y cientos de plantas y flores multicolores. Cuando Javi se siente triste solemos venir por aquí. A mí me gusta mucho porque apenas hay perros y los que hay parece como si se hubieran cruzado con los gatos y son asustadizos e inermes. Los cachorros humanos, descalzos y sucios, salen a la puerta de sus casas. Javi los saluda con la mano antes que el gesto sombrío de sus padres les haga volver hacia la oscuridad. Algunos humanos jóvenes nos ven pasar mientras arreglan sus motos. Javi les mira fijamente a los ojos y les sonríe, para que se acuerden de nosotros cuando nos volvamos a encontrar en las calles del pueblo.

Por lo que huelo en sus pensamientos caminar por aquí resulta un desafío. En este lugar los humanos son vulnerables a ellos mismos y al azar. Sin embargo Javi siente que la realidad en este sendero es más tangible. El gran río nos espera, cuando la villa se topa con las grandes propiedades, con lo que los humanos de aquí denominan countries, rodeados de alambres de espino, parques colmados de yerba, casas ostentosas, lagunas y marinas saturadas de embarcaciones.

El gran río queda de este modo del lado los ricos pero los mosquitos van a cebarse con los pobres. El ser humano tiene así dos razas definitivas, que separa con muros. Javi se apura con el alicate y agranda un poco más el agujero para allegarlas.



Día 326

(Cansancio extremo)

Javi se ha levantado cansado y con dolor de espalda. Tanto que casi no se podía mover. Para mitigar el dolor se ha fumado un enorme pitillo de yerba que ha rasgado sus ojos y bajado sus párpados. Luego se ha ido a trabajar sobre la bicicleta y no ha debido pasarlo muy bien, porque cuando ha regresado me ha soltado y en vez de salir a pasear se ha tumbado sobre la cama.

El cansancio era tan tangible que se me ha adherido también a mí y apenas hemos dado después una pequeña vuelta por nuestra calle. Javi ha estado hablando con una vecina humana que huele a deseo y que llevaba un niño de ojos inmensos en sus brazos. Hay varias humanas que miran a Javi con deseo pero él obvia sus miradas. Su mente está concentrada completamente en la consecución de su sueño. A veces no se da cuenta, pero hay muchas cosas que está sacrificando para conseguirlo. Cuando llegamos a casa y trata de teclear el agotamiento se lo impide. Desde la manta observo su frustración que se vuelve sombra sobre sus hombros, y veo ahora cómo se mete borroso entre las sábanas para después llamarme a su lado y cerrar casi al segundo los ojos completamente vencido.



Día 327

(El cristal y el pionono)

Cuando Javi vino ayer de su trabajo trajo en la portera de atrás de la bici una bolsa que olía a comida ignota. La ha abierto hoy por la mañana y ese trataba una bandeja enorme de una especie de pastel dulce con embutido queso y mayonesa que cifraba un nombre en su pensamiento: pionono. Debe ser un plato humano muy típico de país llamado Italia. Y en esta tierra en la que vivimos se mezclan costumbres de lugares alejados, pues durante siglos han estado viniendo en distintas oleadas cientos de miles de inmigrantes humanos que fueron aumentando la población convirtiéndose con los años ciudadanos argentinos, posponiendo por siempre su retorno. Con todo han conservado tradiciones, idiosincrasias y también las gastronomías de sus países de origen. Las guerras, las dictaduras, las crisis económicas hacen que los seres humanos tengan que abandonar sus hogares y empezar de nuevo en otro sitio. La desigualdad, la injusticia y el odio los enfrenta a la incertidumbre y el desafío de reconstruir sus vidas. Huyen de las represalias políticas, de la miseria y el hambre, cuando no de la muerte. La historia humana está llena de ejemplos, y este país que nos ha acogido casi es un paradigma de los movimientos migratorios. Muchos vinieron de Europa, sobre todo del sur, y del norte a África, desde principios hasta mediados del siglo pasado. Italia y España fueron dos de los dos países que más personas aportaron a dicho movimiento. Los apellidos y los nombres humanos lo atestiguan, Javier Rodrigo, Yanina, Marcelo, las pizzas, las ollas de cordero, los fideos, las ensaladas, las papas en tortilla, la mozarella, el parmesano, el jamón crudo y el matambre. No le ha gustado demasiado a Javi el pionono y por ello me ha tocado a mí hacer cuentas de él. Estaba muy rico pero ahora me duele la tripa y suspiro sin poder dormitar desde mi manta verde.

Javi está con otro Javi, nuestro venido humano del fondo del patio, por lo que me dice el pensamiento de Javi es de origen italiano. En verdad él, no; ero sus padres sí que lo eran. No obstante él es del todo argentino. Está claro que es así pues lleva desde hace dos meses para ponernos un cristal en la puerta del patio. Javi ha tenido que tirar de su fortaleza y decirle que si no nos lo ponía esta tarde nosotros nos retrasaríamos con el pago del alquiler. En menos de una hora ha hecho lo que no ha había hecho en ocho semanas. Cuando terminan Javi le ofrece al otro Javi un poco de pionono y un vaso de jugo. Éste come y le dice que está muy rico y que si lo ha preparado él. Javi le miente y le pide que se lo termine, ya que hizo demasiado y si no se va a estropear. En cuanto se marcha el humano, Javi empieza a teclear. Sin embargo pronto le entra hambre y enciende la sartén para tramar unas papas con huevo frito y chorizo cuyo olor hace que se me pase el dolor de tripa.



Día 328

(El día más extraño)

Los días empiezan gordos de horas y enflaquecen con su paso. Es mejor así recordar todo desde el inicio, cuando los días se agrandan por todo lo que en ellos ocurren. Javi se ha ido por la mañana a trabajar, contento, por haber descansado ayer lo suficiente, y aunque no haya podido teclear en estos últimos días todo lo que le hubiera gustado. No obstante en el trabajo le aguardaban, Pedro, los humanos especiales y antiguos conflictos que varias de sus compañeras esconden. Javi defiende una pedagogía positiva, ajena a las amenazas y los gritos, y menos a las agresiones, y alguna de sus compañeras son todo lo contrario, igualan a los humanos especiales y los maltratan muchas veces sin que ellas mismas sean conscientes. Cuando Javi se enfada emana un olor muy fuerte y a media mañana, estando atada en el patio me ha llegado el olor de su enfado. Enseguida me he dado cuenta que algo ha debido suceder y al cerrar los ojos y volver a abrirlos he visto cómo dos de sus compañeras chillaban histéricas mientras él sujetaba en el suelo a uno de los humanos especiales que convulsionaba en el suelo. Después de que el humano se ha recuperado, Javi las ha pedido que se acercaran y las ha dicho que las iba a denunciar, pues ellas habían sido las responsables de lo sucedido, primero por provocar al humano, luego por castigarle y para rematar por no saber cómo actuar en una situación así ya que el humano podría haberse ahogado y ellas no habían pedido ayuda siquiera. Las humanas se han puesto a la defensiva y han amenazado a Javi que ellas iban a contar en dirección que él fuma cuando salen a pasear con Pedro y que utiliza mucho la pantalla en los talleres. Javi se ha reído en su cara, y les ha dicho que no le importaba, que le chupaba un huevo. Era tan grande su enfado, que por la tarde, al regresar con la bici a casa, no ha visto que un coche se le veía encima y ha perdido el control del manillar. No ha llegado a caerse pero se ha doblado toda la mano y se le ha hinchado como si estuviera rota.

Loco de dolor e incertidumbre, pues por su pensamiento desfilaban ideas funestas: que no podría ir a trabajar, que no podría escribir, que le saldría por mucha plata la atención médica, ha puesto la mano unos minutos bajo el grifo de agua fría, luego se ha tragado tres pastillas y se ha armado un pitillo desmesurado de hierba antes de tumbarse sobre la cama y cerrar los ojos. Rápidamente ha comenzado a sentirse mejor. El dolor disminuía aunque la hinchazón ha ido lentamente en aumento y ha empezado a morársele toda la zona. Yo no sabía si acercarme a lamerle y consolarle o si permanecer tranquila en la manta, pues lo conozco. Durante un rato me he sentado sobre mis patas cerca de la puerta sin dejar de mirarle. De pronto una sonrisa ha aparecido en su rostro y me ha llamado a la cama. De alguna forma, en la lucha introspectiva que se estaba dando en la mente de Javi empezaba a vislumbrarse el faro de su optimismo. Su pensamiento evaluaba que podía haber sido mucho peor, que se había librado de una buena. La yerba y los analgésicos ayudaban a sentir alivio y ha sido cuando Javi se ha levantado de la cama y se ha puesto a teclear.

Nunca antes lo había visto así. Ha estado durante cuatro o cinco horas sin darse una tregua y su sueño. Su cara expresaba el sufrimiento, la ambigüedad, la incertidumbre. Construía frases, diálogos, situaciones y escenas y eran tan fluidas que casi pareciera que el dolor y su equilibrio estuvieran empujándole en este proceso en el que la creatividad y la memoria son imprescindibles. Ha terminado agotado, demasiado tarde para querer cenar, para querer hacer cualquier otra cosa. Se ha preparado un último pitillo mientras comprobaba algo en la pantalla. Y sin más se ha levantado de la silla, me ha mirado y se ha puesto a dar saltos de alegría. Acaba de leer allí que su título de psicólogo ha sido por fin homologado y después de esperar tantos meses, esto va a suponer una mejora sustancial en cuanto a su situación profesional.

En este día extraño, todo ha sido posible: la muerte, la caída, la imaginación y la vicisitud. A mí me basta saber que Javi aguanta los golpes y se crece en los estragos. Desde que ha leído lo de su título, su mano ha empezado a deshincharse y ahora apenas le duele. Es maravilloso cómo la mente humana puede obrar prodigios y transformar la realidad. Por ello ya no tengo miedo a acercarme y me subo con él a la cama. Su mano me acaricia y me rasca las orejas. Sus ojos brillan al compás de los míos. La casa está en silencio. Respira paz.





Día 329

(El mundo se abre)

Sin perder tiempo Javi ha estado hablando hoy con sus jefes de lo sucedido ayer. Anoche en sus sueños estableció el desenlace, casi como anticipando la realidad del día. En el sueño sus jefes asentían para después no haber nada, es decir le han daban la razón sin que esa razón sirviera para concretar algún logro. Al final de la jornada, una vez corroborado el sentido del sueño, les ha dicho que su título está por fin homologado, lo cual significa dos cosas, que van a tener que pagarle más plata y que tienen que hacerle un contrato de trabajo. No obstante el dinero no es lo más importante. Eso sí, el contrato resolvería la incertidumbre de tener que renovar la visa cada tres meses y salir del país, y podría definitivamente acceder a la cultura y al contexto social de esta tierra. Uno de sus jefes, sin duda el más vivo, le ha guiñado un ojo, como si comprendiera la estrategia de Javi. Y es que pronto Javi va a poder optar a otros trabajos, y de no haber cambios en la institución, si se siguen obviando los maltratos y las negligencias, sin duda se irá. Lo que no se imagina, según lo que me dicen sus pensamientos, es que antes de irse, antes de terminar este ciclo, consagrará su intención a ganar por la malas esta guerra, y habría sabotajes, enfrentamientos, denuncias a los periódicos y a los servicios sociales, cualquier acción hasta lograr que los humanos especiales queden protegidos en su casa.

Un nuevo mundo se abre cargado de posibles. Y mientras llega, Javi respira y conspira. Me lleva a pasear al fondo de la villa. Y luego teclea, aunque todavía le duele algo la mano, morada de ahínco y perspectiva. Yo le miro desde la manta. Su convicción es absoluta. Por ello su mirada se sostiene y brilla, acariciando el ideal.



SEMANA 48

Día 330

(El ferretero de la calle libertad)

Javi se ha ido a trabajar y yo, como de costumbre, me he quedado atada en el patio. Por la mañana ha estado lloviznando y apenas he salido de la caseta que me fabricó Javi con las tablas. Oso se ha venido un rato conmigo y se ha tumbado a mi lado. Nuestra flaca relación avanza y empiezo a entrever una amistad lenta, pero fuerte. Gos se asomaba por la esquina aunque sus gruñidos me anunciaban que con él todo va a resultar más difícil. Creo que incluso siente envidia de que su compañero me acepte y pase algún tiempo conmigo. La humana de las gafas nos ha puesto en el balde agua limpia y después ha desaparecido de nuevo en su casa, hasta que ha llegado el primer humano.

Cuando Javi ha regresado nos hemos ido a pasear, no hacia la villa, sino en dirección al pueblo. Cerca del centro ha entrado en una tienda atestada de cacharros y cachivaches. Había tantos que se salían por la puerta. Luego me he enterado a través del pensamiento de Javi que se trataba de una ferretería. El ferretero era un viejito humano que olía a lavandina e infusión de yerba. Ha hecho buenas migas con Javi, porque cuando ya nos disponíamos a marcharnos, le ha invitado a tomar una de esas infusiones con el palito de metal. Han estado hablando hasta que el sol se escondía entre los árboles. El viejito debía tener muchas ganas de hablar y Javi de escuchar sus historias porque parecía que el tiempo les resbalaba a ambos, abstraídos en su dialéctica. Sus ojos brillaban con entusiasmo y sus manos estaban resquebrajadas. Toda su piel olía emanaba un aroma a esfuerzo y tragedia, a esperanzas rotas.

Después de marcharnos Javi se ha parado en un kiosko y se ha pedido un café. Yo he estado jugando dos perritos que tenían el pelo rizado y blanco, a los que les temblaban las patas de fragilidad. Cuando ha terminado de tomarse el café me he dado cuenta de que en vez de volver a casa nos dirigíamos de nuevo a la ferretería. Javi ha entrado de nuevo sin hacer ruido y le ha dejado al ferretero una hoja de papel doblada sobre el mostrador con un caramelo de naranja encima. Nos hemos ido así, silenciosos, duendes existenciales, tornando a casa por la calle libertad, cuyo cártel Javi ha descubierto con entusiasmo, entre las ramas de un palo borracho, uno de esos árboles que dan flores rojas y blancas y que tienen pichos en el tronco. No nos hemos cruzado con nadie, ni humanos ni perros, como si fuéramos de pronto por un túnel que nos llevara directos y sin percances a nuestra casa.

Javi sonreía pensando en la humanidad del ferretero. En su nota le ha dejado escrito: Los viejos están locos por suerte/ saben que el mundo ya no les pertenece/ hablan del pasado con optimismo/ cuando en realidad no paran de hablar del futuro que ellos mismos se labraron. Yo iba un poco más adelante persiguiendo rastros imposibles. Mi sonrisa no era tan visible. Pero cualquiera podía observar el renuente movimiento de mi rabo.



Día 331

(Camino mutante)

Cuando Javi ha regresado hoy del trabajo hemos ido a pasear hacia la villa. A los dos nos gusta ir allí porque es como salir de la realidad para caminar por espacios oníricos y salvajes. Un niño pequeño que montaba en una caja con ruedas ha venido a acariciarme y Javi le ha llevado la caja hasta el principio de una cuesta para que luego pudiera tirarse rodando para abajo. Aunque el niño se ha caído sonreía lleno de polvo en el suelo. Su risa no tiene fronteras. Es universal. La pobreza humana suena como un eco de generaciones perdidas, que nadie recuerda. Los carriles de agua dulce se juntan con las miasmas y todo va a desembocar al océano. El río enorme huele a naturaleza virgen quebrada por la contaminación y el olvido. Los árboles estaban henchidos de pájaros y hemos visto una serpiente roja que se metía en un agujero oscuro.

Luego nos hemos adentrado en una especie campo henchido de plantas enormes y Javi se ha sentado a fumar y a escribir en su libreta mientras yo perseguía rastros animales y me manchaba las patas de barro. El atardecer nos ha empujado de allí, y hemos regresado a casa desandando nuestros pasos. Sin luz apenas para ver, el camino se ha vuelto inquietante. Miradas y ladridos nos acechaban, y en mitad de la villa, una hoguera parecida un faro, un bidón de hierro rodeado de cuerpos borrosos, nos orientaba al reflejo loco y a la simplicidad del peligro al que nos sometemos conscientes.



Día 332

(La mariposa)

Una mariposa vuela a mi alrededor. Es tan grande como el cuenco y tiene las alas llena de ojos que me miran. Será por eso que desde que ha venido volando al patio no he podido dejar de mirarla y de sentir el deseo de ser igual que ella, un ser efímero y libre. Oso la ladra y por eso ha ido a posarse sobre ese hierro que asoma del techo. Ahora mueve sus antenas dirigiéndolas hacia el cielo y los ojos de sus alas vibran. ¿Se estará comunicando?... ¿Se habrá perdido, tal vez?...

De pronto echa a volar y se marcha entre los árboles que rodean el patio. ¿Por qué me habrán entrado estas ganas de ser un ser efímero y libre? Bebo un poco de agua y me hago una bola dentro de mi caseta. Como me pica una oreja me rasco. Javi no ha ido a trabajar hoy pero hace varias horas que se marchó dándome un beso sonriente en la nariz. Es entonces cuando me doy cuenta de la cadena.



Día 332

(Conciertos en el parque de la estación)

Javi tampoco ha ido a trabajar hoy. Desde que se ha levantado no ha hecho otra cosa que teclear y agilizar su pensamiento nítido. La calle ha amanecido con niebla y no teníamos otro quehacer que disfrutar de este intervalo, yo dormitando sobre la manta, él concretando su actividad frenética y llenando el cenicero.

Al mediodía hemos salido a pasear, cuando el sol ha diluido las nubes. El barrio brillaba por la humedad y el calor traía a los mosquitos desde el río enorme. Después de comer Javi ha vuelto a su pantalla y yo a mi manta. A veces me pregunto por qué necesita tanto escribir. Pero viéndole tan feliz qué más dan las razones. Cuando se pasa unos días sin hacerlo su rostro se descompone, le salen ojeras y sombras y su mente se satura. En cambio cuando lo consigue está siempre de buen humor, como si su corazón se equilibrara o hallara en ello un simple punto de apoyo.

Esto es lo que ha sucedido hoy. Y a media tarde, agotado y optimista, ha preparado un termo con agua caliente y su mochila, y nos hemos marchado para el pueblo. Sin duda estaba contento pues me iba llamando y silbando para hacerme cosquillas y tentarme a correr. Había muchos humanos en el centro, más que otros días, y al llegar al parque de la estación, ese que atraviesan las vías del tren y en el que siempre hay humanos vendiendo cosas, casi no podíamos caminar. Habían montado una gran estructura de hierro en medio y todos los seres, los humanos, sus cachorros, los perros, deambulaban a su alrededor, esperando que algo ocurriera. De pronto unos humanos han subido arriba y han empezado a tocar música. No es la primera vez que asisto a un concierto, por ello mi espera era semejante la suya, aunque con distintas motivaciones.

Nos hemos sentado así, cerca de una pequeña carpa en la que una humana conocida, la compañera del trabajo de Javi que huele a bondad, ayudaba a que un grupo de cachorros pintaran sobre papeles de colores en tanto sus padres asistían al concierto. Después de hablar con ella, Javi ha ido a sentarse en las raíces de un árbol imponente, cuando la música inundaba de acordes el pueblo y sus calles. Javi escribía y tomaba esa infusión de yerba con el palito metálico mientras que yo correteaba y jugaba con algún compañero callejero, buscando restos de comida. De cuando en cuando regresaba a su lado para comprobar que seguía allí y para que regalara alguna caricia.

La música que sonaba es similar a la de nuestra tierra, la que tanto le gusta a Javi. Es música popular, indígena, mezclada con guitarras eléctricas y ritmos percusionados. Los pensamientos de Javi citaban algunos de sus nombres. Cumbia, Chacarera, Tango, Cuarteto en clave de rock, Jazz y Funky. Los humanos bailaban y se divertían, bebiendo y la pasaban lindo. Javi sentía dentro de sí la nostalgia y la convertía en versos. He atrapado algunos con mi nariz que decían:

Me descubro en mi disfraz permanente

Yo pensaba estar en mí / cuando lo cierto es que me desvanecía entre luces ajenas/

Perdido en un mundo cubierto de engaños y esperanzas/ entregado y dormido en la posibilidad

No eran más que sueños dirigidos por otros/ chocando contra la rompiente de un mar sombrío

Estrategias para atarme el corazón y las manos/ para calmar la memoria viva



Ahora un silbido me saca del proceso y me pone en alerta de su llamada. Sus pasos, la mochila sobre sus hombros me indican que vamos a regresar a casa. Tal vez él también siente otro silbido, que desde su mente le llama para decirle que ya es hora de volver al trabajo etéreo.



Día 333

(El final de un sueño)

Y de pronto, después de que Javi ha estado tecleando nuevamente durante algunas horas en su pantalla, en esta mañana pacífica, radiante y prodigiosa, la ha apagado, me ha mirado con asombro, como si sus ojos estallaran en brillos, haciendo que se movieran en mí todas y cada una de mis células, llevando hacia él sin miedo, intuitiva, y me ha abrazado con fuerza justo antes de alzarme en el aire y empezar a bailar dando vueltas y riendo, para contarme de este modo que después de varios años en la grieta, después de tanto esfuerzo y sacrificio, su sueño inquebrantable, su historia inmensa, su pequeño y humilde sueño de escritor, su compromiso con la situación de nuestra tierra, con la realidad humana que le sigue, ha terminado al fin, y el día se ha convertido en una frágil celebración, cargada de detalles y consecuencias.

Hemos salido así a pasear, por el barrio y la villa. Su corazón iba más ligero y más que caminar, flotábamos juntos por las calles. Pocas veces, desde que le conozco, le vi tan contento y tan despreocupado. Nos hemos tumbado sobre la hierba a observar cómo los humanos y los perros comprimían su tiempo en sus rutinas y estábamos tan unidos, tan a gusto, que éramos capaces de discriminar la luz del sol, el viento del sur que movía las ramas de los árboles, cada sonido concreto, cada mirada, cada gesto para hallarle un sentido común. Luego ha pasado al supermercado y ha hecho una compra impresionante. Con las bolsas, yo correteando feliz a su lado, hemos regresado a casa para comer. Se ha preparado un filete colosal en la parrilla mientras yo degustaba y mordía varios huesos sabrosos tumbada en la manta. También ha hecho una ensalada con papas tomate y cebolla, que ha compartido conmigo, y un flan de dulce de leche. Hemos terminado tan atiborrados que un poco más tarde nos hemos echado una siesta. Los sueños se entrelazaban, hermanándose. Nuestra tierra era el escenario, pero con un contexto existencial distinto. Donde los humanos vivían en armonía con ellos mismos y con la naturaleza, donde todo olía a solidaridad y justicia, donde no existía la miseria ni el miedo.

Al atardecer Javi se ha ido y me ha dejado atada con la cadena. Mi nariz me dice que se marcha a festejar su consecución. La cadena no impide que esté alegre, consciente que esta noche me tocará dormir sola en el patio, pues mi corazón va siempre con él. Su cerebro necesita el vacío, y lo va a tentar con una rueda de sustancias y de mentiras.



Día 334

(Abrir y cerrar de ojos)

El sonido de la puerta de casa que se cierra me anuncia el retorno de Javi. Segundos después se abre la puerta del patio y el universo destella armonía. Tiene el rostro feliz e insomne. Salimos a pasear, prepara después la cena y se acuesta sin poderse dormir. Entonces enciende la pantalla y se tumba en la cama para ver una peli. Su cuerpo afronta el bajón químico, la sombra de la merca poética y transcendente, y la horizontalidad es un dulce descanso comprometido. Fuma, fuma mucho, seguramente demasiado, por ello una nube densa flota en la habitación y a mí me da por reír con las patas hacia arriba y por dibujar flores y pájaros por las paredes y el techo. Nuestros corazones se aúnan, son uno sólo, y así, en un abrir y cerrar de ojos, las horas no se sostienen y se marchan, como si un agujero los dispensara, y cuando queremos darnos cuenta ya se ha hecho de noche y estamos dormidos, o soñamos, quien sabe si despiertos, si con nosotros, con los ojos abiertos y cerrados.



Día 335

(Protocolo calefón)

Javi ha llegado del trabajo de nuevo enfadado. Traía en sus ojos esa lucha que mantiene con varias de sus compañeras y sus jefes. La tensión le desdibujaba, y olía a tempestad. Por ello, tras el paseo y la compra, ha iniciado el protocolo.

Ha llenado el calefón con agua y lo ha enchufado a la corriente eléctrica. De cuando en cuando iba a comprobar la temperatura del agua, fumaba pitillos de yerba, tecleaba en la pantalla nuevas esperanzas, leía en su libro rojo y negro, o jugaba conmigo sobre la manta.

Un rato después preparaba la ropa limpia y se ha desnudado en el baño. Sentado en una silla ha accionado la ducha y el agua caliente ha empezado a caer sobre su piel y sus pensamientos. El jabón ha ido arrastrando las cosas muertas, los vacíos, los sinsentidos, las frustraciones, los conflictos del arco cotidiano, la nostalgia del reino, de nuestra tierra, del cariño fundamental, la verdad punzante, las sensaciones que se atragantan y se agarran. Con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás ha dejado que el agua golpeara su cara con la suavidad de la luz y poco a poco ha ido apareciendo una sonrisa debajo del gesto grave.

Al terminar ha preparado la cena y luego se ha sentado en la puerta de casa a observar. Las estrellas distantes siguen brillando en el cielo. El viento mueve las hojas. El olor de las salamandras anuncia el frío. Javi me acaricia la cabeza y yo ahora lamo sus dedos. La vida también es un continuo del que nos vamos curando en lo posible.