eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

sábado, 17 de mayo de 2014

Diario de una perra en argentina (Semana 49)

SEMANA 49

Día 336

(La murga de la Chechela)

El día ha corrido hasta precipitarse sobre un muro que la tarde alzara para nosotros, atrapándonos felizmente hacia el fondo de la villa. Javi parecía aguardar algo, y muy pronto he entendido de qué se trataba. Primeramente ha sonado un tambor, y tras él cientos de ellos que le seguían en su retumbo. Me he asustado pensando al principio que estaban tirando petardos o cohetes, o quizá que el cielo tronaba una tormenta terrible y próxima. No obstante enseguida he notado la diferencia rítmica de los corazones humanos escuchándose y acompasando su verdad subjetiva.

Javi se ha acercado a una especie de almacén situado en un jardín de una pequeña finca saturada de hierros oxidados y ha empezado a hablar con algunos humanos que iban y venían. Poco después uno de ellos le invitaba a entrar. Yo me he quedado en la calle jugando con algunos compañeros callejeros, y olisqueando rastros diferentes. De pronto la murga, la banda, la agrupación ha salido afuera y todo el barrio ha zozobrado con el sonido loco de los tambores. Como mosquitos atraídos por la sangre, decenas de niños ha surgido de sus escondrijos, cuando algunas humanas comenzaban a bailar de una forma sensual la música. Los comerciantes asomaban la cabeza en las puertas de sus tiendas vacías y las cortinas se corrían en las ventanas de las casas. Los perros aullaban como cuando se escuchan las sirenas de los bomberos o de las fábricas. Nadie imagina que dichos aullidos suponen una conformidad instintiva, un acuerdo entre especies. Javi venía con ellos, tocando un timbal semejante al que tocaba algunas veces allá en nuestra tierra. Su cara me ha hecho recordar aquel primer día en que me llevó a un ensayo con aquel grupo de humanos indecibles y rebeldes que se autodenominaban Amansalva.

No nos conocíamos aún. Apenas hacía dos semanas que nos habíamos encontrado y no supo distinguir el miedo y la ansiedad que acumulaba. Le destrocé los cinturones de seguridad del coche en el rato que tuve que esperarle. Sin embargo cuando lo vio no se enfadó conmigo. Me miró fijamente a los ojos y la risa fue su respuesta, sintiéndose completamente responsable de lo sucedido. Nuestra relación empezaba a fraguarse así, con experiencias inverosímiles, y he de reconocer que no fue la última vez que mordí un cinturón, o el picaporte de una puerta o una correa, cualquier cosa que me atara, que me sujetara, que me alejara de él. Todo nos ha ido trayendo hasta aquí. Los años nos fueron acercando y crecimos juntos para superar nuestras respectivas heridas.

Ahora que le contemplo, tocando el timbal, abstraído en el ritmo, disfrutando del momento, espontáneamente libre y sincero, me alegro tanto por él que le dedico consciente mi más profundo aullido de amor y respeto.



Día 337

(Luna verde)

El cielo se ha llenado de luna. Puede que el cielo sea aun mayor, pero yo reniego de él, achicándolo con un guiño. Me interesa más esta luna, que mi mente pinta de verde, agrandada y eterna en su presagio y fragilidad. Quizá influya la frondosidad de los árboles sobres los que reposa, o que el otoño en esta tierra es tan verde como la primavera, pues no permite la muerte a las flores y prorroga misteriosamente el crecimiento de la hierba, los sueños, y el optimismo.

La luna trepa, y yo huelo su claridad, y esa fuerza impulsa las corrientes oceánicas así como la sangre en mis venas. La tierra la atrae y ella escapa. La gravedad no debe ser suficiente, y menos mal, porque un beso suyo podría terminar con la misma vida.

Sin embargo, sin luna, sin esta luna verde que ahora miro y que amo sin razón, el mundo sería un lugar más oscuro y más frío, tal vez se incrustaría en el vacío vertical y dejaría de girar como una peonza de piedra.

Javi me silba y mis orejas se alzan atentas. Corro lo más deprisa a su lado como si el viento del afecto me arrastrara. La luna continúa subiendo hacia arriba, sin pies y por una escalera de estrellas. Creo que Javi también la ve verde, pues su pensamiento así me lo indica. No es la esperanza quien la pinta de dicho color. Somos nosotros quienes lo hacemos, por verla tan pálida, tan sola y tan distante.



Día 338

(El barrio se amplía)

Hoy, al ir a pasear, me he dado cuenta que hay algunas casas nuevas en el fondo de la villa. Cuando nos mudamos acá no estaban, en cambio ahora representan los límites del barrio. Tal vez no me percaté antes porque, aunque son nuevas, parece que las hayan levantado hace ya muchos años. Maderas podridas y chapas oxidadas, y al igual que las viviendas vecinas hay una mezcla de mugre acumulada, de belleza inconsciente, de cachorros descalzos y perros atestados de pulgas. Los pensamientos de Javi me ponen sobre la pista. ¿Quién sabe por qué estos humanos se empeñan en vivir aquí, en este lugar? Pero es seguro que bien de tragedias y miserias mayores, de adversidades y desdichas sin nombre, tal vez engañados con la promesa de una vida mejor; trabajando como esclavos en las tierras pobres para juntar cuatro cosas, delincuentes forzados, humanos que vuelcan la comunidad que los rechaza para asaltar un terreno baldío, sin dueño o con él, para levantar un nuevo infortunio con el único deseo de prosperar un poco, de no pasar tanta hambre, de dar una oportunidad marchita a sus hijos.

Un cachorro sale ahora de entre los árboles sujetando un enorme colchón. Lo sigue una humana vieja cargada de bolsas. Un machete limpia el sitio y el fuego hará lo demás. En unos días habrá una nueva casa. El barrio se amplía, y con él su desgracia. Nuestra calle se va metiendo en la selva y llevará el título de cualquier un libertador olvidado del pueblo.



Día 339

(Incomunicados)

Javi se ha levantado temprano, y se ha marchado silencioso, tenaz y convencido, aunque mi nariz ya me advertía que hoy no iba precisamente a trabajar. El esfuerzo le conducía a otras costas de nuestra lucha, y por ello la aguja del rumbo señalaba en otra dirección. Los ecos de su aroma me llevaban con él hasta la gran ciudad y sus laberintos inmensos. Algunas imágenes tocaban mi cerebro mientras la cadena del patio me procuraba un anclaje a la realidad.

Le he visto así viajar en varios vehículos colectivos, por encima y por debajo de la tierra, sortear humanos sin número, aguardar largas colas, visitar edificios colosales, buscando un sello, una firma, el color, cualquier testimonio reglamentario que afianzara nuestra situación y la amplificara sin renuncias. Ha habido noticias buenas, malas y también regulares, aunque su gravedad o su crudeza se me escaparan. Posibilidades, muros, escaleras de subida, rampas deslizantes de bajada, estructuras firmes y frágiles que componen aquello que los humanos denominan burocracia o legalidad.

A su regreso traía la cara estragada, llena de contaminación y confusiones. Su primer impulso ha consistido en pasear pero como ha empezado a llover con fuerza no podíamos salir de casa. Algo le ocurría a su teléfono móvil, pues no leía la clave necesaria para poder comunicarse con los suyos. No obstante Javi se ha puesto a sonreír pensando en la suma de reveses. La pantalla tecleadora precisa de arreglos, ahora el móvil no funciona. Las ganas de hablar con alguien cercano, de contarle lo sucedido hoy, algún amigo, amiga, sus padres, su familia, han ido creciendo con las horas, pero todo ha resultado inútil. Los nervios se le estiraban, extinguiendo su sonrisa. No obstante, en mitad de la incomunicación, ha ido hasta su mochila y ha sacado de ella un libro que ha comenzado a leer con ansia.

Lleva horas haciéndolo, pasando una tras otra sus amarillentas páginas. Ahora me acerco yo a la mochila y percibo un olor luminoso que sale de su interior. Descubro no sólo que está llena de libros (Javi los ha comprado en la ciudad en una feria callejera), sino que todos ellos, de algún modo forman parte de Javi. Su mente es un reflejo de su fuerza. Y debe ser así, porque al tumbarme sobre la manta verde y mirar cómo devora callado sus secretos, siento cómo llegan dentro de mí sus enseñanzas, como si yo también pudiera leerlos y entenderlos.





Día 340

(Bife de amor)

La sartén hace bailar el aceite con las papas fritas, la batata, la cebolla, el pimiento verde. Javi saca de una bolsa la carne y la sazona mientras silba una canción alegre que reconozco y que nos hace recordar a ambos días maravillosos. La luz entra por la ventana de la cocina, al igual que los sonidos de la calle. Las radios prendidas, los niños jugando y los ladridos ocasionales de los compañeros callejeros. Ahora saca se la sartén el refrito y la limpia con un pedazo de papel. Echa un delgado chorrito de aceite y la mueve para extender su brillo. Me siento a su lado y permanezco atenta a cada minúsculo movimiento posible. El humo desvela su ubicuidad, y es cuando Javi coloca sobre la misma los cuatro bifes que inundan de amor y porvenir mi nariz entusiasta, pues distingue en los ojos de Javi, y su manera de sonreír, que dos de ellos serán sin duda para mí.

La mejor celebración es la que no tiene sentido, al menos racional. Por ello la saliva se vuelve un lago en mi boca.



Día 341

(Lenguaje común)

No dejan de sorprenderme las emociones humanas. Oscilan como una cuerda que sostiene su corazón sobre un abismo de individualidad e incoherencia o reflejar positivamente y con exactitud la realidad y sus circunstancias. Giro mi cabeza hacia Javi y comprendo la lucha mental que sostiene consigo mismo. Los días se han complejizado, se anulan, se agregan al futuro, ensombrecidos, iluminados al resistir. Yo tengo que adaptarme al compás humano que la sociedad le impone a Javi. Mi carácter tranquilo y flexible me lo permite y cuento con todo su cariño para lograrlo. Javi brega por sus sueños y se emancipa de su yo adquirido. No puedo entender cómo lo entiendo, pero es así. Las flaquezas le acechan, pero están tan lleno de convicciones que el ansia de alcanzar sus sueños no adormece sus optimismo. Se siente libre y minúsculo, valorando más que nada el proceso, la construcción, y tiene claro que soy tan compañera suya como lo sería si fuera humana. Hemos hecho del respeto y del afecto un lenguaje común con el que hablamos y discutimos sin palabras.

Basta con mirarnos para saber si estamos bien, mal, si tenemos hambre, sed, si nos sentimos solos o tristes, o si chisporrotea la felicidad incontenible. Estas últimas semanas están siendo transcendentes. Se avecinan nuevos cambios. Se cierran ciclos y otros inician la fase. ¿Qué nos aguarda mañana? Todo dependerá del contexto y de nosotros mismos, de nuestras querencias y necesidades. Si somos hoy más libres que ayer es por sentir que aquello que nos ata es porque lo elegimos, sea cadena o función. Vamos mordisqueando los hilos que se enredan y no nos confundimos en el inconformismo. Porque aprendiendo se vive mejor.

Javi abre la puerta del patio y le brillan mucho los ojos. Sé que hoy ha ganado una batalla en su trabajo y su cara irradia vida. Un humano especial que tenía miedo a acercarse a Pedro ha conseguido darle de comer y repetir su nombre. Son las pequeñas cosas las que se quedan con mayor fuerza en la memoria. Por ello lamo ahora sus manos cuando me saca del cuello la cadena.







Día 342

(Liberación)

Alzo mis orejas desde la manta. El pensamiento de Javi cifra. Lo primero es arreglar el móvil o comprar otro, después irá la pantalla tecleadora; la validación del título está a la vuelta de la esquina e igualmente el cambio de visa. La suerte es que todo esto sólo supone tiempo y plata. Lo más importante es que el sueño es sostenible. Javi tiene un trabajo que le gusta, que le motiva, ganas de aprender, de vivir y hallar vida, de desvanecer cualquier sentimiento sombrío y de bregar con responsabilidad las desigualdades.

Si yo soy un reflejo de su estado, he de decir que la cadena con la que cada día me deja atada en el patio no me importa. Ya no quiero perderme en malos presagios, ni gimo por el absurdo de corregir lo que no se podría. Espero feliz a que regrese, a que la puerta se abra y comience nuestro reencuentro cotidiano. El paseo, la libertad que compartimos cada tarde, visionando el barrio, la villa, la selva que oculta el río enorme, el sol declinando y mudando el color de las cosas. Las calles henchidas de humanos, de compañeros, todos arrastrando historias y luchas distintas.

De nuevo nos vamos liberando, como ya lo hiciéramos antes, de las premisas y de las concepciones que tratan de imponernos desde fuera. El mundo gira y nosotros giramos en él. Qué bien le está viniendo a Javi releer aquellos libros que en su día forjaron su carácter, su mirada y su destino. Y a mí entender a través de él sus enseñanzas. Ahora enciende un cigarro y escribe en su libreta. Yo juego sobre la hierba con mi compañero cojo. Los cachorros humanos chillan y persiguen una pelota saltando sobre los charcos. La luz del sol concilia el viento y la tierra. Las horas respiran con ilusión y nos besan las pestañas. Como no deseamos que la realidad nos resulte de pronto ajena, la concebimos sin tregua; y de ella nos inundamos.

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