eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Diario de una perra en Argentina (Semana 14)



Día 92


(La sombra del ombú)

Hoy ha hecho un día espléndido. Javi se ha ido a trabajar después de sacar a los animales y yo me he quedado atada con Negro; aunque no me ha importado. Ha hecho mucho calor y me he pasado horas y horas tumbada bajo los camiones viejos. Lo caballos, los burros y el pony pastaban hierba en la pradera mientras los patos, gansos y gallinas buscaban incansables por el suelo algo que picotear. De cuando en cuando Negro y yo abríamos los ojos por un sonido que nos despertaba y lo único que cambiaba en la escena era la posición de los bichos, la intensidad de los colores y la mudable sombra del ombú que iba trasladándose de derecha a izquierda primero encogiéndose y más tarde alargándose.

Cuando Javi ha llegado de trabajar me ha soltado y hemos idos a pasear por los alrededores de la pradera. Hasta ahora no había salido del cercado. Ha agarrado una cuerda larga para negro y nos hemos ido los tres por un largo camino que parecía no tener fin. A los lados había algunas casas, pero sobre todo filas interminables de campos cubiertos con plásticos, bajo cuyo ambiente sometido nacían miles de flores de todas las formas y matices imaginables. A veces asomaba la nariz un cachorro humano con la cara tostada por el sol y con ganas de curiosear. Después de un buen rato el camino se ha vuelto sinuoso y los árboles han sustituido a los campos. Había pinos, eucaliptos y otras especies que desconozco, pero tan grandes y viejos que pretendían tocar el cielo. En su base había una espesura de plantas increíble, tanto que costaba entrar en ella. De pronto ya no había casas y sí un gran arenal rodeado de arroyos. Justo aquí terminaba el camino y comenzaba un mundo ignorado de vegetación y animales extraños. No obstante nos hemos dado la vuelta y hemos regresado a casa.

Ya en nuestra pradera Javi se ha montado en un caballo y ha estado haciendo círculos con él. Luego ha encerrado a todos los animales, los ha echado de comer -a Negro y a mí también- y se ha puesto a teclear hasta que ha caído completamente el sol.

La sombra del ombú es como un reloj que marca nuestras horas diurnas. Aunque lo más curioso de este árbol es que por la noche también tiene sombra. Y es que la luna lo envuelve con su luz clara, y en el suelo de la pradera cuentan los segundos los animales nocturnos.





Día 93

(La Gasolinera)

Cuando Javi ha llegado de trabajar hoy, me ha soltado, ha sacado la bicicleta y nos hemos ido bordeando la gran carretera y sus coches hasta que hemos llegado a una gasolinera muy grande que estaba llena de camiones y que tenía muchas tiendas y muchos humanos transitando. Yo me he quedado fuera pero Javi ha entrado tras una enorme cristalera y se ha puesto allí a hablar por su pantalla, yo creo que con los suyos, porque tenía esa cara que sólo pone cuando lo hace y estaba contento y sonriente.

En una de esas me he ido a dar una vuelta por ahí, y detrás de la gasolinera había como un parking-camping donde los humanos podían aparcar sus vehículos y parar para asearse y dormir. Había camiones colocados como si fueran barrios con distintas nacionalidades y razas humanas. La ropa tendida a secar de cabina a cabina, las ollas colocadas sobre fogatas, mesas y sillas y hasta sillones. En fin, que parecía una especie de pueblo improvisado. Después he perdido la orientación y ya no sabía volver. He comenzado a correr entre los camiones sin saber a dónde ir. Algunos humanos trataban de cogerme y otros me ofrecían de comer. Yo ya sólo pensaba en Javi. Menos mal que entre el barullo he distinguido sus silbidos de llamada. Me estaba esperando en la entrada de la gasolinera subido sobre la bici para regresar a casa. He llegado hasta él moviendo el rabo y me ha sonreído como entendiendo lo que me ha ocurrido.

Ya en casa Javi se ha preparado las cuerdas y las naranjas y se ha subido a un caballo y de nuevo ha estado caminando despacito haciendo círculos y dándole cachitos después. Más tarde junto con negro hemos salido a pasear. Hemos pasado por delante del trabajo de Javi y alguno de los humanos especiales con los que trabaja Javi nos han saludados moviendo las manos y sonriendo.

Ahora, por la noche, Javi prepara algo de cenar en la cocinilla de gas. Toda la casa –chabola huele muy rico. Gracias a ello yo acabo de despertar de un mal sueño en el que uno de los humanos en de gasolinera me subía a su camión oscuro y me llevaba muy lejos de aquí. A un lugar donde no existe el invierno y hay unos camellos chiquititos de los que sacan una lana gruesa que quita el calor.






Día 94

(Guerra con las ratas)

Las ratas intentan entrar dentro de nuestra casa-chabola. Por la noche se las escucha roer las esquinas y escarbar túneles, aunque hasta ahora no lo han conseguido. Javi, cuando se levanta por las mañanas, comprueba el perímetro de seguridad, y si han comenzado un nuevo frente entonces contraataca con una piedra o con una placa de metal o madera.

Al caer la tarde se las ve merodear por las cuadras y los dos corralones, y por la cara de Javi en verdad las estima, aunque una guerra entre humanos y ellas se da. Yo ayudo a Javi por las noches a vigilar e impido tumbada en la puerta que entren. Ya casi he conseguido cazar alguna. Creo que poco a poco voy a convertirme en una experta, aunque las más grandes me asustan todavía porque a veces me hacen frente y me muestran los dientes.

Ahora que Javi está dormido, las puedo sentir y oler rascando con sus patas e incisivos la dura tierra buscando su propia muerte. En realidad me dan algo de pena, y pienso que a Javi en el fondo también. Y es que vivimos y compartimos con muchos otros animales pero con ellas no. ¿Y por qué?...






Día 95

(Sola hasta la noche)

Javi se ha ido a trabajar como todos los días después de soltar a todos los compañeros a la pradera y de limpiar las cuadras. Sin embargo, se fue toda la mañana, la tarde y llegó la noche y aún no ha vuelto. Al principio no le he dado importancia. Ha hecho calor y a la sombra junto a Negro no se estaba mal. Javi nos ha dejado como siempre comida y agua, aunque ahora que lo pienso había más cantidad. Los caballos y los burros al caer el sol se han acercado como siempre a sus establos pero no tenían su pienso y han regresado a la pradera. No obstante ya me parece un poco extraño y estoy algo inquieta, soltando pequeños gemidos que hacen gruñir de molestia a mi viejo compañero, como si me expresara con ello que soy muy débil, que esté tranquila.

Y no le falta razón, porque ahora mismo veo llegar a Javi por el cercado de madera, con cara de cansado aunque con los ojos muy brillantes y nítidos, oliendo además de a los humanos especiales a cientos animales distintos y diversos: aves, reptiles, mamíferos y peces, preocupado de ver cómo estoy yo y cómo están todos los bichitos, y por ello yo le correspondo moviendo todo lo que puedo mi rabo esperando que me suelte la cadena para correr libre.






Día 96

(Barro)

Estoy molesta de verdad. Me he pasado el día atada con la cadena viendo encima cómo un montón de animales a mi alrededor están libres y felices; bueno Negro no, pero creo que él está más acostumbrado; aparte que no ha dejado de llover y llover, ya incluso desde anoche, y en todo el día no ha parado, encharcándose primero la pradera y después embarrándose todo sin remedio, convirtiéndose la hasta ayer dura arena en un barro viscoso que crecía por momentos, gracias a la lluvia incesante. De cuando en cuando lucía en el cielo un relámpago potente y se escuchaba el atronador trueno posterior. Así el día ha pasado y ha llegado otra vez la noche. Y Javi ha llegado otra vez con cara de cansado pero hoy no tenía los ojos tan brillantes ni olía a animales ignotos. El caso es que apenas ha llegado ha encerrado a los bichos, me ha soltado de la cadena pero como seguía lloviendo mucho nos hemos metido dentro de la casa-chabola, hasta que al rato, justo cuando ha parado de llover, se ha marchado atándome de nuevo y dejándome así.

¿Será a partir de ahora siempre de este modo?... De la mañana a la noche atada; y también la noche… Espero que no. Pienso que me moriría de pena. No creo que Javi regrese por esta noche, por lo que me va a tocar dormir debajo del camión, en compañía de mi amigo Negro, que me contempla algo sorprendido por acompañarlo. Lentamente las nubes se abren permitiendo ver la luz intermitente de las estrellas y la luna extraña, la cual se muestra como una pequeña rodaja de limón blanco. Estoy triste y gimo; pero esta vez Negro no me gruñe para que me calle, y los dos, a coro, comenzamos a aullar.






Día 97

(Javi se enfada y entiendo el porqué)

Javi ha regresado a la pradera a media mañana, cargado con un montón de bolsas y su sonrisa habitual. De inmediato ha soltado a los animales, ha limpiado todo, cuadras y casa-chabola, ya que el barro y el agua habían entrado ayer. Luego se ha aseado y se ha secado bajo un sol espléndido que calentaba mucho y que ha empezado a secar el suelo encharcado. Se ha subido a uno de los camiones a leer un rato y después ha estado lavando y tendiendo su ropa al viento.

Todo parecía estar bien. Yo he estado corriendo libre por la pradera olisqueando o buscando algún bocado suculento y me tumbaba sobre la hierba aún húmeda observando el pasar de las nubes, el vuelo poderoso de las aves que cazan y el sutil de las de colores, el pacer tranquilo de los caballos y los burros, en fin, la inocencia de las horas.

Cuando Javi me ha atado de nuevo a la cadena y se ha marchado sobre la bicicleta por la gran carretera hacia arriba no podía imaginarme que su estado al volver sería el que ha sido. Y es que ha venido enfadado, más que nada consigo mismo. Ya de lejos se le notaba, en el pedaleo irascible en tanto el atardecer se colaba en sus ojos cubiertos por una sombra. No sé porque pero muy rápido he intuido que hoy no ha podido hablar con los suyos y esto le ha afectado muchísimo. Quizá el que oliera a gasolina me ha hecho recordar la escena de hace unos días. No obstante la verdad es que de cualquier modo ha llegado confuso, lleno de rabia, tal vez más que en otras circunstancias semejantes. Esta semana ha trabajado mucho, casi sin descanso, varias jornadas casi de sol a sol. Conozco a Javi para entender seguro que necesitaba darse esta alegría, y no ha podido ser.

Con todo, aunque lo entiendo, pienso que no debería dejarse llevar por estos malos sentimientos. Es como si su energía se hubiera agotado de pronto o se hubiera transformado en algo incorregible. Sé que los humanos atraviesan estos procesos, porque en su mente hay válvulas y engranajes que así lo reafirman. Por ello me ha soltado con cara sombría y por mucho que he movido el rabo no me ha hecho caso. No ha habido paseo con Negro, tampoco ha montado a caballo ni ha tecleado en su pantalla ni ha cenado después, siquiera ha salido a mirar las estrellas como a él le gusta. Ha encerrado a los animales y se ha puesto a leer tumbado sobre la cama sin parar de fumar, como queriendo evadirse de la realidad, sin deliberar, sin sentir aquí.

Luego de llevar un tiempo sentada en la puerta de nuestra casa-chabola me he decidido sigilosamente a entrar. Ahora me echo silenciosa sobre el colchón y compruebo que ni siquiera está leyendo, solamente se desespera palmeando con furia matando a varios mosquitos.





Día 98

(De nuevo la normalidad)

Menos mal que anoche Javi soñó con todos y cada unos de los suyos. Los olía tan nítidamente a sus pies que casi se me dibujaban ante los ojos y estaban con nosotros aquí. En el sueño los subía a todos a un pájaro de hierro y le hacía venir a nuestra casa. De pronto se hallaban viviendo a nuestro alrededor junto con los caballos, los gansos y el resto de animales. Los veía subirse sobre los árboles imponentes y tender su ropa en las cuerdas. Le ayudaban y le acompañaban y Javi lloraba y reía todo el tiempo. Cuando algo se estropeaba lo arreglaban y cuando Javi necesitaba un abrazo había siempre varios dispuestos a dárselo. Toda la noche la ha pasado así sin tregua hasta que ha sonado el ruido que sale de su aparato pequeño de hablar cada mañana. Yo pensé que se iba a levantar disgustado por encontrarse de nuevo sólo, bueno conmigo y con la realidad que nos envuelve. Sin embargo, Javi perennemente me sorprende y se ha levantado con una gran sonrisa y con el brillo de los ojos reavivado. Tal vez ha sido una cura, y lo que no puede vivir, al menos lo sueña. Y sucede que con eso le basta; y está bien que le baste, porque si no a ver cómo nos las apañaríamos después.

Y ha ocurrido que ha soltado a los animales y ha acariciado por igual a todos y cada uno. Ha limpiado sus refugios y después también el nuestro. Se ha dado prisa en asearse y luego nos ha dado un paseo a mí y a Negro mientras el sol cobraba fuerza en el horizonte y los pájaros volaban entre las ramas de los árboles imponentes. Más tarde se ha ido a trabajar muy contento y ha venido varias veces a lo largo del día para ver cómo estábamos y para llenarnos los cuencos de agua, porque hoy ha hecho mucho pero que mucho calor. Los animales buscaban cobijo a la sombra proyectada de cualquier objeto, y el polvo que alzaba el aire resultaba muy molesto.

Por la tarde ha regresado y me ha soltado de la cadena para volver a atarme a los pocos minutos. Ha cogido la bicicleta y se ha ido por la gran carretera hacia abajo aunque ha tardado en regresar muy poco. Traía varias bolsas de comida y la cara muy feliz. De inmediato hemos salido a pasear y ha estado hablando con un par de vecinos humanos que olían a plantas y flores y humildad y que hablaban muy bajito y con las manos entrecruzadas. Ya de nuevo en la pradera ha estado jugando con los caballos, dándoles naranjas y mimos, hasta que casi se ha hecho de noche. Luego se ha ido a sentar cerca de la montaña de pales para observar la actividad de los extraños animales que habitan en su interior y ha estado sacándoles fotos.

Me gusta comprobar que Javi se recupera pronto de sus deslices emocionales humanos. Sé que a veces se siente solo incluso aunque yo siempre me encuentre con él. Ahora le miro en tanto prepara la cena y parece como si nada de lo de ayer hubiera sucedido. Sin duda le ayuda soñar. Es un soñador incombustible y en eso no tiene remedio. Sale de nuestra casa chabola con un pitillo encendido y se sienta en una silla a la puerta para contemplar las distantes estrellas y descubrir la forma de traerlas consigo.

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